Catedrático de Comunicación Política de la Universidad de Leeds (UK)
PONENTES BILBAO 2016
“Las elecciones son un momento concreto de la historia en el que la ciudadanía decide quién es”
Por Rocío Zamora, @rzamoramedina, coordinadora del Comité de Investigadores de ACOP.
El profesor Stephen Coleman es Catedrático de Comunicación Política en el School of Media and Communication de la Universidad de Leeds (UK), así como Profesor Honorario en Ciencia Política en la Universidad de Copenhagen e Investigador Asociado en el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford.
Stephen Coleman propone el modelo de la representación directa vía Internet para superar los déficits de la democracia representativa indirecta, que considera que tenderá a desaparecer en breve. Considera que ha llegado el momento en el que los políticos deben dejar de hablar sobre ellos mismos y aprender a escuchar a la ciudadanía.
Stephen Coleman será uno de los ponentes invitados en el IV Encuentro Internacional de Comunicación Política de ACOP que se celebrará en Bilbao el mes de julio de 2016 bajo el título “Nueva comunicación: ¿nueva política?”.
Usted está haciendo una investigación interesante sobre la visualización de los debates electorales en Gran Bretaña de las últimas elecciones generales británicas de 2015. Si bien no hay mucha tradición de debates electorales en este país, usted establece en su trabajo una comparación entre estos últimos debates y los que tuvieron lugar en 2010. Qué resultados ha obtenido?
En 2010 tuvimos el primer debate televisado con líderes de los partidos e hicimos una serie de encuestas nacionales para investigar cómo pensaba la gente, siguiendo los parámetros de la teoría de los usos y gratificaciones. En 2015, decidimos ir más lejos y hemos hecho un estudio cualitativo, antes de las elecciones, en el que preguntamos a la gente por sus recuerdos sobre los debates que tuvieron lugar en 2010. Queríamos aplicar particularmente la teoría de la capacidad («capability theory»), que pregunta a la gente no tanto cómo tiene que ser definida o predefinida la información para ellos, sino qué es lo que creen que van a utilizar ellos de esa información que se les ofrece. En otras palabras, qué es lo que necesitan para poder utilizar esa información realmente. Y encontramos cinco capacidades claves que emergen de esta investigación. En 2015, hemos procedido con tres áreas de investigación.
La primera, hemos repetido cinco encuestas nacionales, que fueron contabilizadas, en las que testamos esas capacidades. Por lo que le preguntamos a la gente hasta qué punto el debate le había habilitado para las cosas que se esperaba.
La segunda cosa que hicimos, y esto es realmente innovador, es montar un experimento en directo. Creamos la tecnología necesaria y pagamos a 400 personas para que visualizaran el debate y, mientras tanto, disponían de un panel en una app diseñada para ello, en la que podían presionar botones que estaban asociados con las cinco capacidades clave del estudio. Cada una de estas capacidades tenían cuatro declaraciones que la gente podía seleccionar si en ese momento coincidía aproximadamente con lo que estaban pensando. Llegamos a tener hasta 70.000 clicks producidos por esas 400 personas, por lo que conseguimos una cantidad enorme de datos para reflejar lo que la gente iba pensando, segundo a segundo, a lo largo del debate. Ahora estamos vinculando ese material con el discurso del debate. Y estamos en disposición de demostrar qué capacidades conducen a la gente a una respuesta negativa o positiva. En el pasado se han utilizado tecnologías de respuesta muy simple, en la que la gente sólo podía expresar si le gusta o no le gusta algo. Para nosotros esta tecnología no tiene valor representativo. Otra cosa que está muy de moda actualmente es Twitter analysis. El problema de este análisis es que es elegido de forma selectiva por el propio investigador, no es necesariamente representativo , además de que, aunque te dice mucho de lo que la gente está diciendo, no te dice nada de por qué está diciendo eso, y necesitas tener ambas visiones. En definitiva, lo que hemos obtenido es una forma nueva de analizar los debates electorales o incluso cualquier forma de comunicación política que esté ocurriendo en ese preciso momento.
