Por Juan Luis Fernández @juanlu_FL y Vicente Rodrigo @_VRodrigo
La mediatización de la política, que confiere a las contiendas electorales una dinámica de carrera de caballos en la que cada vez hay más jugadores e incertidumbre sobre el resultado, ha acentuado el interés público hacia las encuestas. Con ello, la constante presión de los actores políticos por estar en primera línea, por optimizar las expectativas de su electorado en busca de los datos que permitan ajustar estrategia y acciones.
Los efectos de las encuestas sobre el comportamiento electoral no son, para nada, un nuevo objeto de estudio. Pero en un momento en que las lealtades partidistas son muy volátiles, su publicación en plena campaña hace que el impacto sobre la opinión pública trascienda los efectos wandagon y underdog. El primero describe una tendencia de voto hacia el “caballo ganador”: cuantas más personas asuman un comportamiento o una creencia, mayores probabilidades habrá de que otras personas se añadan a esta “moda”. Por el contrario, el efecto underdog tomaría el sentido contrario: la intención de voto se modificaría al sentir una parte de la población simpatía por las causas que parecen perdidas, pero que despiertan ilusión, impulsando las “victorias sorpresa”.
Ya sea para vislumbrar victorias esperadas o imprevistas, o simplemente para apuntar tendencias, la demoscopia siempre ha sido un instrumento útil para la explicación del voto desde una perspectiva científica. No obstante, la no-detección de movimientos latentes, a menudo outsiders nacionalistas, hicieron que la victoria del sí al brexit, la victoria de Trump o el ascenso de partidos populistas de derecha en muchos países de Europa no fueran del todo apercibidos. No en vano, la American Association for Public Opinion Research llegó a crear un comité para estudiar lo ocurrido en las elecciones americanas.
La demoscopia ofrece una foto fija de una realidad cambiante en un intervalo determinado de tiempo, y de una opinión pública sensible a cada acontecimiento que, a menudo, no es difícil de recoger en el trabajo de campo de las encuestas y los sondeos. Fruto de ello, en los últimos años ha emergido un debate en torno a la “crisis de la demoscopia” que provoca que, a ojos de la ciudadanía y de determinados actores, los estudios de opinión públicos o privados, estén sufriendo cuestionamientos externos y pérdida de credibilidad.
Pero no todo tiene que ver con la dificultad metodológica de reflejar el estado de la opinión en tiempo real sin mermar la necesaria validez científica.
Conscientes del poder de manejar las expectativas, sondeos publicados por muchos medios y firmas alimentan la infoxicación, haciendo que éstos tengan una lectura sesgada, ya sea en la interpretación de los resultados o en la propia formulación de las preguntas.
Este fenómeno está relacionado con la tenencia a reducir los intermediarios en la política, sin generar el debate necesario en torno a las ideas sino poniendo el foco en la legitimidad de profecías autocumplidas; por ejemplo: la mayoría de los ciudadanos son partidarios de la independencia de una región, o de una determinada coalición de Gobierno, o el respaldo de cierta militancia a un líder político.
Por otra parte, surge un interés creciente de los medios por ofrecer el last minute de dicha carrera de caballos, en tiempo real. Esto ha provocado que a la demoscopia le haya salido un competidor a quien tener en cuenta: las casas de apuestas. Se trata de un fenómeno incipiente en Europa, pero que ya parece plenamente instalado en Estados Unidos, tal y como hemos visto recientemente en las primarias del Partido Demócrata. Tras el segundo debate entre candidatos, la mayoría de analistas apuntaron a que la hasta ahora desconocida Kamala Harris había arrollado a Joe Biden, que aún era el gran favorito en la contienda. No obstante, dichos analistas se habían apoyado en la brusca inversión de tendencias en el mercado de apuestas en las horas posteriores al enfrentamiento ante las cámaras. Ahí Harris ya sacaba diez puntos de ventaja al exvicepresidente.
Es cierto que la comparativa no es acertada y probablemente tampoco deseable. Las apuestas son fruto de un afán de lucro, priman el riesgo, la volatilidad y, tienden a sobredimensionar el efecto underdog. Pero hay que reconocer que en muchas ocasiones son las primeras en detectar cambios de tendencia y en recoger con mayor agilidad el pulso de la calle, con la potencial capacidad de incidencia que ello tiene sobre la demoscopia más rigurosa.
Los riesgos que las casas de apuestas entrañan en cuanto a la falta de rigor o metodología hace que no podamos considerarlas un elemento más de predicción electoral, pero sí a empezar a contar con ellas como actores que hablan de tendencias más de “quién va a ganar”, de promedios y no solo de una foto fija. Está claro, no obstante, que queda camino por recorrer, especialmente en lo que respecta a las lecturas menos politizadas de los datos, a una mayor descripción, aunque sea en detrimento del titular fácil.
Por otra parte, también sería pertinente un debate sobre la necesidad de introducir nuevas variables en los objetos de estudio, sobre todo de cara a evitar una posible mercantilización del sector que tienda a espectacularizar los medios usando la técnica de las casas de apuestas en detrimento del rigor y la metodología. Sin duda, el debate está servido.
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