Alfredo Hidalgo Lavie, Profesor de la UNED
Se afirma con razón, que Israel posee uno de los sistemas electorales más democráticos del mundo. La fórmula D´Hont aplicada a una única circunscripción y con un reducido umbral electoral permite la representación parlamentaria de cualquier minoría política con apoyo (mínimo) suficiente. Su modelo de multipartidismo fragmentado y/o polarizado es la correlación correspondiente de un sistema proporcional establecido desde 1949, en el que, después de 20 comicios generales, un mínimo de 12 formaciones políticas han logrado alcanzar los anhelados escaños para estar presentes en la Knesset, el parlamento unicameral israelí. Estas formaciones políticas representadas trascienden el tradicional enclave derecha/izquierda tan común de los modelos mayoritarios y permite la representación de otras sensibilidades políticas que introducen otras variables para el análisis.
Una de las peculiaridades más singulares del espectro político en Israel es, por ejemplo, la presencia de partidos religiosos judíos, la cual, lejos de ser una expresión única de la religiosidad frente al laicismo, introduce su propia diversidad en el seno de un sistema de partidos ya muy plural. La común diferenciación entre askenazíes y sefardíes data, cuando menos, de 1984 con la creación del partido Shas que representa a la comunidad sefardí, pero la presencia de los ortodoxos y ultra-ortodoxos en el escenario político es, incluso, anterior a la propia independencia de Israel, como son los casos del partido Po-El Mizrahi de 1922 y Agudat Yisrael de 1912. No puede decirse, por tanto, que es un fenómeno nuevo. Y en un parlamento unicameral de 120 escaños disponer de una media de 16 asientos parlamentarios, ante la ausencia de mayorías absolutas, constituye la llave posible para la gobernabilidad. Prueba de ello es que han formado parte de la mayoría de los 33 gobiernos que se han sucedido desde entonces, independientemente si estos gobiernos han estado encabezados por la derecha o por la izquierda política.
Esta presencia de partidos religiosos en una democracia de corte occidental, lógicamente, introduce una variable no siempre bien entendida en los círculos de Europa y esta ausencia de comprensión, o conocimiento, ha alimentado el sesgo informativo de las noticias sobre Israel y, sin duda alguna, ha contribuido a la imagen estereotipada del ultra-ortodoxo como marca del país. Sin embargo, la batalla de estos partidos, lejos del debate de la política exterior y de la cuestión del conflicto con los palestinos y los árabes, se ha centrado, casi en exclusividad, en temas educativos, sociales y económicos, siendo precisamente esta situación socio-económica inferior de los sefardíes frente a los asquenazíes la clave para entender la división, además de otras diferencias más comunes del modelo israelí, como es el caso de la batalla por el liderazgo político y las desavenencias entre líderes que en tan numerosas ocasiones han producido escisiones y/o creaciones de nuevas alternativas políticas. Lo hemos vuelto a ver en estas elecciones con el concurso de un nuevo partido, Yachad, procedente de las filas del partido sefardí que, contrario a todos los pronósticos de los previos sondeos electorales que le otorgaban una media de 4 escaños, se ha quedado fuera del parlamento al no superar la barrera electoral del 3,25% recién estrenada hace unos meses. Aryeh Deri, sin duda, ha salido fortalecido en estas elecciones al consolidarse como líder político de la comunidad religiosa sefardí, a pesar de haber perdido frente a las pasadas elecciones 4 escaños y ver reducida su representación a sólo 7. Sus rivales, el rabino Yaakov Litzman y Moshe Gafui, del Judaísmo Unido de la Torá, que representan a los asquenazíes ultra-ortodoxos, también han visto reducida su representación parlamentaria pasando de 7 a 6 escaños. Por consiguiente, 13 son los puestos que han obtenido en esta ocasión los partidos religiosos judíos, unos resultados que casi les retrotraen a 1981, cuando juntos, pero por separado, obtuvieron 10 diputados. Las diferencias se pagan electoralmente, y así ha sido en esta ocasión, pero probablemente estos resultados, tomados en su conjunto, cosecharán mejores perspectivas en comicios ulteriores.
