Por Luis Tejero, @LuisTejero Consultor de comunicación y analista político. Excorresponsal en Río de Janeiro
Los corresponsales, según la Real Academia Española, son “periodistas que habitualmente y por encargo de un periódico, cadena de televisión, etc., envían noticias de actualidad desde otra población o país extranjero”. Profesionales cuya misión consiste en comprender y traducir la realidad del territorio que cubren para transmitírsela a una audiencia más o menos lejana. Son, en otras palabras, los ojos y oídos de la opinión pública mundial.
Nunca faltan historias que contar. Desde el brexit, el impeachment de Dilma Rousseff y el proceso de paz en Colombia hasta la elección de Donald Trump, la crisis en Venezuela o el actual pulso entre los líderes independentistas catalanes y el Gobierno español, a los corresponsales siempre les sobra material para llenar sus crónicas. Este artículo intenta explicar la importancia del oficio a través de la experiencia de quienes lo ejercen o han ejercido en distintas regiones del planeta.
“El trabajo de corresponsal en el extranjero es un lujo. Es sumamente interesante, pues abarca todos los géneros y secciones […] Es la mejor escuela de periodismo que conozco”, resume Francisco Herranz, quien vivió y contó la Rusia postsoviética en los años 90 y después ejerció como redactor jefe de Internacional en el diario español El Mundo. “Pero al mismo tiempo es duro porque sueles trabajar solo, lejos de la redacción y sin mucho apoyo logístico”, advierte.
En un escenario ideal, sin las urgencias que imponen hoy las redes sociales, el periodista destinado en el exterior debería ser “un sherpa antropológico, una persona que penetra todo lo que puede en una sociedad ajena para captar su esencia, entenderla y trasladarla a sus compatriotas a través de sus crónicas bajo el prisma de la propia mirada”. Así lo cree Daniel Utrilla, quien también fue corresponsal en Rusia y recogió sus vivencias en A Moscú sin kaláshnikov (Libros del K.O., 2013).
Celia Maza, en Londres desde hace una década, se suma al debate: “Como corresponsal, debes saber tanto de política como de economía, cultura, realeza… Y estar mucho en la calle para entender, en mi caso, cómo actúa y respira la sociedad británica. O explicar cómo pueden afectar a los españoles determinadas medidas adoptadas por el Gobierno británico, como es el caso del brexit”.
“Un corresponsal debe intentar conocer de cerca a las partes [de una sociedad, de un conflicto…] hablando con los ciudadanos de la zona que está bajo su responsabilidad. Un corresponsal no puede vivir aislado”, coincide Sal Emergui, profesional de prensa, televisión y radio en Oriente Próximo.
VISIÓN SUBJETIVA
¿Qué proporción de las crónicas enviadas desde el extranjero es estrictamente información y cuánto hay de análisis, interpretación o adaptación de un país a otro? En Jerusalén, Emergui apuesta por “contar las cosas relevantes desde una necesaria frialdad”. “No hay que tomar partido; ya lo hará el lector en función de los datos y los hechos”, afirma el corresponsal de CNN en Español.
Herranz distingue entre “contexto” y “análisis”. El primero, dice, “es necesario para que la audiencia entienda la realidad que subyace detrás de los hechos, sobre todo en países con culturas y sociedades muy distintas a la nuestra”. En cambio, mezclar información y análisis conlleva el riesgo de terminar ofreciendo “una versión parcial”. “Otra cosa es la interpretación de los hechos para aportar valor añadido, pero debe ser equilibrada y muy fina para no caer en la opinión”, añade.
Maza, cuyos textos pueden leerse en La Razón y El Confidencial, es partidaria de ir más allá del teletipo y la noticia convencional. “La información estricta, por llamarla de alguna manera, ya llega a través de las agencias. Un corresponsal debe aportar análisis y contexto para un mejor entendimiento”, explica. Y ofrece un caso práctico: “Si Theresa May da una rueda de prensa sobre el brexit, yo no me limito a poner sus declaraciones, sino que tengo que dar un panorama más extenso y analizar las consecuencias. No es solo una primera ministra británica hablando del brexit; es una gobernante sin autoridad al haber perdido la mayoría absoluta en las elecciones que ella misma convocó y con un partido completamente dividido respecto a la relación que se debe tener con la UE en el futuro”.
