Por María Sol Borja @mariasolborja Periodísta y analista política
El martes 27 de marzo de 2018, el Ecuador entero se levantó con la noticia de que un equipo periodístico de diario El Comercio, había sido secuestrado en la zona fronteriza con Colombia. Javier Ortega, periodista; Paúl Rivas, fotógrafo y Efraín Segarra, conductor habían sido secuestrados el día anterior, mientras trabajaban. A la angustia nacional ante un hecho sin precedentes en el país, se sumaron una serie de errores en el manejo de la comunicación de gobierno.
En la primera conferencia de prensa que se dio, el día que se hizo oficial el secuestro, el Ministro del Interior, César Navas, habló de corresponsabilidad en el hecho. Con eso, pretendía sugerir que el equipo de prensa era, en parte, responsable por su propio secuestro. En medio de la conmoción ciudadana, las desatinadas declaraciones de Navas fueron percibidas como indolentes y como un torpe intento de entregar a los periodistas la responsabilidad que le corresponde al gobierno. Este fue el primer error y quizás el que más le costó al gobierno: la constante evasiva en cuanto a sus responsabilidades. Lo primero que hizo el Presidente Lenín Moreno, a los tres días del secuestro, fue echar la culpa al gobierno de su predecesor, Rafael Correa; que hubo mucha “permisividad” en la frontera, dijo.
Como segundo error, el gobierno tampoco fue capaz de mantener un discurso cohesionado y coherente. El Ministro Navas como vocero de la crisis, tropezó varias veces. Sus declaraciones no transmitían seguridad, su lenguaje no verbal generaba desconfianza y varias desatinadas contradicciones, reforzaron la idea ya generalizada de que el gobierno hacía poco. Tres días después del secuestro, Navas fue consultado por la prensa sobre si continúan las negociaciones. “En eso estamos”, respondió. Doce días después se contradijo: “no estamos en ningún proceso de negociación”.
La noticia de que los periodistas habían sido liberados, difundida por medios de comunicación colombianos, solamente llegó para acentuar la tambaleante comunicación gubernamental. No hubo pronunciamientos oficiales hasta el día siguiente, más de diez horas sin que se convocara a medios de comunicación o se emitieran comunicados para confirmar o negar la información. Allí estuvo el tercer error, en la dificultad de hallar un interlocutor capaz de ofrecer respuestas de manera oportuna. Eso generó la sensación de que no había claridad sobre lo que estaba pasando con los secuestrados, por lo tanto, difícilmente podría haber claridad en las acciones.
El Ministro de Defensa, Patricio Zambrano, aparecía en las ruedas de prensa junto al Ministro Navas. Silencioso, con una expresión de desconcierto permanente. Nadie, ni en sus expresiones silenciosas, podía transmitir un poco de calma. La debacle vino poco después: la noticia, otra vez desde Colombia, de la existencia de imágenes que corresponderían a los cuerpos sin vida de los tres secuestrados. Una rueda de prensa que a Navas se le va de las manos desde el inicio: llega a decir que no puede decir nada. Los periodistas presentes, muchos de ellos colegas y amigos de los secuestrados, le gritan, lo insultan, le exigen que renuncia. El espectáculo se ve en vivo. El presidente anuncia a la par que volverá de su viaje a Lima. Regresa. En una rueda de prensa improvisada en el aeropuerto de Quito, se lo ve desencajado. Su expresión parece confirmar lo peor, pero no lo dice. En un giro dramático a su alocución, le da doce horas a alias Guacho, el supuesto secuestrador, disidente de las FARC, para que entregue a los periodistas. Parece un recurso desesperado para ganar un poco de tiempo. Cuando vence el plazo, Moreno confirma, en una rueda de prensa que han sido asesinados. Hay otras autoridades que dan un poco más de detalles, pero ya nadie escucha. Ninguna persona en el gobierno pudo calcular el efecto de anunciar la muerte de los periodistas a sus propios colegas, y ese fue el cuarto error.
Poco después rodaron cabezas: Navas y Zambrano se fueron ante el peso de sus errores, aunque no fueron los únicos en cometerlos. El gobierno debe sacar lecciones de esto: las crisis se manejan con cabeza fría. Importa lo que se dice, pero es muy importante cómo se dice. Importa también quién lo dice y lo que se calla. Importa saber quiénes son los interlocutores y cómo pueden reaccionar. Importa adelantarse a una crisis. Importa adelantarse.
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