La globalización ha provocado cambios sustanciales en el ámbito internacional. La crisis del Estado tradicional y la emergencia de nuevos actores políticos han favorecido una progresiva descentralización del poder. Estos nuevos actores son identificados, por el momento, con el término genérico de ‘no estatales’. Las ONGs, centros o grupos de investigación, confesiones religiosas, asociaciones de la sociedad civil, corporaciones multinacionales… están adquiriendo una influencia creciente en las decisiones y legislaciones globales. Las actuales políticas de cooperación al desarrollo, la defensa de los derechos humanos, la legislación comercial internacional o la referente a la protección al medio ambiente han contado con un participación significativa por parte de Greenpeace, Apple, Google, Fundación Gates o los movimientos sociales generados a partir de la revolución social árabe (15-M o #occupywallstreet).

Teresa La Porte, profesora titular de Comunicación Política Internacional, Universidad de Navarra.

Esta nueva situación provoca que el concepto tradicional de Diplomacia pública tenga que ser revisado. Tradicionalmente, la diplomacia pública era una tarea específica del Estado, único poder con competencia para desarrollar una política exterior, y se definía como la acción del gobierno para influir en la comunicación pública internacional, especialmente en aquellos lugares o áreas sensibles para el interés nacional, con el fin de reducir el grado de desconocimiento o de prejuicios que puedan dificultar la política exterior (Tuch, 1990). Por tanto, era una acción gubernamental y de información unilateral.

Aunque no podamos hablar propiamente de política exterior, puede afirmarse que los actores no estatales tienen intereses de alcance global y voluntad de hacerlos presentes en el orden internacional. Por tanto, deberíamos introducir nuevos enfoques como el que sugiere Gregory, que entiende la diplomacia pública como la estrategia desarrollada por actores estatales, sub-estatales o no estatales para hacer comprender las culturas, actitudes y comportamientos propios, para construir y gestionar relaciones, para influir en el pensamiento de las audiencias y fomentar accio­nes que permitan favorecer sus intereses y valores (Gregory, 2011).

La definición está en consonancia con la prácticas que se han identificado como “nueva diplomacia pública” (Melissen, 2007) y que, frente a las estrategias clásicas de la información unilateral desarrolladas por los gobier­nos o por sus instrumentos (como la Voz de América), destacan la necesidad de establecer una comunicación que permita el diálogo, la interactuación, la colaboración entre los diferentes actores y que tiene como premisa un esfuerzo por comprender los intereses y valores de los demás actores políticos.

Desde esta perspectiva, los actores no estatales aportan ideas y aspectos esenciales que deben tenerse en cuenta en cualquier actualización del concepto y de la actividad de la diplomacia pública. Aunque la afirmación requiere matizaciones, se podría incluso llegar a sostener que los actores no estatales son los “profesionales por excelencia de la diplomacia pública” puesto que es el único tipo de diplomacia que pueden desarrollar.

Se comparta o no la afirmación anterior, lo que parece incontestable es que los actores no estatales introducen y sugieren aspectos que deben ser considerados en el debate teórico y práctico de la diplomacia pública.

Algunos de esos aspectos son los siguientes:

• cuestionan la definición clásica, que se basa en el sujeto que la realiza, e introducen una aproximación al concepto desde el objeto de la acción;

• subrayan el interés creciente de la “legitimidad”, entendida como confianza y apoyo fáctico por parte del ciudadano, más que como legalidad que procede de un resultado electoral;

• destacan la importancia de la “percepción de eficacia”, entendida como satisfacción efectiva del ciudadano, más que como consecución o logro de los objetivos propuestos;

• revelan el poder creciente de la comunicación política, entendido en un sentido amplio, como parte de las estrategias de la persuasión e influencia.

Centrada en el objeto

En primer lugar, los actores no estatales sugieren una definición de diplomacia pública que se centre en el objeto de las actividades que realiza, en lugar de fundamentarse en el sujeto que las protagoniza. Es decir, han obligado a enunciar una primera pregunta básica sobre si diplomacia pública es sólo la actividad desarrollada por el Estado –único actor político con poder real- , o puede serlo también las acciones de todos aquellos actores políticos que puedan influir en la legislación y política internacional. La cuestión que se plantea de fondo es si la definición de Diplomacia pública debe estar determinada por el sujeto que la ejerce o por el objeto de la actividad que se realiza.

