Los australianos acudieron a las urnas el pasado 7 de septiembre para decidir su gobierno federal y dar la victoria a Tony Abbott, líder de la Coalición Liberal Nacional. La previsible desaceleración de la economía australiana, así como la falta de unidad interna, castigaron con la derrota a un gobierno laborista que ha ostentado el poder durante seis años. Unas elecciones definidas como ‘No vencidas por la oposición, sino perdidas por el Gobierno’.
Pía García Simón, Buchan-Corporate Affairs & Public Relations, (Sidney, Australia), @Piasimon
El recuento no había llegado a su término, cuando Kevin Rudd, líder del partido laborista, reconoció públicamente su derrota en rueda de prensa, presento su dimisión y anunció que no se presentaría como candidato para las próximas elecciones, aunque sí mantendrá su sitio por Brisbane, capital de la región de Queensland.
Mientras tanto, el Primer Ministro británico David Cameron, escribía en twitter: ‘Será estupendo trabajar con otro líder de centro-derecha’; y los medios orquestados por Ruppert Murdoch aclamaban finalmente a un Tonny Abbott al que habían demostrado claramente su simpatía. Abbott comenzó su discurso de victoria haciendo hincapié en el cambio, una baza estratégicamente jugada por la oposición y que ha marcado la campaña de los liberales.
‘El gobierno de Australia ha cambiado por séptima vez…’ -comenzó el recién electo Primer Ministro, seguido por una ovación que obligó a Abbott a repetir el dato- ‘Parece que disfrutáis escuchándolo, así que dejadme repetir que el Gobierno australiano ha cambiado por séptima vez en 60 años (…) y el voto al Partido Laborista ha sido el más bajo en 100 años’, dijo Abbott.
‘Las pateras serán paradas y el presupuesto volverá a sus cotas para un superávit creíble. Se retomará la construcción de carreteras del siglo XXI. Y, desde hoy, declaro que Australia está bajo una nueva gestión y, una vez más, abierta a los negocios’, continuó un orgulloso Abbott, quien ha sido capaz de establecer un claro programa electoral y que ha logrado posicionarse como un líder apto para los desafíos que plantea el país oceánico, aun a pesar de su conocida falta de carisma, que los más críticos afirmaban podría perjudicar a la Coalición.
Las elecciones australianas tienen una serie de características genuinas, como el voto obligatorio, la votación de miembro único para la Cámara baja o el uso de tickets grupales y representación proporcional para la Cámara Alta o Senado.
Después del recuento regular, la Comisión Electoral Australiana confirmó los 150 asientos de la Cámara Baja: 89 sitios para la Coalición Liberal Nacional, 54 para los laboristas y 1 para los Verdes, siendo necesarios 76 escaños para la victoria. Los independientes Bob Katter y Andrew Wilkie se han mantenido con un sitio cada uno, quedando cuatro escaños aún por decidir.
La configuración del Senado entrará en vigor en junio del 2014, y será entonces cuando la Coalición necesite del pacto con alguno de los partidos independientes como el Partido Unido de Palmer, Xenophon o John Madigan, que decidirán la implementación final de políticas tan decisivas como la Carbon Tax.
Los cinco pilares del programa de Tony Abott
La economía y la inmigración han sido los ejes principales de la campaña. Tony Abbott se ha dirigido al pueblo australiano con un plan de crecimiento económico frente a la incipiente desaceleración. El llamado ‘Our Plan’ (nuestro plan) se estructura en torno a los cinco pilares básicos de la economía australiana: innovación en la manufactura, exportaciones agrícolas, servicios avanzados, educación y exportación minera. Este plan supone un movimiento hacia la diversificación en un país que ha crecido en los últimos cinco años casi exclusivamente al ritmo del carbón, creando burbujas en otros sectores que, en la actualidad, no resistirían un test de competitividad frente a mercados exteriores.
Otra de las medidas mejor recibidas, y también dirigida a una mejora de la competitividad, es la eliminación del Carbon Tax. El impuesto, impulsado por el gobierno laborista durante su gobierno, estaba dirigido a las 500 compañías con mayores emisiones de CO2, pero acabaría convirtiéndose en el paradigma de una política de intervencionismo que estaba creando industrias menos productivas y precios artificialmente inflados. A estas políticas laboristas habría que sumar acciones más populares como el ‘cheque bebe’ y otras inyecciones de liquidez parecidas, que no han conseguido, sin embargo, convencer al votante de su sostenibilidad en el medio-largo plazo.
Por último, la promesa de la Coalición de asegurar ‘stronger borders’ (fronteras más fuertes) estaba dirigida a crear un sentimiento de orgullo nacional y a controlar el influjo de inmigrantes atraídos por la promesa de una economía en crecimiento y un país con una envidiable calidad de vida para la clase media.
A las puertas de la mencionada desaceleración, y tras una década donde la fuerza laboral se ha construido a base de inmigrantes, principalmente en los extremos superior e inferior de la economía, el gobierno está decidido a asegurar que ningún puesto de trabajo que pudiera ser cubierto por un australiano sea cubierto por un extranjero. En la práctica, esto significaría la deportación de todo inmigrante sin documentación a Papua Nueva Guinea así como la reducción drástica visados de trabajo cualificado, mediante la aplicación de criterios mucho más estrictos para la contratación de extranjeros por parte de empresas australianas.