Nuestra tercera aportación ha consistido en crear una plataforma, que hemos llamado «respuesta democrática»(democratic reply) en la que, en cualquier instante, el ciudadano puede parar el debate y responder en el momento que quieras. Por ejemplo, si una de las capacidades detectadas entre los participantes era «no sé cuándo me dicen la verdad, cuando las palabras que utilizan son de hecho verdad…», uno podía parar el debate cuando lo deseara, utilizando esa tecnología para poder decir «de acuerdo con la información que tenemos, esto es un ejemplo de lo que entiendo por verdad de hecho» y entonces buscamos variables y evidencias que lo demuestren. Otra de las capacidades era «no queremos que se dirijan a nosotros con un lenguaje manipulador». En ese caso, podías parar, una vez más el debate, utilizando esta tecnología, y obtienes un desglose lingüístico del tipo de lenguaje utilizado.
En definitiva, es un proyecto impresionante que incluye, primero, una encuesta nacional al estilo tradicional (cuyos resultados publicaremos); segundo, reacción instantánea de la ciudadanía y, en tercer lugar, una nueva herramienta tecnológica que permite volver al debate y aprender del mismo.
En relación con los principales candidatos que se presentaron a esas últimas elecciones en Gran Bretaña, Cameron y Miliband, ambos se presentaron como «gente normal», alejados de la imagen de políticos profesionales con el fin de conectar mejor con los votantes y sus intereses. Se trata de una tendencia que también estamos viendo en otros países europeos (como España, por ejemplo). ¿En qué medida cree que la desafección política puede explicar esta decisión estratégica en el caso de Gran Bretaña?
Desde el punto de la investigación en Comunicación Política yo diría que ésta ha sido tradicionalmente demasiado cuantitativa, es decir, hemos abordado el estudio del comportamiento político como si fuera algo que siempre se debe explicar de un modo racional, y como no podemos hacerlo de ese modo, simplemente lo ignoramos. Creo que, con algunas excepciones, hemos tendido a ignorar el lado interpretativo de la Comunicación Política y ahora necesitamos volver a ello. Eso implica intentar entender cómo la gente se relaciona con los políticos, no tanto en calidad de políticos, sino en calidad de lo que ellos creen que son para ellos. Es un proceso dialéctico, que va más allá de la personalización, un proceso intersubjetivo.
Creo que hay un punto interesante en casi todas las democracias desarrolladas en las que los políticos están teniendo dificultades a la hora de entender lo que significa la representación política. ¿Significa reflejo? ¿Significa pensamiento independiente? ¿Significa conciencia del público? Todo esto ha sido considerado en términos de autenticidad, pero yo creo que la cuestión central está en la naturaleza del público, en la idea que tengan los políticos de lo que es el público. Algunos políticos tienen una idea del público como un mero mercado de ideas; otros consideran al público como un coproductor; algunos consideran al público como alguien que nunca está satisfecho… Pero en el otro lado de la ecuación tenemos a un público que también tiene una idea de lo que es, y hay muchos modos de definirlo -el público bello, el público que siente sus obligaciones de ejercer su compromiso político y quiere actuar en consecuencia, o la propia visión que ofrece Lance Bennett del público bajo la etiqueta de «self-actualizing citizen», es decir, ciudadanos que actúan políticamente no tanto por la obligación que les llega desde el gobierno sino por otras razones de tipo ético o vinculadas a sus dinámicas de consumo.
A raíz de la aparición de ciertos casos como el del líder del partido laborista en Gran Bretaña, Podemos en España o Syriza en Grecia, yo creo que en estos momentos hay un debate abierto que nos obliga a los investigadores en Comunicación Política a entender las elecciones bajo el prisma del storytelling. Eso significa reconocer que los candidatos nos cuentan historias durante las campañas, pero esas historias no tienen que ver tanto con la verdad sino con la posibilidad de que ocurran cosas. Al igual que un niño se impresiona por una historia, no tanto porque crea que algo está ocurriendo, sino porque cree que podría ocurrir, y eso le podría afectar, en política ocurre algo parecido. Con el crecimiento de las nuevas tecnologías interactivas, el storytelling se está transformando. Estamos en un punto en el que la autenticidad está definida a partir de la competición entre las diferentes voces que existen a la hora de contar una historia, y eso está cambiando la propia naturaleza de las elecciones.
