Por Javier Pintado. @JavierPintado.
Profesora Asociada Universidad ICESI
Los meses previos a unas elecciones son convulsos. Se revoluciona toda la maquinaria política y, si ya de por sí ocurre, más se acelera con una posible crisis económica y energética que puede tener altas consecuencias en el país. En España no solo nos encontramos en este curso político con unas elecciones municipales en todo el territorio y autonómicas en gran parte del Estado, sino que a finales de 2023 los comicios nacionales renovarán el legislativo, poniendo en marcha la formación de un nuevo ejecutivo.
Si la pasada cita a las urnas se caracterizaba por una mayor polarización y un movimiento hacia los extremos del eje ideológico, en este año se empieza a diluir esa tensión. Los candidatos de los grandes partidos tradicionales se acercan a la moderación, volviendo a estrategias catch all en las que la agresividad disminuye, mientras sus competidores a ambos extremos tratan de volver a tensar la cuerda para su beneficio.
Las previsiones económicas llevan a un obligado reposicionamiento de ciertos partidos o incluso de los candidatos dentro de una misma organización política. Mientras unos continúan buscando la política más simbólica, la de gestos o grandes leyes, los más moderados van a tratar de encontrarse en el punto común de la gestión, peleándose por ver quién es el más preparado para afrontar una recesión y convencer de ello a las familias y al pequeño empresario. Si en la anterior crisis la prima de riesgo tuvo gran presencia, ahora lo hace la inflación y pronto lo harán los datos de empleo. Muchas propuestas y discursos se basarán en combatir el descenso del poder adquisitivo de los hogares o en la vulnerabilidad de muchas familias españolas.
Todo ello lo pudimos comprobar en la comparecencia que el presidente del Gobierno realizó a inicios de septiembre en el Senado en lo que se consideró un cara a cara con el líder de la oposición. Aunque el resto de partidos participó en el debate, el protagonismo que Sánchez y Feijóo obtuvieron fue notable, tratando de mostrarse como alternativas mayoritarias, recordando a los tiempos del bipartidismo. Durante gran parte del debate, ambos se centraron en señalar lo mal gestor que era el otro y lo bueno que había sido (y sería) el uno. Si la comparecencia debía tratarse sobre las medidas energéticas que realizaría el Gobierno, una réplica del propio presidente se dedicaría a hablar peyorativamente de la gestión que Feijóo había realizado en Galicia.
Precisamente la energía, que había sido un tema más cercano a la esfera ideológica, se ha convertido en clave. Todo candidato deberá tener una propuesta sólida, al menos aparentemente. La dicotomía entre energías renovables y combustibles fósiles ya no es un tema ético o de futuro, sino un debate indispensable también a corto plazo para la sostenibilidad del sistema económico del país.
Tras años relegada, la geopolítica vuelve a ser indispensable. La postura que España tome frente a la Unión Europea puede cambiar completamente su rumbo, pasando de ser rescatado hace tan solo unos años a ser un actor decisivo entre los 27. Los partidos que aspiren a gobernar deben tener definida su propuesta frente a Europa y los pasos a seguir.
En definitiva, un curso político que comienza intenso, con movimientos hacia el centro a pesar de los extremos, donde la gestión podría primar por encima de la polarización. Una comunicación política que puede acabar siendo política bien comunicada más que basada en los debates puramente ideológicos.
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