Melvin Peña@mpena, consultor en comunicación

Digámoslo sin muchas vueltas: sí, los debates electorales presidenciales son parte del espectáculo político electoral y del negocio de la televisión, primero, y después de todos los medios de comunicación, que se benefician de su eco.

En términos generales, los debates electorales no cambian los resultados electorales previsibles. Pero si las elecciones están muy reñidas, un golpe de efecto en el debate, una caída por el “foso de la orquesta”, un gesto desafortunado, una pérdida de los estribos, y, sobre todo, una frase fulminante asestada por el contrario podrían liquidar al otro contendiente.

Sí, los debates electorales aumentan el rating de la televisión como un mundial de futbol.

Sí, los debates electorales aumentan con creces la emoción en una campaña electoral.

Sí, después de los debates electorales, lo que queda es lo anecdótico y poco más.

Pero, también es verdad, sí, que allí donde hay debate, hay mayor participación en las votaciones.

Un debate electoral es de las pocas oportunidades que tienen los votantes para ver a su posible mandatario actuando bajo presión extrema antes de elegirlo.
El debate electoral es de las pocas situaciones donde la coreografía de campaña puede perder el control, y es de esas apreciadas circunstancias en las cuales los candidatos se ven forzados a acudir alguna vez a su espontaneidad, a mostrar su verdadera personalidad.

La televisión desnuda

Después de la emblemática serie de cuatro debates entre Nixon y Kennedy, en 1960, el famoso periodista norteamericano Walter Lippmman calificó a la televisión como “una máquina para extraer la verdad”.

De ahí, en parte, que se masificara la leyenda de que para quienes oyeron los debates por radio, ganó Nixon, un político al que siempre le persiguió la fama de mentiroso, pero para quienes los vieron en televisión, ganó Kennedy.

Es difícil mentir ante las cámaras, y Nixon era un político mentiroso, irremediablemente, por encima del promedio en el escenario norteamericano, como lo demostró el triste final de su carrera política.

Precisamente por “la desnudez” a la que están expuestos los contendientes en el debate electoral presidencial, este enfrentamiento televisivo ha sido considerado como un reality show de la política, el show político donde “los trapecistas” caminan sobre la cuerda sin red.

Es esta confrontación lo más parecido a una entrevista de empleo para contratar al máximo ejecutivo de una nación. Es el debate electoral una feria de productos políticos donde se pueden ver lo mejor y lo peor de cada oferta en un mismo lugar y un mismo momento, por lo que facilita al ciudadano el ejercicio de elección.

El debate hace mejores a los candidatos y a los presidentes

“La gente tiene derecho a conocer todo lo que se pueda para comparar entre candidatos y tomar después decisiones”, comentó Ronald Reagan en una entrevista con el famoso moderador de debates en Estados Unidos, Jim Lehrer.

El también republicano Bob Dole, rival de Clinton en 1996, admitió en alguna intervención pública que “el debate exige gran preparación y hace los candidatos mejores”. Y el mismo Clinton fue más lejos cuando aseguró: “Estoy convencido de que los debates me ayudaron a ser mejor presidente”.

El debate presidencial no sólo es beneficioso para los ciudadanos, porque les permite votar de forma más ilustrada, con mayores elementos de juicio, sino también para los candidatos, como lo certifican estas experiencias contadas por veteranos ex presidentes y ex candidatos estadounidenses.

Estos careos ayudan a fortalecer los liderazgos emergentes y los “terceros en la pelea”, que al participar en esas discusiones televisadas tienen una exposición de alcance nacional, y a veces internacional, que de otra forma no tendrían.

Los debates electorales, con toda y su parte frívola, ayudan a fortalecer el liderazgo nacional como un todo y la calidad de la democracia.

La confianza, materia prima de los debates

Si lo debates electorales presidenciales tienen tantas bondades como se ha dicho antes, ¿por qué no se han realizado nunca en algunos países, como por ejemplo República Dominicana, o no se realizan de forma sostenida en España, a pesar de ser aclamados por la opinión pública?

En esencia, estos debates no se realizan nunca o no se realizan de manera institucionalizada por falta de confianza. En sociedades de baja confianza, cada vez que se aproximan las elecciones presidenciales se discute intensamente si “esta vez” habrá o no debate entre los candidatos.

El periodista español Manuel Campo Vidal, quien ha sido el moderador de la mayoría de los debates que se han realizado en España, comparte las claves para hacer realidad este espectáculo electoral y mediático en su libro “La cara oculta de los debates electorales”. A su juicio, para que los debates sean posibles, es imprescindible que se eslabone una “cadena de confianza”, que implique, como mínimo:

1. Que el candidato confíe en sí mismo, en que puede salir airoso, que tiene algo que ganar. Si no, no se expondrá.
2. Que el entorno del candidato también confíe… en su “púgil”, en que debatiendo no arriesgará lo más por lo menos…
3. Que los partidos confíen en la cadena de televisión o en la entidad que organice el evento.
4. Que confíen en el moderador del debate las partes y los actores implicados
5. Que confíen en el realizador de televisión todas las partes.

“Es fundamental encontrar un moderador que no crea que es el protagonista del momento”, ni que tome partido, explica Campo Vidal. También que el realizador de televisión haga tomas dignas del candidato, especialmente los planos de escucha, es decir, cuando el candidato no habla, sino que presta atención a su oponente o al moderador.

Para que se concreten los debates, allí donde hay resistencia en uno o dos de los candidatos punteros, es imprescindible la perseverancia del organizador, quien deberá insistir hasta encontrar soluciones a las objeciones y hasta a los caprichos de las partes enfrentadas en una pugna electoral.

Cuenta Campo Vidal en el citado libro cómo a veces hubo de permanecer hasta un año trabajando en el convencimiento y negociación de un debate, cabildeando ante los candidatos y sus respectivos equipos y usando intermediarios entre las partes, antes de que pueda lograr que el acto, efectivamente, se dé.

Negarle la oportunidad al retador

No sería extraño que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, no quisiera “elevar” la estatura de los tres nuevos y noveles líderes de la oposición española (Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera) “concediéndoles” la oportunidad de debatir con el veterano político, presidente del Gobierno español, líder del PP y seguro candidato de su partido, en las próximas elecciones presidenciales de España.

Sin embargo, esto no significa que haya que descartar la posibilidad del debate en el escenario electoral español. A juzgar por las experiencias contadas por Campo Vidal, cuanto más temprano se empiece a cabildear y a presionar públicamente por un debate presidencial, habrá mayores posibilidades de que ese intercambio se dé. Temprano no es para unas elecciones que se prevén para el último trimestre de este año, pero ningún esfuerzo es en vano, si se hace por ilustrar mejor a los ciudadanos sobre sus opciones electorales; por facilitarles la toma de decisión documentada; por fortalecer los liderazgos emergentes y las capacidades del potencial presidente –aunque se trate de una reelección- y por aumentar y vigorizar la democracia.

Y, sí, admitámoslo también, ningún esfuerzo es en vano por aumentar el rating y la inversión de publicidad, que también son buenos y legítimos motivos para hacer posible la realización del primer debate electoral presidencial de España en un escenario insólito de “tetrapartidismo”.

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