En su último libro, How voters feel? (2014), usted reflexiona sobre cómo se siente un ciudadano democrático y ha hecho algunas entrevistas para explorar qué es lo que un ciudadano cree que hace cuando está votando… ¿Por qué razones cree que votan los ciudadanos? ¿Hasta qué punto las emociones son más poderosas que los argumentos racionales para explicar dichas razones del voto en el contexto de este nuevo tipo de campañas electorales?
Yo parto del hecho de que el voto, en todos los países, es considerado un comportamiento que tiene un componente cultural importante en el que la gente expresa tanto emotividad como racionalidad. Se racionalizan emociones, pero a la vez sólo podemos expresar nuestra racionalidad de un modo emocional. Yo he querido entender el proceso de las elecciones como un momento concreto de la historia en el que la ciudadanía decide quién es. Es una visión antropológica en la que la gente, cada cierto tiempo, toma conciencia de quién es realmente, y se hace preguntas al respecto (si somos civilizados o no, qué pasa con las mujeres en la sociedad en la que vivimos, cómo estamos educando a nuestros niños, etc.) Es un momento de reflexión. Pero esa es la teoría, y yo he querido contrastarla empíricamente, porque no se había hecho demasiada investigación empírica en este sentido. Se ha estudiado sobre todo cómo vota la gente, pero no tanto cómo se siente la gente cuando vota. Para mi sorpresa, y desde la experiencia misma que he tenido hablando personalmente con votantes en sus casas, casi la mitad de las personas con las que me he entrevistado lloraban, no tanto porque se sintieran tristes, sino al recordar ese primer momento que votaron por primera vez, lo que para algunos fue un momento especial, y para otros fue una pérdida de tiempo. Entre los 60 sujetos que entrevisté ninguno explicaba su comportamiento de voto bajo los términos que se suele explicar en un libro de Ciencias Políticas, en el que el votante es sólo un número. De hecho, llegamos a considerar nuestra conversación sobre el comportamiento como una forma de terapia para esas personas. Todo esto me hizo pensar que la teoría es correcta, en la medida en la que hay un fuerte componente emocional ligado al voto, porque nos estamos definiendo a nosotros mismos, en un sentido profundo.
En su reciente libro, Handbook of Digital Politics (2015), un texto de referencia que incluye interesantes reflexiones teóricas y datos empíricos vinculados al nuevo escenario de la comunicación política digital. ¿Cómo ve el futuro de la investigación en este campo?
Creo que los medios digitales deben aprender las teorías de los estudios tradicionales sobre los medios, a pesar de que sean medios cualitativamente diferentes. La comunicación digital está a medio camino entre la comunicación interpersonal y la comunicación masiva. Al hablar de comunicación interpersonal, hemos de volver a Lazarsfeld para analizar cómo se habla de política entre los propios amigos o familiares. Esto describiría el primer nivel para explicar la comunicación digital. Posteriormente, tendríamos que recurrir a Blumler, y a los trabajos realizados sobre la comunicación política de masas, que sería el segundo nivel. Ambos procesos se dan simultáneamente en la comunicación de Internet, a través de procesos de redes sociales que son interdependientes pero no están coordinadas.
Este es un libro que incluye una serie de aportaciones de jóvenes investigadores que están analizando la comunicación digital, no tanto desde la perspectiva con la que se afrontó la investigación inicial, es decir, si era algo bueno o malo. Lo que debemos analizar ahora es cómo debe cambiar la comunicación política en este nuevo escenario, así como cuáles deben ser las opciones normativas para trabajar con esas redes, qué se puede hacer con esas nuevas herramientas sociales. Y si no podemos coordinarlas de un modo tradicional, eso exigirá nuevas formas de conexión para la toma de decisiones democráticas.
Usted también ha investigado el compromiso cívico en los gobiernos locales, dejando claro que la comunicación no asegura necesariamente el «public engagement», puesto que se requiere además una relación interactiva entre los representantes políticos y la ciudadanía. ¿Cree que es en los contextos locales donde mejor se puede lograr un mayor compromiso cívico de la ciudadanía o también a través de medios digitales?
