Daniel Eskibel, @danieleskibel maquiaveloyfreud.com

Primitivo. Salvaje. Bestial. Simple.
Así es el cerebro de reptil dentro del ce­rebro humano.

¿Cerebro de reptil?
Sí. Tenemos una estructura cerebral cuyo campamento se ubica en el tronco cerebral y que es sorprendentemente igual al cerebro de los reptiles. Una estructura que está al mando de nuestra vida mental más primaria: violencia, ritua­les, autoridad, reproducción, defensa del territorio, necesidades básicas…

Sus impulsos son elementales. Atacar y huir. Alimentarse. Reproducirse. Defender su espacio. Respetar las jerarquías. Doblegarse ante el poderoso. Dominar al débil. Sobrevivir del modo que sea.

Impulsado por su cerebro de reptil, el ser humano actúa rápida y mecánicamente. Con conductas automatizadas y rituales que perviven a lo largo de los siglos, casi inmunes a los cambios. Y busca satisfacer sus necesidades de un modo ciego, violento e inmediato. Ya dije que es primitivo ¿no?

Impulsivo. Emocional. Conflictivo. Social.
Así es el cerebro de mamífero dentro del cerebro humano.
¿Cerebro de mamífero?
Sí. Porque también tenemos una estructura cerebral basada en el cerebro medio que es virtualmente idéntica al cerebro de cualquier mamífero. Una estructura que controla ni más ni menos que nuestras emociones.

Conducido por su cerebro de mamífero, el ser humano siente miedo, tristeza, felicidad, asco, desprecio, enojo, sorpresa. Y vive en manadas, y su comportamiento se vincula indisolublemente con el de su manada.

Inteligente. Imaginativo. Creativo. Sutil.
Así es el cerebro propiamente humano dentro de nuestro cerebro.

¿Cerebro propiamente humano?
Sí. Tenemos una estructura cerebral de aparición más tardía que las anteriores y con base en la corteza cerebral. Una estructura más evolucionada y que nos permite conductas imposibles para cualquier otra especie del planeta.

Inspirado por este cerebro más avanzado, el ser humano produce lenguaje verbal, arte, ciencia, filosofía, espiritualidad, cultura.

No tenemos un solo cerebro sino tres
Tres cerebros en uno.
Cerebro humano, cerebro de mamífero y cerebro de reptil.

Tres supercomputadoras biológicas. Cada una con su propia lógica y con su modo propio de funcionar. Cada una bien distinta de las otras dos. Tres supercomputadoras que a veces funcionan con cierta armonía, a veces en paralelo y a veces en flagrante contradicción.

Todos llevamos dentro un antiquísimo reptil que nos mueve. Todos llevamos dentro, además, un viejo mamífero que nos impulsa. Y todos llevamos dentro un evolucionado ser humano que nos inspira.

Todos.
El candidato. El gobernante. El político. El votante. Tú que estás leyendo. Yo que estoy escribiendo.

Ese cerebro uno y trino determina el voto, la comunicación, los liderazgos, las medidas de gobierno, las decisiones, las candidaturas.

Por eso necesitamos la Psicología Política para comprender la política y para operar en política.

Maquiavelo y Freud en el siglo 21

Nicolás Maquiavelo nació en Florencia en 1469 y fue activo protagonista de la vida política de aquella ciudad-estado hasta su muerte en 1527. Fue funcionario público, diplomático, filósofo y escritor. Y podríamos decir que construyó el rol social del analista y del consultor político.

Sigmund Freud nació en 1856, vivió casi toda su vida en Viena y falleció en 1939. Fue un destacado científico, médico y crea­dor del psicoanálisis. Su descubri­miento de la vida psíquica inconsciente cambió para siempre la psicología e influyó poderosamente sobre la cultura de todo el siglo XX.

