Por Ignacio Martín Granados
Hace unos días, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se convertía en el foco de la polémica al entrar en directo en el programa “Sálvame” (Telecinco) -líder de audiencia en su franja horaria- para defender la postura de su partido sobre el Toro de la Vega. Además, esa misma noche asistiría al programa de entretenimiento “El Hormiguero” (Antena 3), en prime time, y también lo haría días mas tarde en el espacio de entrevistas del peculiar Risto Mejide, “Viajando con Chester” (Cuatro).
¿Debe un político asistir a este tipo de programas televisivos? Lo cierto es que la pregunta no es nueva ya que en su día otros desfilaron por los estudios de televisión: Esperanza Aguirre en “El programa de Ana Rosa”, José Blanco en “La Noria” y un habitual de los platós es el ex presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, por citar sólo algunos.
La presencia del nuevo jefe de la oposición responde a una calculada estrategia de comunicación para dar a conocer a su líder, diferenciándole del resto de políticos, que reconecte al PSOE con sus votantes.
La televisión sigue siendo el medio de mayor penetración en la sociedad y llega a audiencias muy distintas. El hecho de aparecer en programas diferentes a los informativos -hábitat natural de la información política-, supone un riesgo, pero tiene el beneficio de poder colocar nuestro mensaje de forma empática y amena a un público que no sigue habitualmente la política, mostrar la faceta más personal del candidato, saliéndose del guión tradicional y dirigiéndose a la audiencia en su lenguaje, buscando una relación cercana con los ciudadanos, allí donde se encuentran, para ganarse su confianza. Si embargo, mostrarse de manera espontánea no significa que no se vaya bien preparado a estos espacios, con las intervenciones y mensajes bien trabajados.
Para tener éxito en este tipo de programas es fundamental saber gestionar los tiempos y ser cuidadosos en las apariciones públicas, no abusar, y adaptar el discurso político a todos los lenguajes, innovando en las formas de comunicar, teniendo en cuenta la cada vez mayor presencia de las redes sociales.
Por otra parte, los críticos del infoentretenimiento y la espectacularización de la política (politaintment) argumentan una serie de riesgos como el efecto rebote que puede tener banalizarla y tratarla de forma frívola convirtiéndola en mera política pop, por no hablar de la sobre exposición mediática que acabe resultando perjudicial para el político y el peligro de caer en el populismo y la demagogia. Conseguir visibilidad y notoriedad de esta manera cuando se está construyendo una imagen política puede acarrear una caricaturización del personaje y caer en el “síndrome del foso de la orquesta”, en el que se presta más atención a lo polémico y anecdótico frente a lo importante.
Sin embargo, en Estados Unidos están acostumbrados a la presencia de sus políticos en los late night y talk shows, siendo uno de sus precursores el presidente Bill Clinton que tocó el saxo en un programa de la NBC y ahora, Barack Obama, baila y bromea con Ellen Degeneris o Whoopi Goldberg. Quizás simplemente sean dos formas diferentes de entender la política.
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