Por David Redoli@dredoli, Sociólogo y Presidente de ACOP

Todas las instituciones de poder tienen la necesidad (y la obligación, diría yo) de comunicar. Y la Iglesia es una institución de poder. Y, como toda institución telúrica compuesta por humanos, también sufre crisis.

El Vaticano está actualmente inmerso en una de ellas. Emiliano Fittipaldi (Nápoles, 1974) es uno de los periodistas de investigación más rigurosos y controvertidos de Italia. Un día le llegó a Fittipaldi una carta con una relación de propiedades inmobiliarias de la Iglesia en Londres, París y Roma por valor de 4.000 millones de euros. Investigó y consiguió que varias fuentes denunciaran oscuros negocios de la curia vaticana. Lo ha desvelado en varios reportajes publicados por el semanario L’Espresso y recientemente en su libro «Avaricia».

Ante la gravedad de las acusaciones, el papa Francisco se ha enfadado. Y mucho. Y ha subrayado su firme voluntad de aclarar el asunto, entendiendo que el Vaticano tiene el deber de ser mucho más transparente de lo que lo es ahora, dado que el dinero del que dispone pertenece a todos los fieles. Es, sin lugar a dudas, una buena forma de encarar una crisis de esas características: reconociendo el problema, poniendo en marcha soluciones y garantizando el rendimiento de cuentas de forma pública, ante los medios de comunicación. Esta es la gran diferencia del actual papa con sus predecesores: es consciente del poder de la comunicación pública.

Jorge Mario Bergoglio sabe que, para ser eficaz, la comunicación eclesiástica no debe perder conexión con el momento ni coherencia con los significados. Algo especialmente importante en un contexto tan mediático como el actual. Es inteligente concebir así una iglesia moderna. El papa Francisco está consiguiendo lo que parecía imposible: recuperar el interés global por la iglesia católica. Sin renovar demasiado el mensaje, pero sí renovando (enormemente) las formas de comunicarlo.

El papa se quedó a vivir en la modesta Casa Santa Marta (un humilde hospedaje eclesiástico) y no se mudó al lujoso apartamento del Palacio Apostólico del Vaticano. El papa no utiliza el trono de oro, sino un sillón blanco. Francisco lava los pies a una joven musulmana serbia y una católica italiana; y también lava a doce presos en una cárcel de Roma durante el ritual del Jueves Santo. Bergoglio se salta protocolos para saludar y tocar directamente a los fieles. El papa se hace autofotos con feligreses de todo el mundo. Francisco concede numerosas entrevistas, permite que los periodistas accedan a él y no tiene miedo a ser grabado riendo, llorando, sonriendo o enfadado: muestra sus emociones. El papa cuenta chistes, hace bromas. Y se pone muy serio.

El papa ha escrito letras de canciones, como la presentada en la Plaza de San Pedro el pasado Domingo de Ramos, un himno para la paz titulado «Para que todos sean uno«, musicalizado por Odino Faccio. Francisco tiene una fuerte presencia en Twitter, con cuentas en 9 idiomas y casi 11 millones de seguidores (solo en castellano), siendo uno de los líderes internacionales más seguidos en esta red de microblogging. El papa critica públicamente a los curas aburridos y avinagrados. Francisco reforma el Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el «Banco Vaticano», y acuerda con Italia levantar el secreto bancario. Bergoglio se prepara discursos con mensajes directos, nítidos y potentes, como el que dirigió a miles de jóvenes reunidos en Río de Janeiro (Brasil) en julio de 2013, exhortándoles a que hicieran «lío» fuera de los templos. El Papa parece convencido de que la Iglesia tiene por sí el inalienable derecho de comunicar las riquezas (espirituales y materiales) que se le han confiado por disposición humano o divina. Pues bien, tal humano o divino derecho, el de comunicar (y la obligación de hacerlo bien), lo está ejerciendo eficazmente Francisco. Un auténtico liderazgo de alguien que es consciente de que contenidos y comunicación han de ir de la mano, tanto para hablar como para convencer. El auténtico poder de la comunicación pública: decir lo que se hace y hacer lo que se dice.

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