Por Ignacio Martín Granados, @imgranados
La actividad política, como organización de la sociedad, es desarrollada por personas, por lo que ésta siempre queda condicionada por la particular forma de gestionar los asuntos públicos por parte de los dirigentes.
Aunque se supone que la toma de decisiones se rige por el razonamiento lógico, sin embargo, el político es antes persona y, sin poder evitarlo, imprime su carácter particular a las decisiones: sus manías, creencias y supersticiones. Edmund Burke afirmaba que “la superstición es la religión de las mentes débiles”, pero lo cierto es que ya los griegos consultaban el oráculo para inspirar sus decisiones y marcar el devenir de su historia. A continuación exponemos algunos ejemplos de las creencias de los políticos.
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, es muy supersticioso y cuenta con varios amuletos como un brazalete de un soldado de Iraq, una moneda de la suerte, un dios mono hindú y medallas de la virgen. Siguiendo en América, Ronald y Nancy Reagan creían fervorosamente en los horóscopos y, de hecho, tenían una astróloga de cabecera, Joan Quigley; y José Gil Olmos, en su libro “Los brujos del poder (El ocultismo en la política mexicana)” documenta la relación de personajes relevantes del último siglo con brujos, espíritus y chamanes.
En Italia, el ex primer ministro, Romano Prodi, organizaba sesiones de espiritismo en los años setenta (en 1978 participó en una para intentar averiguar dónde estaba secuestrado Aldo Moro); Silvio Berlusconi confiaba a sus corbatas con lunares el poder de la buena suerte y, en 2008, el ex vicepresidente del Gobierno, ex ministro de Cultura y ex alcalde de Roma, Francesco Rutelli, señaló al color morado -de moda ese año- como gafe, responsable del inicio de la crisis.
En España también encontramos figuras políticas que no son ajenas a las tradiciones populares, las creencias en la adivinación y los amuletos, más allá de la buena suerte que pueda conferir el color de una corbata o la preferencia por un bolso. Esperanza Aguirre se confiesa muy supersticiosa: cree en las personas gafes y las rehúye, repite los trajes que le dan suerte, es capaz de incluir en su agenda un acto sólo porque el año anterior le trajo fortuna y en su casa nunca se sientan 13 comensales. Incluso en su época de ministra, llegó a declarar que había un ex presidente al que prohibía sentar junto a ella por cenizo y que no había forma ganar un partido de golf si se cruzaba con algún político de su abultada lista negra.
El ex presidente Felipe González se reconoce también supersticioso y cree que si te dan un premio por toda tu trayectoria, puede precipitar la muerte y tampoco ha aceptado que ni un hospital, polideportivo o instituto lleve su nombre al considerar que da mala suerte.
En Cataluña, el presidente Artur Mas ha evitado hasta la fecha el balcón del Palau de la Generalitat, como si le tuviera miedo. El que ha sido escenario de algunos momentos memorables de la historia contemporánea de Cataluña -con la significativa excepción de Josep Tarradellas-, ha supuesto que todas las personas que en las últimas ocho décadas han salido a ese balcón queriendo efectuar un gran gesto político, han acabado mal o sufrido algún percance político. Este dato le parece conocer Artur Mas quien nunca ha salido a esa tribuna, pese a que se lo han pedido en varias ocasiones.
En este sentido, el presidente catalán conoce perfectamente que el simbolismo juega un papel importante en el ritual político, máxime cuando se trata de diferenciarse y reivindicar un Estado propio por lo que ha elegido fechas simbólicas para cargar de más liturgia, si cabe, días señalados como fue el del referéndum independentista (9 de noviembre, día de la caída del muro de Berlín) o el de las próximas elecciones (27 de septiembre, fecha en que firmó la convocatoria para realizar la consulta plebiscitaria).
Cualquier persona puede tener supersticiones, manías o creencias más o menos extravagantes, que incluso pueden ser positivas a la hora de reafirmar nuestra voluntad o generarnos seguridad en la toma de decisiones, pero siempre dentro de la lógica racional de la búsqueda del bien común, especialmente en política. g
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