Hace unos días la revista estadounidense Politico, ante la próxima publicación de las memorias de Hillary Clinton el 10 de junio, se preguntaba en un artículo “¿Por qué los libros de los políticos son tan terribles?”, y daba las claves por las que no debíamos molestarnos en leerlos.

En clave de humor apuntaba ocho consejos que podía seguir cualquiera de nosotros para escribir un libro de campaña con ejemplos de textos publicados recientemente:

1. Mezcle un torrente de metáforas.

2. Sea grandioso acerca de su elección como candidato.

3. Apunte alto con el título de su libro.

4. No se preocupe si no cuenta gran cosa, solo siga escribiendo.

5. Felicite a sus lectores.

6. Un romance siempre ayuda.

7. Esté agradecido por una adversidad.

8. Escriba metáforas que inviten a la adivinación.

Aunque el género de biografías políticas está muy reconocido en los países anglosajones, hasta el momento, se solían escribir una vez se abandonaba la carrera política. Sin embargo, ahora, parece que un candidato no puede postularse si no ha publicado antes un bestseller político que le sirva para posicionar su marco narrativo como líder (John McCain se describió como heroico prisionero de guerra y Mitt Romney como el salvador económico).

No siempre ha sido así. Durante gran parte de la historia de Estados Unidos, una autobiografía de campaña electoral era impensable. El aventurero y congresista Davy Crockett escribió la primera (A Narrative of the Life of David Crockett, 1834), pero habría que esperar mucho hasta que otro político se atreviera a seguir sus pasos. Sería el senador John F. Kennedy con Profiles in Courage (1956) -un libro sobre el valor y la integridad, pero donde los protagonistas eran ocho senadores no él mismo-, aclamado por crítica y público que logró que Kennedy fuera conocido a nivel nacional e incluso ganó el Premio Pulitzer en 1957 en su categoría de biografías.

Por tanto, cuando Jimmy Carter publicó Why Not the Best? en 1976, el libro fue celebrado como algo totalmente original como reflejó la crítica de The New York Times: “Jimmy Carter ha ideado una nueva forma literaria, la biografía de campaña escrita como autobiografía por el propio candidato”.

Sin embargo, de la lectura de los libros publicados actualmente, más allá de las promesas del marketing editorial (lo que nunca se atrevió a decir, toda la verdad sobre…, reflexiones francas sobre momentos clave de la Historia, la verdadera historia de…) se desprende que no se trata más que de unas edulcoradas obras donde se mezclan supuestas confesiones, patriotismo, religión, familia y que no aportan nada ni a la literatura ni a la Historia.

Pero sí, parece ser un negocio editorial en Estados Unidos. La ex gobernadora por Alaska, Sarah Palin, recibió 1.250.000 dólares para escribir Going Rogue: An American Life; 800.000 dólares fue la cantidad firmada por Marco Rubio para An American Son y el entonces prometedor pero poco conocido senador Barack Obama, percibió 425.000 dólares por adelantado para La audacia de la esperanza. Si los políticos-escritores reciben grandes sumas de dinero es porque las editoriales tienen garantizado ese reembolso, incluso si el público no los compra, pues las propias campañas electorales les convierten en bestsellers.

Gracias a la Comisión Federal Electoral, desde 1996, se permiten usar fondos de la campaña para comprar miles de copias de los libros del candidato como agradecimiento a los donantes u obsequio en cenas de recaudación electoral (por ejemplo, Palin gastó 63.000 dólares en las copias de su libro ofreciendo ejemplares firmados a los donantes que dieron más de 100 dólares).

En España también los políticos han saltado al negocio editorial y la tendencia de escribir sus memorias, reflexiones políticas y recetas para salir de la crisis ha provocado un “boom” en el que conviven en las librerías los manuscritos de Felipe González (En busca de respuestas, editorial Debate), José María Aznar (El compromiso del poder, Planeta), José Luis Rodríguez Zapatero (El dilema: 600 días de vértigo, Planeta), Pedro Solbes (Recuerdos, Deusto, Grupo Planeta), Miguel Ángel Revilla (La jungla de los listos, Espasa) o José Bono (Les voy a contar, Planeta).

Sin entrar a valorar la calidad y aportación política o histórica de las memorias políticas, lo que sí es cierto -al contrario de Estados Unidos- es que los contratos millonarios y ventas insuficientes abren dudas sobre su rentabilidad. Por ejemplo, José Bono ha firmado un contrato de dos libros por 800.000 euros, por lo que necesitaría vender 165.000 ejemplares de Les voy a contar para ser rentable y tan sólo lleva vendidos más de 30.000 libros. A la crisis del libro se suma otro interrogante, ¿es posible que los libros publicados por la clase política más denostada de nuestra democracia sean un negocio editorial?

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