Ni Maquiavelo ni Freud se ajustaron a sus respectivas caricaturas. Son figuras de enorme trascendencia que no se reducen al estrecho espacio en el que cierta vulgarización busca recluirlos. Ambos fueron hombres de su tiempo, destacados y lúcidos, que abrieron caminos insospechados hacia el porvenir.
¿Por qué Maquiavelo y Freud? ¿Por qué ahora, en pleno siglo XXI? ¿Por qué recor­darlos sin ser “maquiavélicos” ni “freudia­nos” en los sentidos más vulgares de estos términos? ¿Por qué buscar su (casi) imposible encuentro?

Porque la reunión de estos dos nombres sintetiza rápidamente un concepto: la psicología iluminando la práctica política. Arrojando luz sobre ella no solo para comprenderla mejor sino fundamentalmente para operar mejor sobre ella.

La Psicología Política es una disciplina que estudia la toma de decisiones políticas y que surge en una zona de confluencia entre la Psicología y otras ciencias humanas y sociales. Es esencial para comprender la psicología del votante, para saber cuándo, por qué y cómo decide su voto. Pero además es clave para comprender la psicología del político, la psicología del candidato y la psicología del gobernante.

Por si fuera poco, la psicología política es una formidable herramienta para mejorar la comunicación política y para hacer campañas electorales más efectivas.

Breve historia de la Psicología Política

El primer trabajo sistemático sobre psicología política fue publicado en 1910 por Gustave Le Bon y se tituló Psychologie Politique. Le Bon ya concebía que la psicología política no era solo una disciplina teórica y académica sino que además era una ciencia que podía ayudar a corregir una gran cantidad de errores políticos prácticos.

El concepto de psicología política reapareció en 1924 en un trabajo de Charles Merri­am. Su discípulo Harold Lasswell sería luego considerado el padre de la psicología política a partir de una serie de libros pu­blicados luego de 1930, el primero de los cuales sería Psychopathology and politics.

En 1950 Theodor Adorno publica uno de los primeros grandes clásicos de la psicología política: La personalidad autoritaria. A partir de sus propios estudios, Adorno cons­truyó una herramienta práctica: la Escala F (un test psicológico para medir prejuicios y tendencias anti-democráticas).

En 1960 Angus Campbell publica otro clásico que de alguna manera fija los estándares para posteriores estudios en psicología política: The American Voter.

Durante la segunda mital del siglo XX la psicología política se expande por el mundo, surgiendo especialistas de la talla de José Luis Pinillos en España o de Ángel Rodríguez Kauth en América Latina. Ya a fines de la década de los 70 se crea la primera organización que nuclea a los especialistas en psicología política de todo el mundo: la International Society of Political Psychology (ISPP).

También en los 70 se publica el Manual de psicología política de Jeanne Knutson. Luego van apareciendo otras publicaciones de referencia: en 1979 la revista de ISPP Political Psychology, en 1986 Psicología política de Margaret Hermann, en 1988 Psicología política de Seoane y Rodríguez, en 1990 la revista española Psicología política dirigida por Adela Garzón, en 2002 la revista Cahiers de Psychologie politique dirigida por Alexandre Dorna, en 2003 Psicología política de Sears, Huddy y Jervis…

El siglo XXI encuentra a la psicología política integrando los programas académicos formales de numerosas universidades y produciendo una vasta cantidad de trabajos de investigación. Asimismo el campo de la psicología política sigue expandiéndose en diversas direcciones, estudiando el comportamiento electoral, los fenómenos grupales y de masas, los liderazgos, la influencia de los medios de comunicación, la violencia política, la psicología del votante, la psicología del político, la comunicación política y otros temas vinculados.

¿A qué responde el surgimiento de la Psicología Política?

Como ya vimos, y más allá de algunos trabajos previos que fueron pioneros, hay cierto consenso en el mundo académico en situar el comienzo de la Psicología Política a mediados del siglo XX.

¿Por qué en ese momento? ¿Qué estaba ocurriendo?
Pues nada menos que una profunda transformación del papel político de los medios masivos de comunicación.

