Guadalupe Morcillo, @Politic_Speech, consultora de comunicación política y empresarial.
Si tuviéramos que definir de algún modo el discurso político, diríamos que es una potente herramienta que tiene el candidato para darse a conocer y poner de relieve su posición y sus propuestas frente al electorado. Se trata de todo un conjunto de estrategias de las que el orador hace uso para influir en la actitud del auditorio, porque, no olvidemos, el fin último es persuadir.
Decía Cicerón que “igual que la inteligencia es la gloria del hombre, así también la elocuencia es la luz de la inteligencia”1 y esto hizo que el mecanismo retórico de construcción de los distintos tipos de discurso se redujera a la atención exclusiva de la elocutio. En ella confluían las demás operaciones retóricas2 y en ella es en donde el perfecto orador demostraba su talento. Contenido y persuasión del contenido se realizaban en la forma discursiva. Fondo (res) y forma (verba) conformaban una unión indisoluble y como si de un exquisito manjar se tratara, cada discurso se cocinaba, se aderezaba con los mejores ingredientes y se dejaba macerar y reposar hasta ser servidos en bandeja de plata.
En pleno siglo XXI, en donde el ejercicio de la política se somete a procesos horizontales y transversales que propician una democracia participativa desconocida hasta ahora, decidir lo que se va a decir es de suma importancia. De ello se encarga la inventio, de establecer y seleccionar los contenidos del discurso, y ahora que los líderes retuercen sus posturas y afirmaciones, que antes parecían sólidas, se presentan como contradictorias, ahora hay que delimitar el asunto sobre el que se va a hablar y elegir bien los medios para convencer al electorado: utilizar la argumentación y demostración, para probar lo que dice; tratar de ganarse a la ciudadanía, apelando al sentimiento; o apelar a la pasión y suscitar odio o piedad.
Hoy, más que nunca, importa centrarse en el qué antes que en el cómo y así es como lo han entendido los nuevos políticos, que han dejado de lado ese ornatus elocutivo, ese elenco de cuestiones relacionadas con los procedimientos del lenguaje y del estilo, para reflexionar y extraer las ideas contenidas en el pensamiento, adecuadas a cada contexto y situación. Los políticos tradicionales trataban de obtener votos mediante la utilización de dos técnicas básicas: el conocimiento personalizado de su electorado y la elocuencia. De esta manera, el candidato elocuente que conocía a su público arrancaba aplausos y ganaba adhesiones. Hoy, los aplausos se venden más caros y no basta con revestir el mensaje con las mejores galas, sino que es necesario que el propio mensaje sea de gala, equilibrado, para que resulte lo más creíble y objetivo posible.
¿Inventio? ¿Elocutio? ¿Inventio y elocutio? Indudablemente, el principal objetivo es el dominio del lenguaje, de las palabras, que después habrá que adornarlas y embellecerlas para que su aspecto sea atractivo y acomodado al contenido. Es, pues, tan básica como necesaria la relación entre ambas para elaborar ese discurso político que obedece a una intención comunicativa, que tiene un trasfondo que lo justifica, una forma que lo materializa y un receptor al que va dirigido.
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