Por María Sol Borja, @mariasolborja

Desde los días previos a la llegada del Papa Francisco, el Gobierno del Ecuador desplegó una campaña de comunicación política importante que se centró en un intento permanente de vincular algunas medidas adoptadas por el régimen con declaraciones del Papa Francisco, sobre diferentes temas.

Las piezas más polémicas fueron las vallas ubicadas a lo largo de las vías principales de Quito y Guayaquil; en ellas, el rostro sonriente del Sumo Pontífice aparecía a la izquierda, rodeado por un círculo cromático, fragmentado en mosaico que completaba una especie de marca país adaptada a la circunstancias. Las frases que acompañaban cada valla parecían justificar alguna premisa del régimen: “Debe exigirse la redistribución de la riqueza” -aunque la declaración original del Papa era “distribución”, no “redistribución”- se leía en una, mientras empresarios y ciudadanos cuestionaban en las calles la Ley de Herencias, impulsada por el régimen y en stand by por la visita papal.

En este sentido, los memes no se hicieron esperar y se “viralizaron” en redes sociales, utilizando la misma imagen que se había adoptado para identificar la visita del Papa a Ecuador pero cambiando las frases originales por otras burlescas.

Ya a su arribo, las palabras del primer discurso del Papa latinoamericano fueron interpretadas a conveniencia. “El pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad”, dijo Francisco y enseguida el gobierno la posicionó como una referencia a los cambios políticos y sociales en Ecuador, mientras que la oposición la difundió como si el Papa se hubiese referido a las protestas de los días previos a su llegada.

Esa tónica de interpretación al gusto político de cada quien siguió con cada palabra pronunciada por el Sumo Pontífice como si de una batalla en el ring se tratase y los puntos los ganaba quien mejor posicionara las frases del Papa a su conveniencia política.

Los políticos aprovecharon además para llevar a sus madres, abuelas e hijos a todos los actos posibles para que el Papa pudiera bendecirlos o, por lo menos, estrecharles la mano. Las imágenes de la Presidenta de la Asamblea tomándose una selfie con el Papa; el Presidente del Consejo de la Judicatura con su hijo en brazos, extasiado al saludar y despedir al Papa; los Ministros entregando objetos para ser bendecidos fueron algunas de las “ocurrencias” más cuestionadas. Cada encuentro parecía una orquesta desafinada. Molesta a la vista, molesta al oído.

En un país con 80% de católicos, los medios de comunicación desplegaron todos sus esfuerzos en la cobertura de la visita papal, sin que eso significara una cobertura de calidad. La televisión transmitió el minuto a minuto, en vivo. Los periodistas de televisión narraban exactamente lo que las imágenes transmitían, aportando poco o nada de información adicional, sin contexto, sin mirada crítica, sin profundidad. La mayoría demostraba abiertamente una pasión católica desmedida, con gritos incluidos, cada vez que el Papa bendecía o saludaba. Se evidenció una falta de contenidos complementarios y un exceso de devoción. El periodismo estuvo de rodillas ante un ídolo religioso. Poco o nada se habló de los abucheos en contra del régimen o de los ciudadanos coreando “Fuera Correa, fuera”, aprovechando los espacios masivos en los que se encontraron para ver pasar el Papa Móvil o recibir la bendición papal.

Durante cuatro días, el país osciló entre la reverencia del periodismo a un líder religioso y la interpretación del discurso papal adaptada al gusto y conveniencia de una clase política desgastada e incapaz de dialogar.

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