Por Albert Medrán, @medri Director de comunicación de Change.org en España. Ha trabajado en la campaña de Hillary Clinton.

Lo viejo acabó de morir y lo nuevo acabó de nacer a las nueve de la noche del martes ocho de noviembre de 2016. Pensilvania dejó de ser un estado azul para convertirse en rojo. El midwest se perdía y en el búnker de campaña de Clinton ya apenas se celebraban los nuevos estados azules. Ese día murió el mundo que podía aún sostener una campaña clásica y nos dimos de bruces con el nuevo mundo que las redes, la globalización y la inmediatez llevaban años alumbrando. Un mundo en el que ganar los debates, ganar las razones o liderar las encuestas ya no sirve de mucho.

Me incorporé al equipo digital de la campaña de Hillary Clinton a 24 días de las elecciones. Viví la euforia por una campaña que finalmente empezaba a respirar tranquila. Porque confiar en ganar siempre lo había hecho. Vi cómo se defendía con uñas y dientes de las acusaciones del FBI. También viví la desolación tras la derrota. Y son precisamente las consecuencias emocionales de esa derrota las que llevarán a los demócratas, más pronto que tarde, a cambiar el rostro de los Estados Unidos. El nueve de noviembre empezó el rearme de los progresistas en Estados Unidos.

¿Por qué creo que todo empezó el nueve de noviembre? Porque el partido dio respuestas del viejo mundo que ya ha muerto a un mundo nuevo que ha nacido. Pero la buena noticia, para los demócratas, es que el capital que acumula una generación entera de campaigners y organizers, de una extrema juventud, florecerá muy pronto. La sede de campaña de Clinton, situada en uno de los mejores barrios de Brooklyn, estaba llena a rebosar de talento. Sus dos plantas estaban copadas de la próxima generación del liderazgo del partido. Una generación que hace de la igualdad, los derechos humanos, la lucha contra la pobreza y la acción contra el cambio climático sus valores. Valores que son apoyados por la mayoría de los norteamericanos. Porque Clinton ha ganado la elección… aunque no haya ganado la presidencia.

Valores de un nuevo mundo que ya ha nacido y que Trump no solo pone en duda, sino que representa justo lo contrario. Este capital que se manifestaba durante la campaña en una visión optimista y sin límites, hará que la oposición de la calle sea todo lo convincente que la candidata no pudo ser. Todo ese capital llevará, más pronto que tarde, a una mujer a la Casa Blanca.
Estados Unidos está cambiando. La muerte de ese viejo mundo hará que cuando el nuevo deje de ser un niño y llegue a la adolescencia, cambie para siempre. Y seguramente uno de los mayores errores estratégicos de la campaña de Hillary haya sido creer que la estructura demográfica ya había cambiado lo suficiente. O que la alianza de minorías, a lo Pedro Sánchez, daría una mayoría. No ha sido así. Trabajando en el equipo que fue la voz de Hillary Clinton en español ví algo impresionante. El mundo latino y en castellano en Estados Unidos tenía un papel muy relevante en la campaña. Por primera vez, una campaña presidencial se contaba íntegramente en español y pensando realmente en los latinos. No era un elemento a tachar en una lista. No fue un exotismo. Ni mucho menos una táctica electoral. Los valores de esa generación que cree que los Estados Unidos deben ser una nación diversa se ejemplifican en ello. Hoy los latinos son el 17% del censo. Pero es una minoría en crecimiento. Esto cambiará, posiblemente, el color de algunos estados en un futuro no muy lejano. La presencia de latinos en el corazón de la campaña de Hillary era increíble. Los demócratas han puesto los pilares que permitirán edificar nuevas mayorías contando con los latinos. La campaña de Hillary fue precoz. Fue osado creer que se podría ganar sólo con ello. Pero las bases que se han puesto serán muy relevantes en los próximos años. Con el potencial de cambio en policies que esto podrá tener y con un presidente marcadamente xenófobo en la Casa Blanca.

Ojo a los datos. En 2016 se batió un récord de registros electorales. Más de 200 millones de personas. Nunca antes tanta gente había estado registrada para votar en Estados Unidos. La campaña de Clinton hizo bien en jugar la carta de la movilización y hacer todo lo posible para llevar más gente a las urnas. Seguramente la operación en Florida hubiese brillado como merecía el trabajo realizado sin los votos cosechados por terceros partidos. El campo de pruebas de lo que está por venir. La campaña de Clinton apostó mucho por el registro del voto y entendió que la clave era la movilización. Estados Unidos debe ponerse ante el espejo y observar cómo sus leyes electorales dificultan la participación. Dos de los tres estados que le hicieron perder la elección a Clinton -Michigan y Pensilvania- aún no tienen voto temprano. ¿Hubiese resistido Pensilvania con un operativo de early voting como el de otros estados? ¿Fue otra vez una campaña precoz en el planteamiento y corta en el resultado?

La participación electoral va a ser la clave en el futuro. Y más aún si los demócratas quieren que ese futuro sea azul. Los demócratas deben darle forma a esa alianza que Clinton intuía y va a tener que plantear estrategias más osadas, con liderazgos que entusiasmen más… y planteando reformas legislativas que premien la participación. Una de las cosas que más me sorprendió de la campaña fue el inmenso operativo para, no ya movilizar, sino proteger el voto. Un país en el que no todos han podido votar por el color de su piel, el miedo y las barreras para poder ejercer un derecho tan democráticamente sagrado, es increíble. Los abogados toman la oficina. Las operativas para ayudar, proteger y aconsejar al que le vulneran su derecho es simplemente inconcebible en nuestro país.

Trader Joe’s es un supermercado muy querido por muchos norteamericanos. Productos de cierta calidad a precios aceptables. Mucho producto orgánico. Diseño y experiencia del consumidor. Hoy pertenece a la alemana Aldi. En Brooklyn sólo hay uno. Es un antiguo banco inmenso. En él trabajan 200 personas. Cierra a las once de la noche. Está siempre lleno. De hecho, una decena de trabajadores se encargan de organizar la cola para pagar. Cola que juega a la serpiente del Nokia por los pasillos del local. Al llegar, un palo de cuatro metros de altura te permite saber por dónde va la cola. El nueve de noviembre, cuando el nuevo mundo ya había acabado de nacer, estaba desierto. Compré unos raviolis sin hacer nada de cola. La ciudad ese día estaba de luto. La gente se quedó en sus casas. Las bandejas de correo no se llenaron. De ese sentimiento de pérdida inconcebible, de ese shock a gran escala que en la sede de la campaña llegaba a límites inimaginables, nacerá una nueva etapa para los demócratas.

Son una generación joven, diversa y plural. Una generación que ha estado ya trabajando en la Casa Blanca. Conoce cómo funciona el país y saben qué se debe cambiar para no perpetuar la gangrena política. Una generación que no tiene miedo a plantear una alternativa política con convicciones profundas. Que sabe que el lugar de una mujer es la Casa Blanca. Y que conseguirá cambiar la presidencia para siempre.

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