Por Emilio Ordiz , @EmilioOrdiz, Periodista de 20minutos y colaborador de El Orden Mundial. Especializado en el estudio de los populismos y los movimientos euroescépticos
Emmanuel Macron construye su relato para las elecciones de abril con la ventaja que le da ser presidente mientras ve cómo a su derecha la lucha es encarnizada y a la izquierda, simplemente, corre el aire.
Emmanuel Macron puede representar muy bien esa afirmación de que no es tan importante lo que se dice como cómo se dice. Las presidenciales francesas del mes de abril están enmarcadas en un contexto de crisis internacional en el que lo puramente interno parece haber pasado a un segundo plano. Todo está salpicado por la invasión rusa de Ucrania, y en ese escenario Francia quiere volver a lo que un día fue y a lo que, desde siempre, ha intentado seguir siendo: el país líder de Europa, el motor de la Unión Europea y una referencia para el mundo. Que Macron quiere una UE a la francesa no es ningún secreto, y así lo ha intentado explicar.
“Soy candidato para inventar con vosotros, ante los desafíos del siglo, una respuesta francesa y europea singular. Soy candidato para defender nuestros valores que los desajustes del mundo amenazan. Soy candidato para seguir preparando el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos”. Ya es peculiar que un candidato a unas elecciones presente su nombre por carta, extracto de la cual es esa afirmación, pero a nadie hubiera sorprendido si en esas líneas en lugar de “candidato” hubiera puesto “presidente”. Porque Macron se sabe favorito para los comicios y de sus mensajes se desprende esa ventaja. Habla, básicamente, de seguir construyendo el castillo cuyos cimientos empezó a levantar en 2017.
En Francia el eje izquierda-derecha hace ya tiempo que se rompió, quizás porque su apuesta es un centro que, como también ha repetido Macron, ejemplifica que la sociedad gala es de izquierdas y de derechas al mismo tiempo, o de ninguna de las dos. El programa del presidente mira hacia un lado en lo económico y hacia el otro en lo social y en la vertiente ecologista. Y eso ya no sorprende a nadie. Quizás porque ahí resida la verdadera transversalidad. En todo caso, cualquier error comunicativo, estratégico o político que pueda cometer Macron se va a quedar en nada. ¿Por qué? Porque el resto de casas, por un motivo o por otro, están completamente sin barrer.
La derecha francesa, tantas veces representada por un Charles De Gaulle de cuya figura todos se quieren ahora apropiar, ya es las tres derechas francesas, aunque dos se parezcan mucho. De hecho, los discursos de Marine Le Pen, Eric Zemmour y Valerie Pécresse tienen más similitudes que diferencias entre sí. Seguridad, migración, dudas sobre la “pérdida de valores nacionales”, alguna dosis de nativismo y, en el caso del polemista, muchas de antisistema. En ese escenario, los discursos son en clave negativa, muy poco propositivos y por lo tanto dirigidos al votante cabreado. Pero quizá no haya tantos como parece. Ahí, Pécresse, otrora opción de la derecha moderada, ha preferido competir en el margen y no en el centro, con Macron. Tal ha sido su viraje que incluso llegó a dar cierta validez a la teoría del gran reemplazo. Se trata, en realidad, de elegir camino, y los tres candidatos de la derecha han elegido uno tan estrecho que no caben todos a la vez.
En cambio, la de la izquierda es una ruta tranquila, completamente despejada, con forma pero sin fondo, porque sus mensajes están, pero no se oyen. En ese lado del cuadro, por hacer un simil tenístico, solo aguanta un Jean Luc Melénchon que se da otra oportunidad renunciando a ser un izquierdista como tal y buscando ser la tercera vía. Ni Macron ni Le Pen, como en 2017. Su discurso es precisamente el nombre de su partido: insumiso. Busca romper con casi todo porque cree, literalmente, que ahora mismo nada funciona. Y juega con la baza de que parece saber gestionar mejor el descontento que quienes, desde la derecha, dicen representar a los decepcionados. Además, va sin compañía en una izquierda que ha visto como la sociedad francesa desecha lo que se puede considerar la opción moderada. Ni los socialistas con Anne Hidalgo ni los Verdes con Yanick Jadot tienen espacio. Son los elegidos para abandonar la academia de las ideas por un desgaste que viene de atrás. La realidad es que Francia ya no confía en los partidos tradicionales. Macron lo sabe. Macron no es ni de izquierdas ni de derechas, o es de las dos a la vez. Y respira porque tiene espacio para hacerlo. A su derecha, la derecha puede ser demasiado de derechas y a su izquierda, parece, la izquierda no es lo suficientemente de izquierdas. Y los franceses, al final, lo que buscarán es certidumbre.
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