Por Alberta Pérez, @Alberta_pv
En 1981, el Parlamento de Australia del Sur concedió a una población aborigen la posesión de más de 103.000 km2 de tierra árida al noroeste de la región. Las diferentes tribus que habitaban la zona formaron el Anangu Pitjantjatjara Yankunytjatjara o APY. Alrededor de 2.300 personas viven actualmente en esta área, que lleva siendo habitada por diversas familias aborígenes desde hace miles de años. Debido a la prolongada sequía y el aumento del calor que en los últimos años ha azotado Australia, en 2019 ha vivido su año más caluroso desde que existen registros, las comunidades APY se han visto amenazadas por grandes congregaciones de camellos, que están causando problemas poniendo en peligro los ya escasos recursos de la zona. Estos invaden los asentamientos humanos en busca de agua, destrozando las infraestructuras de las comunidades que temen por la seguridad de los niños y ancianos.
Se calcula que Australia cuenta con la mayor población de camellos del mundo, con más de un millón de ejemplares. Considerados una plaga para las comunidades del país, que en esta lucha por el agua esperan ver su problema solucionado tras el sacrificio de 10.000 ejemplares salvajes, a los cuales se les ha disparado desde helicópteros como medida de contención.
Este periodo de sequía es, en gran parte, culpable de la ferocidad con la que los incendios han azotado el país. Las condiciones climáticas extremas han dificultado la extinción de los fuegos, con previsiones de viento de 90km/h y 40º de temperatura en algunas zonas rurales. Por suerte, alertas por fuertes precipitaciones en el estado de Queensland y áreas de Victoria del Sur, prometieron un esperado respiro a los bomberos, que llevan desde principios de mes tratando de controlar los incendios. Sin embargo, los australianos han pasado de preocuparse por las llamas a preocuparse por las inundaciones, el granizo y por las tormentas eléctricas y de arena que han azotado zonas del estado de Victoria, Nueva Gales del Sur y Queensland, tres estados muy afectados por la crisis de los incendios.
Con este panorama, Scott Morrison, primer ministro australiano no ha sido el único que ha empezado a replantearse el cambio climático. Se estima que las emisiones de CO2 ya igualan a los 392 millones de toneladas que se lanzaron a la atmósfera tras los incendios en el Amazonas, desmejorando la calidad del aire muy por encima los índices considerados como “peligrosos”. Morrisson se ha comprometido públicamente a estudiar los “posibles” efectos climáticos y a alcanzar los objetivos de reducción de emisiones, además de admitir una gestión mejorable y la necesidad de revisar los protocolos de actuación en la crisis de los incendios, que se calcula ya han devastado una superficie equivalente a la de Inglaterra, destruyendo a su paso más de 2.000 viviendas y dejando un total de 29 fallecidos. Esta crisis va a ejercer una gran presión sobre los ecosistemas del país y la inactividad del gobierno, y ha llevado a la gente a salir a las calles exigiendo acción, frustrados por declaraciones de los expertos, que confirman un cambio irreversible para estos ecosistemas, que nunca volverán a recuperarse. Se calcula que unos mil millones de animales han muerto, y esto es una cifra aproximada que solo puede tender al aumento, pues según los expertos las consecuencias pueden alargarse durante mucho tiempo tras la extinción del fuego, por la falta de alimento y destrucción de los espacios naturales.
Soluciones tardías que buscan zurcir un problema que según deja entrever, viene de lejos. Pero ¿qué pasará cuando no queden camellos?
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