La política personalista se ha expandido por el mundo, acompañada de un discurso populista que encuentra su oportunidad de triunfar en un ambiente de desafección política del electorado y en la manifiesta necesidad de los ciudadanos de ser partícipes de su destino político.

Lorena Arraiz Rodríguez, Profesora de la Universidad Católica de Caracas y fundadora de LaEstrategiCom

“Las razones son esclavas de las pasiones”
David Hume

Esta realidad ha quedado en evidencia claramente en países latinoamericanos como Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia o Argentina. Pero no escapa a la realidad europea y lo vemos en lo que ha ocu­rrido en Grecia, en Francia, en Italia y en la propia España. ¿Qué es lo que ha hecho que el persona­lismo político se transforme en una especie de modelo de Estado que hemos denominado “Populismo del siglo XXI”?

“No es la situación social ´objetiva´ la que influye en el discurso, ni es que el discurso influya directamente en la situación social: es la definición subjetiva realizada por los participantes de la situación comunicativa la que controla esta influencia mutua”, así lo explica Teun A. Van Dijk en su libro Discurso y contexto (2012) y sobre esta tesis de la relación entre el discurso y el contexto social y político basaremos nuestra definición del “Populismo del siglo XXI”, la cual, a su vez, sustentaremos empíricamente con los casos de Venezuela, Argentina y España.

Chávez: La historia de una pasión

La política venezolana, durante cuarenta años, estuvo en manos de los dos grandes partidos políticos que se alternaban en el poder desde la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, en el año 1958: Acció­n Democrática y el partido social cristiano COPEI. Así, el país suramericano se convirtió en un bipartidismo tradicional. Hasta que el 4 de febrero de 1992, un desconocido Teniente Coronel de la Fuerza Armada Nacional venezolana llamado Hugo Chávez Frías, intentó un golpe de estado contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Al ser detenido, este joven militar envía un mensaje televisado, cargado de mucha emoción, anticipando lo que serían sus posteriores 14 años de mandato.

“Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre. Ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse defintivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al Comandante Chávez quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional, es imposible que los logremos. Compañeros, oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su des­prendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este Movimiento militar Bolivariano. Muchas gracias”. Así, Chávez comenzó a ganarse a los venezolanos asqueados de unos políticos distantes de la gente y de unas políticas públicas que solo benficiaban a un sector de la población, pero que excluía a aquellos que tanto mencionaban: “el pueblo”, “los pobres”, las personas que vivían al margen de la población y al margen de las oportunidades de progreso y bienestar.

Hasta que en 1999 aquel militar golpista se convirtió en Presidente, volviendo su discurso hacia los hasta ahora ignorados, haciéndoles creer que ahora ellos serían los protagonistas. No necesitó de grandes obras, sino de discursos plagados de promesas y emociones que los pobres conocían, con los que se identificaron y por eso votaron a aquel militar golpista que se convirtió, de repente, en un héroe. Así, el carismático Hugo Chávez permaneció como Presidente de Venezuela por catorce años. Para llegar a eso no tuvo que hacer mucho esfuerzo: lágrimas, sentimentalismo, religión, promesas de seguirle dando “al pueblo la dignidad que merece”.

Fortaleciendo su discurso populista con conceptos como la esperanza, la fuerza de la unión, “lo que juntos hemos logrado”, Chávez logró su reelección, la última, la más aclamada, la más emotiva, la que quedará para siempre en el recuerdo. “Chávez llega la Avenida Bolívar bajo dos lluvias: una de agua y otra de amor”, tituló un portal de noticias tras el cierre de su última campaña.

Ya bien lo decía Van Dijk (2003) en su libro Ideología y discurso: “Quien controla el discurso público, controla indirectament­e la mente (incluida la ideología) de las personas y, por lo tanto, también sus prácticas sociales” (p.48). Chávez controló el discurso, la mente, la ideología y las accio­nes de todos sus seguidores durante catorce años y aún lo sigue haciendo, pues el poder de frases como “el legado de Chávez” sigue más vigente que nunca, despertando el “amor por el Comandante eterno” y hacien­do que la gente todavía actúe, piense y sienta en función de aquel caudillo venezolano del siglo XXI.

