Políticos hechos juguete, la nueva forma de hablar de ellos

Francisco Ruiz

 @franruiiz9

Consultor político y cofundador de El Patio Político

En los últimos meses, las redes sociales se han llenado de muñecos de políticos creados con inteligencia artificial. Más que simples imágenes, estos juguetes virales condensan críticas, identidades y emociones en un formato que mezcla humor y política. No se trata solo de un meme pasajero, sino de una nueva forma de comunicar la política en la era digital de la inteligencia artificial.

Hace no mucho, mientras navegaba por el timeline de mi cuenta en X, me topé con algo curioso: un muñeco, una especie de figura de acción coleccionable de Isabel Díaz Ayuso. Pero no era un muñeco cualquiera ni amable. Estaba cargado de un mensaje muy claro, una crítica política contundente. El juguete venía acompañado de complementos —como las figuras de acción— cargados de ironía política y hasta la caja donde venía el muñeco tenía un título provocador: Ayuso Ático y Libertad. Por supuesto, este muñeco no era real, pero lo parecía. Era una imagen generada con inteligencia artificial, mediante Chat GPT. Un meme, una crítica… o tal vez algo más complejo.

Al principio, confieso que me hizo gracia, me pareció ingenioso, como a cualquier friki de la política y la comunicación. Pero pronto esa sonrisa inicial se convirtió en una pregunta más seria: ¿qué es lo que nos impulsa a transformar a nuestros líderes en miniaturas que parecen sacadas de un videojuego o convertidas en una especie de muñeco coleccionable, como si fueran superhéroes? ¿Por qué dejamos de verlos como personas reales, con sus contradicciones y responsabilidades, y empezamos a verlos como personajes, héroes o villanos de un relato que alguien más escribe y nosotros simplemente consumimos?

La política siempre ha buscado materializarse en objetos. No es una novedad. A lo largo de la historia, las ideas políticas se han plasmado en pósters, pins, camisetas, pegatinas, pulseras, tazas, banderas o estatuas. Desde el clásico estampado del rostro del Che Guevara hasta los lazos amarillos independentistas catalanes o las gorras rojas de ‘Make America Great Again’ de Trump, la política ha entendido bien que tener un objeto es, en muchos casos, más potente y eficaz que tener solo una idea. Porque el objeto permanece, se toca, se regala, se lleva en el cuerpo. El objeto crea comunidad.

Tener un objeto es, en muchos casos, más potente y eficaz que tener solo una idea

Pero lo que estamos viendo ahora tiene un matiz nuevo. Con la popularización de la inteligencia artificial generativa de imágenes —como el propio Chat GPT— cualquiera puede crear una representación exagerada y con intención política en cuestión de segundos. Un muñeco de cualquier político con una capa de Superman, como un héroe. O un político con una motosierra y ojos rojos sobre un fondo de fuego, como un villano. No hay límites: el estilo y la intención se ajustan al gusto del creador. En menos de un minuto, cualquier político puede ser convertido en juguete y cualquier juguete, en una declaración política.

Estos muñecos no son productos físicos, ni se venden en tiendas. Pero lo parecen. Tienen estética de juguete real: caja, atributos, tipografía, accesorios, pose. Se comparten en redes como si fueran reales. Y se viralizan. ¿Por qué? Porque simplifican la realidad emocional y política en una caja con un muñeco que ni siquiera existe. Porque —como todo buen juguete— reduce el mundo complejo a algo que podemos manejar con la mano o deslizar con el dedo. Se vuelve un lenguaje visual rápido, efectivo y profundamente emocional.

Simplifican la realidad emocional y política en una caja con un muñeco que ni siquiera existe

Además, estas figuras no son neutras. Todo en ellas comunica: la postura del personaje, su gesto facial, la ropa que lleva, los c­olores, los objetos que lo acompañan, el fondo, el encuadre. Por ejemplo, imagina la figura de un político con una risa malvada, un gesto t­riunfante y una maleta de dinero en la mano. No es solo un muñeco, es un mensaje directo: ese político es corrupto y despiadado.

La caja que envuelve al muñeco también tiene peso simbólico. Aunque sea solo un marco visual, cumple la función de envoltorio, de packaging. Ese borde recuerda a los juguetes de colección y convierte al político en un producto. Y el producto, como sabemos, se desea, se compra, se colecciona… o se ridiculiza y se descarta. La política entra así en la lógica del c­onsumo, la personalización y el coleccionismo afectivo.

Entonces, ¿por qué nos fascina convertir en muñecos a nuestros representantes? Creo que hay al menos tres explicaciones posibles: una visual, una política y una emocional.

La visual: en un timeline digital saturado de imágenes, gráficos, vídeos y memes simples, un político convertido en un juguete coleccionable destaca. Tiene color, forma, ideología, ironía. Y eso asegura clics, likes y viralidad. Nos atrapa porque se aleja de lo institucional y se acerca a lo inesperado.

La política: vivimos una época de hiperliderazgos muy personalizados, donde el relato importa más que el programa y la imagen, más que el currículum. En ese contexto, un muñeco de un líder no es solo una imagen graciosa, sino una declaración de identidad: “este es de los míos”, “este es mi rival”, “este me representa”, “este me avergüenza”. Se convierte en una forma de afiliación simbólica.

Y la emocional: los muñecos nos recuerdan a nuestra infancia y nos invitan a jugar. Literal y simbólicamente. A sentir que tenemos poder, a derrotar enemigos, a ordenar el caos político en estanterías mentales de héroes y villanos. A simplificar un mundo que, a veces, se siente demasiado grande, hostil o confuso.

No es casual que muchos de estos muñecos se parezcan a superhéroes o figuras de acción. No solo por estética, sino por lógica narrativa: cada político tiene ‘poderes’, ‘atributos’, ‘ataques especiales’. La política se vuelve una especie de juego de rol. Y el ciudadano, un jugador más que elige sus cartas, sus aliados y sus villanos.

Más allá del meme: ¿es este un nuevo lenguaje político?

Conviene no tomarse estos fenómenos virales a risa. No porque los muñecos vayan a decidir elecciones, sino porque revelan algo más profundo: que la política ya no se comunica solo con intervenciones, mítines o vídeos oficiales. También se hace con muñecos inventados por usuarios anónimos con IA.

En ese sentido, estas figuras no son una anécdota ni una moda pasajera. Son un síntoma. Hablan de una política cada vez más visual, emocional, identitaria e instantánea. Una política que ya no se juega solo en el parlamento, en la televisión o en las redes, sino también en prompts de inteligenci­a artificial. Y sobre todo, hablan de nosotros. De cómo miramos la política. De cómo nos vinculamos emocionalmente con ella. De cómo necesitamos reducir la complejidad de la política a un muñeco, unos accesorios, una caja. Porque tener al político en miniatura es una forma simbólica de tenerlo cerca y de controlarlo. O al menos, de sentir que lo hacemos.

Estas figuras son un síntoma; hablan de una política cada vez más visual, emocional, identitaria e instantánea

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