Por Mario Ríos @MarioRios1989 Analista político
Una de las características del periodo político posterior a la Gran Recesión ha sido el descredito que han padecido y padecen las instituciones de intermediación política y el propio sistema democrático1. El resultado de ello ha sido una fuerte crisis de representatividad. En el marco de esta crisis, una de las instituciones que más afectadas se han visto son los partidos políticos. La incapacidad por dar salida a las demandas sociales y de gestionar los estragos del shock económico erosionó su grado de apoyo. Pero no solo eso. La corrupción o el electoralismo que la sociedad percibe en su actuación también ha afectado a su legitimidad. Desde el estallido de la crisis, el CIS muestra como la clase política, entre la que se incluyen los partidos políticos, es percibida como uno de los principales problemas. Y no debemos olvidar que el 15-M y su lema “No nos representan” ponía en entredicho la legitimidad de estos actores.
Las causas de este fenómeno son múltiples y complejas. Sin embargo, quisiera destacar una por encima del resto: la cartelización2 que han sufrido los partidos políticos en los últimos años. Los partidos políticos se han transformado en maquinarias electorales centradas en ganar las elecciones para hacerse con las mayores cuotas de poder y financiación posible. Esto los aleja cada vez más de los ciudadanos a los que deben representar, los hacen poco permeables a las demandas sociales y su función de vínculo entre la sociedad civil y las instituciones políticas se desvanece ante la lógica de acumulación de poder que conforma su principal objetivo como organización. Los partidos se escinden de la sociedad y se profesionalizan centrándose en sobrevivir electoralmente. Además, en un momento de hipermediatización política como el que vivimos, los partidos políticos cada vez apuestan más por figuras personalistas que interpelen directamente a los votantes sin necesidad de ninguna voluntad mediadora entre estos y las instituciones y sin contrapesos internos que eviten las consecuencias negativas de la tendencia a los hiperliderazgos políticos3 que estamos viviendo.
Los partidos han pasado a ser representantes de intereses y demandas sectoriales y agentes de politización a organizaciones profesionales con liderazgos fuertes cuya única misión es ganar elecciones para gestionar el poder político existente. Es esta evolución histórica y la desconexión social que comporta lo que los convierte en unas organizaciones que necesitan de una reforma en su funcionamiento ya que, como pilares básicos del sistema político, su salud afecta a la calidad democrática. Sin embargo, esto no es sencillo. Como bien recogen en su obra Desprivatizar los partidos políticos, Joan Navarro y José Antonio Gómez Yáñez afirman que el carácter público-privado de los partidos políticos y su función de nexo entre sociedad y Estado los convierte en agentes difíciles de reformar ya que cualquier modificación de su estatus jurídico depende de ellos. No obstante, de entre las reformas que proponen los dos autores quiero destacar aquellas que tienen como objetivo reconectar los partidos políticos a la sociedad, es decir, mejorar la crisis de representatividad y de deslegitimación que estos padecen. Dos grandes reformas van en esta dirección: la consistente en una mayor democratización del funcionamiento interno de los partidos dándole más peso a los afiliados y simpatizantes y las que apuestan por hacerlos más responsables ante la ciudadanía. Cuestiones como la elección de cargos o la configuración de las listas debería abrirse directamente a la sociedad y los programas electorales deberían transformarse en contratos entre los electores y los representantes políticos.
El objetivo de estas reformas no es otro que evitar un mayor deterioro democrático y frenar las tendencias antiparticipativas4 que observamos en nuestro entorno. Los partidos políticos deben ser responsables ante la ciudadanía y deben reconectar con ella para realmente hacer de correa de transmisión entre los anhelos, demandas y necesidades sociales y su materialización en políticas públicas. En definitiva, los partidos políticos deben democratizarse para garantizar una mayor democratización de nuestro sistema político. Es una obligación de la sociedad civil presionar en este sentido.
1 Fernández-Albertos, J. (2018). Antisistema. Desigualdad económica y precariado político. Madrid: Los Libros de la Catarata.
2 Katz, R.S.; Mair, P. (1995). Changing models of party organization and party democracy. The emergence of cartel party, Party Politics, vol. 1.1., págs. 5-28
3 Gutiérrez-Rubi, A.; Morillas, P. (2019). Hiperliderazgos. CIDOB Report 04. Barcelona.
4 Gómez Yáñez, J.A.; Navarro, J. (2019). Desprivatizar los partidos. Barcelona: Gedisa.
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