De la minoría árabe no puede decirse lo mismo que de la minoría religiosa judía representada políticamente en los partidos anteriormente mencionados. Su evolución histórica ha venido marcada, lógicamente, por los acontecimientos bélicos del país y la agenda de la política exterior sí ha tenido, en este caso, un peso más significativo. Ahora bien, lejos de cualquier tentación mediática simplista por ofrecer una imagen de unidad, la diversidad también reina en este colectivo social.
Diferencias políticas
Musulmanes, drusos, cristianos, beduinos no se conducen igual, ni siquiera electoralmente hablando, y este panorama de pluralismo se ve también afectado por las diferencias políticas, no sólo religiosas, y también e igualmente, por las luchas internas por el liderazgo político. Nacionalismo árabe, comunismo o islamismo reproducen la diversidad en el seno de este grupo social. Y, si cabe, hasta el pragmatismo frente a la ideología, como es el caso de la localidad Al Naim, pueblo árabe beduino, en el que el Likud cosechó el 77% de los votos. Estas notables diferencias junto con un profundo problema de liderazgo político -basta observar las disputadas elecciones municipales en las poblaciones mayoritariamente árabes- ha venido alimentado una preocupante apatía de su propio electorado, que tras mucho tiempo parece haber despertado de este letargo, en cierto modo, con la coalición que ha concurrido en estas elecciones, la Lista (árabe) Unida, liderada por Ayman Odeh, elegido por las filas de la formación Hadash (Frente Democrático por la Paz y la Igualdad), fundado en 1977, y que ha logrado 13 escaños, alzándose con la popularidad de haberse convertido en la tercera fuerza política del país. Una popularidad, tal vez, demasiado inflada desde el punto de vista mediático por este interés sesgado de ofrecer una imagen de unidad y armonía, donde no la hay, pero que, sin duda, resulta útil para aquellos que quieren seguir alimentando la idea sempiterna de árabes contra judíos en el seno de la sociedad israelí. Obtener 2 escaños más que en las pasadas elecciones, juntos ahora, pero por separado entonces, puede ser motivo de satisfacción por supuesto, pero está por ver la persistencia de esta cohabitación obligada, pues ha sido el incremento del 2% al 3,25% del umbral electoral, la esencia de esta necesidad de entendimiento. Ya se verá cómo el partido nacionalista árabe secular, Balad, fundado en 1995 se entiende, en clave interna, con los comunistas de Odeh, donde por cierto también hay entre sus filas israelíes judíos; o con el Movimiento árabe para la Renovación (Ra’am-Ta’al), creado en 2006, que es el único partido islámico y que respalda, por ejemplo, el uso de las Cortes de la Sharia. El tiempo dirá si el posicionamiento común frente al enquistado conflicto (todos defienden las fronteras del 67) y la batalla contra los desequilibrios socio-económicos que padecen los municipios mayoritariamente árabes permiten la unidad obligada impuesta por el 3,25% o si las débiles costuras de este traje hecho para la ocasión no se deshacen en el camino.
Actores incuestionables
El centro político, hoy por hoy, tiene dos actores incuestionables, al menos mientras que a Tzipi Livni, de Hatnuah (Movimiento), obligada también por las circunstancias a la coalición con los laboristas, se le ocurra fundar un nuevo partido… A un lado, un líder con tirón carismático eventual, Moshe Kahlon, que gracias a su éxito en el mundo de las telecomunicaciones, como ex Ministro del Likud, ha debutado en el nuevo parlamento con 10 escaños de la mano de Kulanu, llave del nuevo futuro de gobierno. Ha sido la cara amable en esta campaña y se ha dejado querer tanto por Netanyahu como por Herzog durante todos estos días, hasta el día 18 por la madrugada. Estas experiencias de laboratorio a modo de una especie de Hamlet invertido, es decir, “no ser o ser”, pueden ser fugaces en el tiempo (dígase Kadima) o permanecer hasta morir “con las botas puestas”, que imagino es lo que ha sentido Avigdor Lieberman cuando conoció los resultados oficiales, de Yisrael Beitenu, y ver cómo se esfumaban 7 escaños de su propiedad al quedarse sólo con 6. Al otro lado, y saliéndonos de cualquier comentario político, es sin lugar a dudas el mejor rostro (y cuerpo incluido) de cualquier cartel electoral: Yair Lapid de Hay Futuro (Yesh Atid). El gran perdedor, empero, de estas elecciones a tenor de los 8 escaños que se ha dejado en el camino por la gestión de las finanzas, pasando de sus debutantes 19 diputados en 2013 a sólo 11. Diana de los religiosos judíos por su defensa del laicismo a ultranza como eslogan para salir de la crisis y, quien sabe, si diana también de parte del voto útil que orilló en la izquierda sionista.