La radio ya había sido usada en materia política (recuérdese por ejemplo el enorme papel de los mensajes de De Gaulle desde la BBC de Londres durante la Segunda Guerra Mundial).

También el cine (desde el «realismo socialista» impulsado por Stalin a cierta cinematografía alemana inspirada en Goebbels y Hitler).

Y por supuesto los periódicos (a lo largo de todo el siglo XX, y con especial criterio a partir de la «Iskra» de Lenin, una publicación concebida como agitadora, propagandista y organizadora de masas).

Pero la televisión fue el gran salto adelante a mediados de siglo. Y tal vez el punto de inflexión fue el célebre debate ante cámaras de John F. Kennedy y Richard Nixon, modelo básico para tantos estudios posteriores.

Por otra parte la primera mitad del siglo había sido muy agitada en materia política: dos guerras mundiales, fin de grandes imperios coloniales, revolución rusa, nazis con gran desempeño electoral en Alemania, numerosos países con gobiernos comunistas, varios puntos del planeta con conflictos raciales, revoluciones y golpes de estado triunfantes o fracasados, movilizaciones de masas, guerra civil en España, bombardeo atómico sobre Japón, comienzo de la gue­rra fría y toda una catarata de sucesos que conmocionaron a la humanidad.

Y en el medio de todo esto, millones y mi­llones de muertos, heridos y mutilados.

En síntesis: el mundo político impactaba hondamente sobre la sociedad y producía fenómenos que debían ser interpretados, explicados, entendidos.

Esa necesidad de darle sentido y de comprender los hechos políticos estaría en la base de la demanda social que comenzaría a ser respondida por la naciente Psicología Política. La respuesta comenzó a surgir desde el campo de la ciencia, y más específicamente desde la Psicología.

Anotemos al margen que la Psicología es una ciencia, no exacta sino humana o social (aunque no por ello menos rigurosa). Una ciencia con su propio objeto de estudio y su propia metodología.

Una ciencia que ya entonces abría ramificaciones para estudiar los comporta­mientos de las masas, los grupos humanos, las ins­tituciones sociales, los procesos de socialización, la comunicación verbal y no verbal, la toma de decisiones, la percepción, los liderazgos… Todos temas de gran importancia a la hora de intentar comprender los fenómenos políticos.

Recapitulando: a mediados del siglo pasado ya existía una demanda social para intentar comprender los fenómenos políticos, ya comenzaba una explosión de novedades en materia de ciencia y tecnología, ya existía una ciencia consolidada como la Psicología, y la misma ya apuntaba (aunque fragmentariamente) hacia temas vinculados al campo político. De este estado de situación surgió la Psicología Política.

De la academia a la práctica política democrática

Maquiavelo, que tal vez no era tan maquia­vélico, caminaba por las calles de Florencia a finales del siglo XV y principios del XVI. Freud, que tal vez no era tan freudiano, caminaba por las calles de Viena a finales del siglo XIX y principios del XX.

Parecía (casi) imposible que sus pasos se juntaran.

Pero a mediados del siglo 20 surgió la psicología política y comenzó un largo proceso de sacudir rutinas.

Hay una inmensa riqueza teórica en esta materia. Inmensa. Pero frecuentemente está recluida en ámbitos estrictamente académicos y circula solitariamente en el circuito cerrado de las publicaciones científicas. Además de estrecha, su circulación está encriptada en el oscuro código de la academia.

Por eso es necesario desencriptar la psicología política y ponerla al alcance de políticos, publicistas, jefes de campañas electorales, directores de comunicación de partidos y gobiernos, consultores políticos, asesores, gobernantes, opositores, periodistas, organizaciones sociales y apasionados por la política en general.

Cuántos más sectores sociales comprendan las claves de la psicología política mejores serán la práctica política, la comunicación política, la vida democrática, la libertad personal y colectiva, la indepen­dencia de criterio y la toma de decisiones políticas por parte de políticos y ciudadanos.

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