La corresponsal en el Reino Unido y su colega en Oriente Próximo están de acuerdo en un punto. Reconoce Maza: “La objetividad no existe. De manera inconsciente, aunque quiera ofrecer una información veraz y completa, siempre va a ser interpretada bajo mi prisma”. Y complementa Emergui: “No hay nadie 100% objetivo porque es imposible, no somos robots. Pero sí se puede intentar ser imparcial y honesto, y aclarar cuándo un artículo es información u opinión”.
PROPAGANDA E INFLUENCIA
Campañas electorales, tomas de posesión, dimisiones, destituciones, atentados terroristas, conflictos bélicos… Con frecuencia, los periodistas extranjeros desplegados en puntos calientes del mapa se ven atrapados en medio de una batalla propagandística y acaban adquiriendo un protagonismo mayor del que seguramente desearían.
Sucede así porque las partes implicadas –gobiernos, dirigentes políticos o incluso los bandos de una guerra– son conscientes de la influencia de los corresponsales en la formación de opinión de sus respectivas audiencias. Saben que sus decisiones como periodistas, ya sea elegir un titular o dar mayor peso a unos u otros argumentos, tienen potencial para hacer que las cosas se vean de determinada manera en los países a los que se dirigen.
¿Hasta dónde alcanza ese impacto? Entre los entrevistados para este artículo, la respuesta no es unánime. Herranz y Maza están convencidos de que su trabajo sí ha influido “mucho” en la imagen que sus lectores se hacen de Rusia y el Reino Unido, respectivamente. “Quizás demasiado”, aclara el excorresponsal en Moscú en un ejercicio de autocrítica. “Mis textos daban una visión muy concreta e imperfecta del país, a veces no tan completa como me hubiera gustado. Las limitaciones de espacio complicaban mucho las cosas”, confiesa.
La corresponsal española en Londres concede especial importancia a la mirada subjetiva de quien observa los acontecimientos y después los narra a través del papel, la pantalla o las ondas radiofónicas. “Si bien hay temas que todos los periodistas tratamos, hay otros a los que no todos tienen acceso o bien son interpretados, sin intención de manipular, desde un punto de vista personal”, comenta la colaboradora de la cadena de televisión La Sexta.
Otros no asumen tanta influencia. Desde Oriente Próximo, Emergui relativiza la repercusión de sus noticias y reportajes por tratarse de una región que tradicionalmente ha captado la atención de cientos de informadores provenientes de todo el mundo. “Estoy en una zona que se ha cubierto desde siempre de una forma tan extensa que mis textos tienen una influencia mínima en la imagen [que se percibe] de los israelíes y palestinos”, admite. “Solo puedo influir cuando enseño cosas desconocidas o que a algunos no interesa que sean conocidas, o bien al entrevistar a líderes o formadores de opinión”, agrega.
URGENCIA DIGITAL
Utrilla, a partir de su aventura periodística en la capital rusa, va más allá y destaca notables diferencias en la forma de trabajar antes y después del predominio de las redes sociales y las coberturas en directo. “Cuando me tocó seguir noticias de largo alcance como el hundimiento del submarino Kursk (2000), el secuestro del teatro Dubrovka (2002) o la toma de rehenes en la escuela de Beslán (2004), aún no existían Facebook ni Twitter”, recuerda.
Posteriormente, según Utrilla, “la irrupción de internet convirtió los diarios en minutarios, o agencias de información al minuto, y colocó la rapidez como máxima prioridad”. “Quienes hemos habitado los dos mundos, miramos con nostalgia la época en la que un corresponsal contaba con varias horas para perpetrar su crónica. Ese margen permitía hacer textos con más sustancia, sobre todo porque se afrontaba la noticia como un ejercicio de síntesis que ahora no existe: ahora el flujo informativo es constante y desbordante”, lamenta.