Bien explicaron este asunto Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en su libro Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano (2014): “La imagen de América Latina ha sido deformada por los sectores de izquier­da que todavía esperan una re­surrección del socialis­mos marxista. Lo ocurrido en Venezuela en los últimos 14 años, con el apoyo de la Cuba castrista, revivió los sueños y anhelos que nuestro perfecto idiota creía haber perdido” (p.250).

Rescatar los sueños es uno de los logros más potentes de cada uno de estos “héroes” mesiánicos del siglo XXI, pues pocas cosas movilizan más a una persona y a un electorado que sentir que le toman en cuenta, que es importante, que es necesario, que es parte protagónica de la historia. Y eso supo hacer Chávez: incluir a los excluídos, hacerles creer que eran importantes.

La pasión de Chávez no se fue con él a la tumba. Todo lo contrario, creció y se enardeció en sus “fieles” que, con devoción religiosa fueron un mes después de su muerte, como una cofradía, a depositar su última confianza, su fe, su esperanza y su amor en una urna electoral para cumplir “la última voluntad del Comandante Eterno”. Y entonces, Nicolás Maduro se hizo Presidente.

Argentina: De “Santa Evita” a CFK

Néstor Kirchner y Cristina Fernández han logrado “que una década de la vida de su país lleve como sello la undécima letra del alfabeto. Hay un “gobierno K”, una “economía K”, hasta una forma de comportarse “K” (…) No es un logro menor. Ni siquiera la figura política que más marcó al país a lo largo del siglo XX, Juan Domingo Perón, pudo convertirse en una letra que lo dice todo” (Apuleyo Mendoza, Monta­ner y Vargas Llosa, 2014:143).

El Peronismo en Argentina es un hito que divide a los gauchos en dos: “Sos pero­nista o sos antiperonista”. Al menos así era en los años 70 del General Perón y su querida -u odiada- Eva. Durante varios años se consideró que nada podría nunca superar el peronismo. Incluso durante la época de Néstor Kirchner (2003-2007) cuando faltaba euforia colectiva, motivación, pasión. Hasta que, en 2010 este último fallece y su esposa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se convierte en protagonista del resurgimiento del peronismo, producto de la mezcla de emociones en la sociedad argentina y del discurso emotivo de la viuda y Presidenta, CFK.

“El 28 de octubre de 2007 los argentinos eligieron como presidenta de la Nación a Cristina Fernández de Kirchner, senadora nacional por el Frente para la Victoria (FPV) y esposa del entonces presidente Néstor Kirchner (…) Los comicios de 2007 se dieron en un contexto signado por la crisis del tradicional bipartidismo que caracterizó al sistema de partidos en la Argentina durante el siglo XX” (Riorda y Farré, 2012:47). Vemos entonces que el bipartidismo también era un elemento presente en la Argentina de los Kirchner; un elemento, por demás, impulsor de los principales y más importantes cambios en la política mundial.

Así, en la campaña para las elecciones de 2011, Cristina supo ganarse al electorado emocionándolo. El dolor sincero por su reciente pérdida le sirvió de táctica y estrategia para atraer a más y más argentinos hasta lograr una victoria del 54% de los votos. La gente no votaba por el pero­nismo o el no peronismo. Ni tampoco por Néstor. La gente la votó a ella, a la mujer que “a pesar de su inmenso dolor, llevó las riendas del país”.

Como buena oradora política, CFK también ha sabido enfocar su discurso en la emoción mucho más que en la razón. En esa misma campaña, marcada por su reciente pérdida, ha hecho uso de la “fuerza” como lema y engranaje de su discurso. La fuerza del amor, la fuerza de la patria, la fuerza de “Él” (haciendo alusión a su fallecid­o esposo y ex presidente argentino Néstor Kirchner), le dieron un tono conmovedor a su figura que, además, venía con la “fuerza de la mujer”. Cristina ha sabido matizar sus políticas de gobierno con discursos emotivos y así ha logrado la victoria. Tanto, que aunque no pueda competir por la Casa Rosada en octubre próximo, es la gran protagonista de esta campaña. Los argentinos votarán al candidato al que CFK le levante la mano. Ese es su poder.