Está demostrado empíricamente que la mayor parte de las informaciones que se canalizan a través de medios digitales, desde el uso del correo electrónico, mensajes de texto e incluso a través de Facebook, tienen lugar entre personas que comparten un escenario local. Fue una hipótesis equivocada pensar que íbamos a establecer relaciones con todo el mundo en un sentido global. El 75% de los mensajes de correo que enviamos son entre personas de nuestro entorno más inmediato.
Los gobiernos locales tienen la oportunidad más importante para que la democracia funcione. Porque si no funciona localmente, tampoco se puede esperar que funcione a nivel nacional o global. En el trabajo que realicé con Julie Firmstone sobre los gobiernos locales en las principales ciudades británicas descubrimos que en estos contextos había una preocupación importante en torno a la comunicación digital y que todo ello giraba entorno a la idea del compromiso («engagement»). Por eso quisimos profundizar en uno de nuestros artículos en los diferentes usos que se daban a dicho término entre los trabajadores de estos ayuntamientos. En este sentido, cuando los políticos hablaban de comprometer al público se referían a su deseo de que la gente entendiera lo que estaban haciendo, con una visión muy formal de la idea de «engagement». Paralelamente, en el nivel más burocrático, reconocimos un concepto de compromiso diferente, más amplio, especialmente vinculado con la idea de servicio, con una noción más funcional del término.
Dentro de todo este contexto subyacía la idea del compromiso como una forma concreta de coproducción. Y pensamos que esto es parte de la lógica de las nuevas tecnologías, ya que, a pesar de que los políticos está gastando mucho dinero a nivel nacional para hacer campañas online y websites, la gente ha dejado de creer en los políticos y está utilizando la tecnología por su cuenta, para hablar de cultura local, problemas de su vivienda, y otras cuestiones de interés general, pero no están hablando con sus representantes políticos. Esto nos crea un problema que debemos afrontar, como es que no puedes desarrollar política representativa porque sólo una parte está hablando con la otra. Lo que tenemos es un desequilibrio en todos los sistemas democráticos, ya que mientras la relación ciudadano-ciudadano está funcionando muy bien la relación ciudadano-representante político funciona muy mal. Y eso es precisamente en lo que estamos trabajando los estudiosos y profesionales de la comunicación política, en como hacer esa relación más equilibrada.
Usted ha dicho que quizá la implicación más importante de los medios digitales sea que están ayudando a reconfigurar el papel de la ciudadanía dentro de los gobiernos locales. ¿Cuál cree que debe ser ese papel?
Desde un punto de vista normativo y práctico, no creo que sea nuestro papel como investigadores definir estas cuestiones. Aunque yo personalmente crea que la democracia directa funcionaría mejor en este sentido, da igual lo que piense porque esta no es una cuestión que esté ahora en la agenda ni hay ninguna petición ciudadana en este sentido. Lo que sí se debe reconfigurar es la cuestión de cómo debe funcionar la representación política. Solemos establecer la división entre democracia directa por un lado y la democracia indirecta o representativa por otro. Mi argumento está basado en la idea de por qué no es posible coger lo mejor de cada uno de estos dos sistemas, para configurar lo que yo llamo representación directa, es decir, mantener una estructura representativa, con sus correspondientes elecciones pero, a la vez, la ciudadanía está siempre involucrada en la toma de decisiones, bajo criterios de transparencia, consultas populares, encuentros locales de vecinos. Creo, sinceramente, que la vieja democracia indirecta tiene los días contados en todos los países, y soy muy radical sobre esta cuestión. No tengo esperanza de que los sistemas democráticos sobrevivan en su estado actual, deberán reinventarse. No es sólo una cuestión de pequeños cambios. Y eso explica la gran aceptación que están teniendo los nuevos partidos populistas en todo el mundo, que tal vez no sean capaces de ofrecer todo lo que deberían en términos políticos, pero creo que representan una evidencia del deseo de la ciudadanía de desempeñar un papel más protagonista en el proceso político.
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