Por Alberta Pérez, @alberta_pv
La vigesimosegunda enmienda de la Constitución de Estados Unidos es la que establece dos mandatos -es decir, ocho años- como tiempo máximo permitido para servir como presidente al país, y únicamente cuatro de los 19 candidatos a la presidencia que buscaron la reelección perdieron los comicios. Solo Grover Cleveland ha sido presidente durante dos mandatos no consecutivos: del 1885 a 1889 y posteriormente, de 1893 a 1897. El martes 3 de noviembre, Donald Trump luchará por su reelección como dirigente del país, y aunque parece que la historia hace soplar un viento que le viene de cola, los sondeos siguen rehuyéndole.
Ser Donald Trump no debe ser fácil. No solo debe ejercer como presidente de uno de los países con más poder -tanto económico como cultural- del mundo, debe capear el odio constante que ya han generalizado los medios, expandiendo su mala fama a un nivel totalmente global. En cualquier caso, y como cualquier presidente, Trump debe dedicarle una parte importante de su tiempo a capear, torear o mantener -quién sabe cuál de estas opciones- su reputación. Su bandeja de notificaciones en Twitter debe estar a una temperatura similar a la de los bosques de California en estos momentos. Y es que no se llega a ser influencer sin diferenciación y como apuntaba Salvador Dalí: “Lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien.”
El portal FiveThirtyEight, especializado en periodismo de datos, lleva a cabo múltiples sondeos de opinión, y en pocas ocasiones Trump sale bien parado. Los datos registrados desde marzo de 2020 hasta ahora en una encuesta nacional sobre las elecciones presidenciales han situado a Trump permanentemente por debajo de su contrincante Joe Biden. Aún así, sabemos que si algo se le da bien a Donald Trump es alterar el orden natural de las cosas, y desde que en 2016 les dio la vuelta a todas las previsiones, nos hemos vuelto más cautos y desconfiados. Llegados a este punto de la historia, sabemos que es más fiable un análisis profundo de las cookies del ordenador que preguntar directamente a la gente por su voto.
Comparando la cuidada imagen a nivel mediático y social de Barack Obama, Trump es contracultura. Y lo cierto es que, para bien o para mal, su elección como presidente de la Casa Blanca en 2016 ha sido precursora de un estilo político que ha retado todos los estándares a los que nos tenían acostumbrados el resto de dirigentes. Su estilo provocador, directo y atrevido podría definirse prácticamente como “políticamente incorrecto”, pero ¿no son acaso éstos, el tipo de adjetivo con los que muchas marcas soñarían tener como insignia?
En ocasiones, amor y odio pueden estar separados por una línea muy fina. Y entre queja y queja me gustaría saber datos que desconozco como, por ejemplo, ¿cuántas ventas ha generado el odio por Trump? ¿Cuántas camisetas, souvenirs, tazas, disfraces etc. se han producido y comprado a costa del afán por negar públicamente a esta persona? ¿A cuántos artistas, escritores y emprendedores les ha servido como musa? ¿Cuántos likes ha generado en redes sociales? En esta vida rápida y cambiante, donde la verdad cada vez tiene más caras, quizás nos sea más cómodo decidir qué es lo que no queremos, a falta de referentes positivos. De esta forma nos volvemos followers de nuestros peores enemigos. Y es que al final odiar también implica dedicar tu tiempo. ¿Está el mundo, tanto seguidores como detractores, preparado para dejar atrás a la figura de Donald Trump?
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