La nueva izquierda española

“Deformar la historia ha sido en España muy propio de cierta izquierda pero también de cierta derecha con visos extre­mistas. No nos referimos solo a la manera en que unos y otros reviven a veces los viejos y profundos rencores guardados en los desvanes de la memoria tras la guerra ci­vil. Hoy vemos una deformación más grave que a ambos les sirve como sustento de un nacionalismo cerril” (Apuleyo Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 2014: 252).

El bipartidismo español agotó la paciencia y la esperanza de los españoles en mayo de 2011, una semana antes de las eleccione­s autonómicas, para ser exactos. El domingo 15 de mayo (15M) cientos de ciudadanos se apostaron en las plazas de toda España a exigir un cambio ya. No más PP, no más PSOE, no más recortes, no más crisis.

“´Somos hijos de 15M porque somos hijos de esta experiencia histórica´, aseguró en Madrid la portavoz Simona Levi en refe­rencia a la corriente de ‘los indignados’ (…) Aquel movimiento, que durante un mes ocupó la céntrica plaza de la Puerta del Sol de Madrid, se convirtió en símbolo del hartazgo popular hacia las élites políticas y financieras en un país donde, pese a la crisis, el malestar social se había manifestado poco hasta entonces” (Diario El Informador de México, 09 de octubre de 2013).

Cuatro años más tarde, esa población que dejó de sentirse representada por el bipartidismo, encontró un nuevo líder, un profesor universitario que convirtió esa frustración en un discurso de inclusión y esperanza, pero, tal como hizo Chávez en Venezuela, se aprovechó del resentimiento de los “indignados”.

Así, en España el discurso populista está claramente identificado en el personaje que ha asumido interpretar Pablo Iglesias, con su “Podemos”. Nada más el nombre del partido que ha fundado, lleva mucho de emoción y muy poco de razón. Un hombre que se para frente a la multitud de una España golpeada por la corrupción y la desafección, con un discurso emocional, tiene mucho que ganar y también mucho que perder. «Hacen falta soñadores valientes que se atrevan a defender a los de abajo. Hacen falta más Quijotes», dijo Pablo Iglesias el pasado mes de febrero. ¿No es este un discurso emotivo, capaz de movilizar a quienes hace ya tiempo dejaron de sentirse representados en el PP y el PSOE? Tiene la España de hoy el reto que ha tenido América Latina en los últimos 15 años, de revertir el poder de la emoción para que triunfe la razón y entonces la victoria no sea pírrica y fugaz.

Personalismo

Nos hemos paseado por estos tres escenarios para ver más de cerca lo que ha significado el personalismo en la política actual y también cómo estos personajes han hecho uso de un discurso populista para llegar y mantenerse en el poder. El “Populismo del Siglo XXI” tiene mucho de emoción y poco de razón. Pero tiene, sobre todo, a una ciudadanía cansada y asqueada, lo cual puede concederle una victoria a todo aquel que se presente como “El Mesías”.
En definitiva, podemos concluir que la crisis del bipartidismo, el mesianismo y las ansias de participación de los ciudadanos dan origen a líderes personalistas como Chávez, CFK e Iglesias, quienes, a su vez, tienen un manejo discursivo capaz de manipular las mentes y las acciones de sus seguidores, como quien hipnotiza a alguien y le hace cometer cualquier locura que después no puede recordar. Esto, es el “Populismo del siglo XXI”.

Bibliografía

– MENDOZA, Plinio Apuleyo; MONTANER, Carlos Alberto y VARGAS LLOSA; Álvaro. “Últimas noticias del nuevo idiota ibero­americano”, Editorial Planeta Colombiana, S.A. 2014. Bogotá.

– RIORDA, Mario y FARRÉ, Marcela. “¡Ey, las ideologías existen!”, Editorial Biblos, 2012, Buenos Aires.

– VAN DIJK, Teun A. “Ideología y discurso”, Editorial Ariel, 2003, Barcelona.

– VAN DIJK, Teun A. “Discurso y contexto”, Editorial Gedisa, 2012, Barcelona.

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