La corriente más clásica, procedente del entorno de la teoría política, tiende a fundamentar el concepto de Diplomacia pública en el sujeto que la desarrolla y considera que éste sólo puede ser el Estado. Estos autores su­bra­yan la estrecha conexión que la diplomacia tiene con la política exterior de una nación y entienden la diplomacia pública como una práctica diplomática específica, ceñida a la comunicación pública de esa política. En cambio, otras corrientes que están en mayor consonancia con la llamada ‘nueva diplomacia pública’ incorporan sin dudar la posibilidad de que esté desarrollada por otros actores distintos del Estado. En estos casos, se define la diplomacia pública desde el objetivo que los actores políticos, estatales o no estatales, se proponen con estas acciones. Hay un claro consenso en describir ese objetivo como la aspiración a defender sus intereses políticos en la esfera internacional a través de la influen­cia en la elaboración y aplicación de la le­gislación, en colaboración con otros actores políticos. No importa, por tanto, cuál sea la naturaleza del autor que desarrolle la diplomacia pública; lo que resulta decisivo es que defienda inte­reses internacionales (globales) de un conjunto re­presentativo de ciudadanos con impacto político y de forma estable y duradera en el tiempo. Es decir, que tengan la intención de establecer normas y prácticas que rijan el orden internacional de acuerdo con un tipo determinado de ideas y valores. Y para conseguirlo, movilizan sectores de opinión pública que los respalden y crean alianzas con otros actores políticos que compartan los mismos objetivos.

Legitimidad

En segundo lugar, los actores no estatales subra­yan la “legitimidad” como apoyo fáctico por parte del ciudadano, basada en la “percepción” de su eficacia en la resolución de los pro­blemas que la globalización plantea. La legi­timidad, en el caso de los actores no estatales, está estrechamente ligada a la autoridad mo­ral que éstos adquieran y se fundamenta en la capacidad para resolver un determinado tipo de problemas, en el conocimiento especializado o experiencia que demuestren tener o en la ejemplaridad de sus principios y valores. En este sentido, hay muchos aspectos en que parecen superar el alcance y potencia de los Estados. De hecho, en determinados ámbitos, lideran los cambios y plantean nuevas fórmulas o modelos de comportamiento: Al Qaeda ha fijado los términos de una nueva política seguridad mundial; las ONGs más influyentes han determinado políticas de cooperación, de defensa de derechos humanos o de defensa del medio ambiente y las multinacionales han establecido regulaciones del mercado global.

Esta forma de entender la ‘legitimidad’ exige, por parte del actor político, un constante esfuerzo por ganar el respaldo de los públicos mediante la transparencia y el diálogo efectivo con el ciudadano. Este planteamiento contrasta con la actitud altiva y opaca de algunos Estados, que mantienen una visión tradicional de la diplomacia, entendiéndola como un ámbito exclusivo de acción, y de la diplomacia pública, entendiéndola como una actividad de comunicación unidireccional.

Experiencia en comunicación política glo­bal

En tercer lugar, y en relación con el poder creciente de la comunicación política, los actores no estatales revelan una larga experiencia acumulada en el desarrollo de las prácticas, estrategias y uso de nuevas tecnologías que la sociedad global requiere.

De hecho, los actores no estatales están siendo pioneros en el desarrollo de las nuevas estrategias de comunicación e influencia, técnicas de public engagement y creación de oportunidades de diálogo. También han incorporado y maximizado el uso de las nuevas tecnologías y de las redes sociales que han convertido en su medio de conexión habitual con los públicos internos y externos. En el caso de los actores tradicionales, y a pesar de que ha aumentado el interés y la sensibilidad de los ministerios de asuntos exteriores por la diplomacia pública y por los asuntos de comunicación, todavía resulta difícil encontrar los recursos y el personal necesario para incorporar estas actividades con la intensidad que sería necesaria.

Precisamente porque el poder de los actores no estatales depende en buena medida de las relaciones que establezca con otros actores, del respaldo que obtenga de los ciudadanos y de la percepción social que su reputación genere, han puesto de manifiesto la importancia de las estrategias comunicativas. Estas estrategias deben favorecer tanto la calidad del contenido del mensaje como cultivar la credibilidad del sujeto o institución que lo difunde

Referencias

– TUCH, H.N., Communicating with the world, St Martin’s Press, New York, 1990.

– GREGORY, B., “American Public Diplomacy: Enduring Characteristics, Elusive Transformation”, The Hague Journal of Diplomacy, 6, 353, 2011.

– MELISSEN, J., The New Public Diplomacy. Soft Power in International Relations, Palgrave-MacMillan, New York, 2007.

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