Sobre la capacidad de influir en las audiencias, responde: “Antes de la explosión de la era digital, el corresponsal sentía mucho más que ahora que era los ojos del periódico. La responsabilidad era mucho mayor a la hora de configurar en los lectores una imagen del país. Teníamos más predicamento por la sencilla razón de que había menos información, no existía la sobreabundancia de hoy”.
Dos épocas no tan distantes en el tiempo, pero marcadas por una profunda transformación tecnológica. Así las compara el autor de A Moscú sin kaláshnikov: “Hace 15 años, el mundo seguía siendo muy grande e inhóspito y los corresponsales aún éramos los exploradores de la información. La forma de ver y de contar Rusia era importante, porque pocos tenían la ocasión de asomarse a este país. Ahora ya no. Ahora vas al lago Baikal a escribir un reportaje y te encuentras a una familia de Alcorcón [municipio de Madrid] haciendo un picnic y colgando fotos en Facebook. Y no digo que esté mal; solo digo que el mundo ya no es un lugar tan misterioso y que el corresponsal ha dejado de tener la importancia que tenía como explorador intelectual del planeta”.
Presiones locales
Sean o no tan relevantes como hace años, los corresponsales siguen viéndose frecuentemente involucrados en las mencionadas disputas propagandísticas. Su posición como observadores los convierte a menudo en objetivo preferencial de los diversos actores políticos locales, que tratan de colocar sus mensajes también en la prensa de fuera. Es una pelea por conquistar las portadas extranjeras.
El autor de estas líneas pudo comprobarlo de primera mano en 2016, cuando trabajaba como corresponsal y analista político en Brasil. En aquellos días se libraba en el mayor país de América Latina un áspero enfrentamiento entre la presidenta Dilma y la oposición; entre una mandataria elegida en las urnas y que denunciaba un intento de “golpe”, y unos adversarios decididos a derribarla bajo acusaciones de corrupción y desastrosa gestión de la crisis económica. Y en medio, decenas de periodistas extranjeros a quienes unos y otros trataban de convencer de sus argumentos.
Situaciones igualmente controvertidas se repiten, por ejemplo, en la prolongada crisis en Cataluña entre los secesionistas y el Gobierno central de Mariano Rajoy. Mientras los primeros hablan de “Estado opresor” e intentan que la prensa internacional replique dicho discurso junto a impactantes fotografías de cargas policiales, el segundo busca transmitir a los corresponsales la idea de “legalidad” en el marco europeo.
Ambos lados buscan “vender su relato”, explica Emergui. Y lo mismo ocurre de manera casi permanente en la histórica tensión entre Israel y Palestina, un territorio donde “las dos partes suelen hacerse eco de los textos que les interesan”, añade.
Los intereses políticos y diplomáticos existen; las presiones, también. Lo saben quienes han trabajado en redacciones periodísticas y han recibido sugerencias más o menos sutiles para orientar sus contenidos en uno u otro sentido. De su amplia trayectoria en El Mundo, Herranz guarda en la memoria “alguna que otra llamada” procedente de ciertas embajadas. “Algunas de ellas nos ofrecían entrevistas propagandísticas o nos reprochaban la línea editorial que mantenía el periódico. Algunos [interlocutores] no eran sutiles”, asegura.
Para ilustrarlo con ejemplos, el exresponsable de Internacional y ahora profesor de la Universidad Carlos III de Madrid se remonta a sus tiempos de reportero en Europa del Este. “Las autoridades rusas se quejaban a veces de mi trabajo a mis jefes, porque decían que solo publicaba noticias ‘negativas’. Eso me animaba”, relata. “También me acuerdo de una entrevista que le hice a un primer ministro de Letonia y que provocó mucha polémica en aquel país, porque hacía declaraciones muy controvertidas sobre Rusia”.
Concluye Herranz con otra anécdota en primera persona que condensa en pocas palabras el arte de ser corresponsal. “Recuerdo perfectamente un viaje que hice a Kazajistán y que causó mucho revuelo después de que publicara una historia que no dejaba muy bien parado al Gobierno de allí”, dice. “El embajador estaba entre enfadado y preocupado porque creía que, al haberme invitado al congreso del partido en el poder, yo iba a escribir una especie de publirreportaje. Se equivocó”.
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