Precisamente ha sido la izquierda, el centro izquierda, la gran perdedora en estas elecciones. Primero, y en gran parte, por los frustrantes resultados para el que todas las encuestas de última hora daban como vencedora. La gran paradoja de esta derrota es más anímica que numérica, pues los sondeos electorales otorgaban al grupo sionista del tándem Herzog-Livni casi el mismo resultado que finalmente ha obtenido. La victoria que anhelaban no era exclusivamente por el ligero incremento de escaños respecto a las elecciones del año pasado (juntos han sumado 3 diputados más), sino a las expectativas del desplome que preveían del Likud, prisionero por un liderazgo cuestionado que, paradoja del destino, ha resultado ser incuestionable.
Profunda frustración
Esta frustración, si cabe, es aún más profunda por las tres diferentes dimensiones por las que ha transcurrido el proceso de conocimiento de los resultados electorales: los sondeos previos que les daba como ganador, pasando por el empate técnico de las encuestas a pie de urna y terminando en la madrugada, de la mano de los resultados oficiales definitivos, con la fría noticia de la derrota. La cara de circunstancia de Herzog al conocer el desenlace, y que junto con su timbre de voz y sus formas fueron objeto de sátira durante la campaña, da fe de que se quedó… como estaba. Por el contrario, quien sí llevó su procesión por dentro, si se permite la analogía salvando las distancias, y parecía Juana de Arco camino al patíbulo fue Zehava Galón, candidata del partido socialista Meretz, para el que las encuestas otorgaban un titular más para la prensa del día siguiente: la desaparición del partido al no superar la barrera electoral que le permitiera acceder a la representación parlamentaria. Pero el destino quiso confabularse con ella y los 4 escaños logrados, que finalmente han sido 5 con el reajuste del escrutinio final de los votos, le permitió, como suele decirse, salvar los muebles en el último momento, pero no su cabeza, que puso inmediatamente a disposición del partido.
Y, por último, el gran vencedor incuestionable de estas elecciones de marzo de 2015: Benjamín Netanyahu. La prensa y los comentaristas afines le han elogiado por su incuestionable inteligencia: ¡Nadie, excepto él, conocía los resultados! Su estrategia cuestionada desde todos los puntos de vista (desde sus videos publicitarios, pasando por su encuentro con los congresistas americanos a espaldas del Presidente Obama y terminando con la sentencia salomónica que cierra las puertas a toda posibilidad a largo plazo de un Estado palestino) y que parecía confirmar una especie de harakiri político en primera persona, es hoy motivo de análisis que enfrenta a detractores y fans. Lo único cierto es que nadie, absolutamente nadie, con argumentos analíticos o sin ellos, con reflexiones profundamente meditadas o productos de la espontaneidad de las elucubraciones espontáneas, con simpatía o antipatía y con Máster en Análisis de Política Electoral o sin él, nadie pudo pronosticar la sonrisa de quien será el Primer Ministro que más años estará al frente de un Ejecutivo israelí. Porque el triunfo de Bibi no es sólo el triunfo del Likud frente a la Unión Sionista, es también el triunfo del líder de un partido conservador frente a sus aliados naturales (Yisrael Beitenu y Habayit Hayehudi – Israel Nuestra Casa y Hogar Judío, respectivamente) y, además, es el triunfo de un líder cuestionado y en apuros frente a cualquier heredero natural al liderazgo de la derecha política. Desde luego, la sonrisa de Naftalí Bennet da también qué pensar, ahora que es tiempo para el análisis postelectoral.
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