Estos tres mensajes –los cinco pilares básicos, sumado a la eliminación de la tasa del carbón y la creación de fronteras fuertes- han sido la punta de lanza que el gobierno liberal ha utilizado para ganarse al electorado. Los australianos han castigado al gobierno laborista por un programa indefinido, o carencia de éste, presumiblemente falto de herramientas para afrontar un futuro menos prometedor que el pasado reciente.
La caída laborista: La bicefalia en el partido y la campaña de descrédito a la Coalición
No existe un acuerdo unánime sobre la razón por la cual el gobierno laborista ha perdido la confianza de sus votantes. Parece claro, sin embargo, que tres factores principales han jugado un papel fundamental.
El déficit del gobierno laborista en los últimos tres años supone la violación de una de las exigencias más arraigadas en el electorado australiano. Si bien Australia ha sido capaz de atravesar la crisis financiera mundial al amparo de las exportaciones de carbón, con tasas de crecimiento del producto interior bruto de entre un 1,6% y un 3,4% entre 2009 y 2012, el gobierno laborista ha incurrido en déficits de entre el 2,2% y el 4,3%, haciendo uso de una política de gasto público e inyección de liquidez desaforada para los estándares australianos. En un país con un elevado nivel de agnosticismo político como es Australia, cualquier desajuste de la norma tiene un alto precio.
La bicefalia alrededor de Julia Gillard y Kevin Rudd ha amplificado la desconfianza hacia el gobierno. Si bien hay quien asegura que la moción de censura contra Gillard, ocurrida en junio, ha protegido al partido laborista de una caída mayor, la división interna ha tenido su precio político. El hecho de que solo un ex-primer ministro tuviera opciones de presentar una candidatura con garantías ha puesto de manifiesto la falta de liderazgo en el partido. La carrera hacia la credibilidad se ha convertido en una verdadera maratón, ya que tan solo dos meses no han bastado para que Rudd tuviese opciones como candidato a la victoria. Tras su renuncia, Anthony Albanese llevará el timón en el partido, pero queda pendiente el asunto del liderazgo laborista para las próximas caicus.
La falta de programa laborista ha sido el tercer factor. Los mensajes de descrédito hacia la Coalición Liberal y una estrategia de propaganda basada en el miedo ‘If he wins, you lose’ han supuesto un arma de doble filo para un partido que ha hecho del ataque al rival la más aparente ilustración de sus propias carencias. Nunca más pertinente que aquí, utilizar el símil del efecto boomerang de la campaña negativa de los laboristas.
Los otros jugadores
A pesar de que las elecciones australianas se debaten entre dos principales jugadores –el partido Laborista y la Coalición Liberal Nacional- otros temas han conseguido hacerse un sitio en la agenda pública, de la mano de los Verdes.
Los Verdes, una confederación de ocho de partidos estatales y territoriales formada en 1992, han conseguido dos escaños en el Parlamento. Además del ‘Ambientalismo’, el partido cita entre sus valores la sostenibilidad económica, la justicia social, le democracia de las bases y la no violencia.
Una de las candidaturas más polémicas ha sido la de Julian Assange, y su partido Wikileaks, una candidatura que el propio Assange ha dirigido desde la embajada Ecuatoriana en Londres. En la descripción de su programa, se reclama una ‘información verdadera, rigurosa y basada en los hechos, como las bases de la vida y la democracia, esencial para la protección de los derechos humanos y las libertades’.
Sus políticas se aglutinan alrededor de seis grandes temas -la transparencia política a través del refuerzo del escrutinio independiente en el parlamento, una aproximación más veraz al problema de la inmigración, la reducción efectiva de emisión de carbono para frenar el cambio climático, la aseguración de la diversidad mediática, la defensa de la libertad de prensa y la protección del usuario frente a la invasión de las grandes corporaciones y el gobierno.
La sola descripción del programa de Assange castigaba las malas prácticas dentro de los dos grandes partidos, así como ponía en tela de juicio la efectividad de las dos cámaras debido a la falta de transparencia informativa.
Con menos de un 1% de los votos, un resultado muy por debajo de lo esperado, el partido de Assange ha logrado sin embargo atraer a los jóvenes –especialmente a estudiantes universitarios- y llevar a la esfera pública la preocupación de un electorado que exige, por encima de todo, la honestidad de sus dirigentes. Assange ha asegurado que el partido subsistirá para las próximas elecciones federales.
La resaca electoral: Dos partidos a prueba
Si bien por razones muy distintas, tanto la Coalición Liberal como el partido Laborista tienen mucho que ganar y que perder en el futuro inmediato. Por una parte, los cien primeros días de gobierno retratarán el estilo y las políticas que Tony Abbott seguirá durante su mandato, y lo que es más importante, definirán la disposición del electorado Australiano a un cambio verdadero más allá del castigo laborista. Por otro lado, el partido laborista tiene entre si la labor de recomponer el liderazgo en el seno del partido con savia nueva, en palabras de Kevin Rudd. La creación de una alternativa basada en ideas, que respeten el espíritu laborista al tiempo que se adaptan a la realidad presente de la economía australiana, será determinante para crear una oposición eficaz y una alternativa de gobierno en las próximas elecciones.
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