Iago Moreno @IagoMoreno_es
Si estamos ante una anécdota más de campaña o una genialidad comunicativa es algo debatible. Por un lado, la decisión de poner a bailar a la presidenta esta canción con un TikToker, prendió la mecha de su viralidad; por el otro, su vacuidad ideológica no hizo que cambiase ningún marco de la campaña.
Las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo en España nos dejaron la primera ‘coreografía viral’ de una campaña española. El ‘Ganas’ de Díaz Ayuso, tarareado ya por cientos de miles de ciudadanos, sorprendió por su puesta en escena: una plana mayor del Partido Popular balanceándose con poco swing. Sin embargo, también llegó a convertirse en un auténtico fenómeno viral gracias a la fuerza arrolladora de Tik Tok. Una plataforma donde este insólito jingle de campaña -sin más letra que un slogan, sin estribillo y sin estrofas- ha dado pie a más de siete millares de publicaciones y varios millones de impresiones en pantalla.
Sin embargo, no debemos dejar de prestar atención a dos cuestiones de fondo. En primer lugar, en pequeños fenómenos como este se hace palpable cómo la irrupción de Tik Tok cambiará lo que entendemos por ‘normal’ en una campaña; también en el umbral de espectacularización que se considerará tolerable. En segundo lugar, todo apunta a que la forma en la que el baile se ha vuelto un medio de expresión cotidiana en esta plataforma china dejará huella en la comunicación política de las campañas. Y, de hecho, ya lo está haciendo.
En las elecciones presidenciales de Brasil en 2022, los seguidores de Jair Bolsonaro y Ignacio Lula da Silva se enfrentaron en una batalla de coreografías que movilizó a cientos de miles de participantes. Cosechando decenas de millones de reproducciones, estos challenges coreográficos transformaron los clásicos jingles electorales en campañas participativas. Campañas masivas que permiten a los usuarios arropar y apoyar a su candidato preferido en términos que le son naturales y cotidianos, pues recordemos que bailar, teatralizar o hacer playback de una canción es la forma más común e intuitiva de expresarse en esta aplicación. Sobre todo, por parte de una generación zeta que recurre a estas licencias creativas para hablar de cualquier tema: desde un suspenso en un examen o una ruptura amorosa a la celebración de cualquier éxito personal.
El giro que supone esta forma de lanzar campañas virales es profundamente interesante. Por un lado, convierte un recurso de campaña clásico – el jingle político que solo abría y cerraba actos o acompañaba spots electorales – en un arma llena de vitalidad y potencial participativo. Por el otro, cambia totalmente las lógicas en la que estos materiales de campaña se producen, poniendo en el centro una dimensión fonomímica que antes no existía. Es decir, ya no se trata de encontrar una letra o una melodía pegadiza, tampoco de embutir un discurso político en una canción: se trata de convertir una canción en un fenómeno participativo, en algo fácilmente replicable por miles de usuarios.
De fondo, se perciben transformaciones más profundas e igual de importantes. Por un lado, la transformación de muchos espacios íntimos en parte de la esfera pública: dormitorios o escaleras que se convierten en lugares de performance política desde los que se llega a miles de personas. Podemos visualizar esta transición como un salto de los ‘lip dub’ a TikTok. El paso de esas grandes puestas en escena donde miles de personas bailaban conjuntamente una canción para lanzar un mensaje político a un contexto digital donde todo eso se individualiza. Por otro lado, vemos en esta tendencia también una nueva forma de explotar la viralidad que requerirá técnicas propias.
La industria discográfica cada vez trabaja más con coreógrafos para diseñar retos de baile que acompañen sus videoclips. ¿Llegará alguna campaña política a contar con estos creadores para intentar viralizar la suya? No es una idea tan descabellada: en la última campaña presidencial de Chile, la de Gabriel Boric llegó a lanzar tutoriales para bailar sus jingles, mientras que la de Antonio Kast apelaba a comunidades particularmente experimentadas en las coreografías virales como los K-popers, para los que sacó un insólito tema titulado “K-Kast”.
Los lazos que unen a la política con el baile son mucho anteriores a los que la unen con los partidos de masas, los estados-nación o las urnas. Un medio para narrar historias, afirmar identidades, coronar emperadores, resolver conflictos o incluso enfrentar la autoridad de dioses, reyes y tribunos. Sin embargo, como canta Jorge Drexler, el baile es una “idea eternamente nueva” y las redes sociales abren una nueva etapa en esta relación que es sumamente fascinante. Una en la que la industria de la comunicación política tendrá que asumir que no solo se llega al votante a través de palabras o imágenes, sino también a través de cuerpos en movimiento.
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