María Francés 
@annacarulla

Politóloga y consultora de imagen

La imagen personal ha sido, históricamente, una herramienta poderosa en la comunicación política y Kamala Harris es un claro ejemplo de cómo una figura pública puede utilizarla de forma estratégica para reforzar su mensaje y conectar con la ciudadanía. 

Aunque las pasadas elecciones no le han sido favorables, Harris ha mantenido una imagen sólida y coherente, adaptándola a cada etapa de su carrera para transmitir autoridad, accesibilidad y resiliencia.

Desde su irrupción en la campaña de 2020, Harris apostó por un vestuario que combinaba sencillez, funcionalidad y simbolismo. Su prenda insignia, el traje pantalón, se ha convertido en una reivindicación visual de profesionalismo y liderazgo. Generalmente en tonos oscuros como el azul marino, el gris o el negro, estos colores proyectan seriedad, estabilidad y control, elementos clave en la percepción pública de una figura de poder, lo que a mí me gusta llamar ‘Power Dressing’.

Durante su campaña inicial, Harris introdujo elementos más informales, como las icónicas Converse Chuck Taylor, que le sirvieron para humanizar su figura y conectar con votantes más jóvenes. Este contraste entre la sobriedad de los trajes y la informalidad del calzado enviaba un mensaje claro: era una líder profesional, pero también accesible y cercana.

En contextos clave, como debates y discursos históricos, sus elecciones han sido cruciales. Tonos como el blanco o el morado (que eligió para su toma de posesión como vicepresidenta), asociados al movimiento sufragista y a la igualdad, han reforzado su posicionamiento como defensora de los derechos civiles y la inclusión.

Con su transición a la vicepresidencia, Harris ajustó su estilo para reflejar las exigencias de su nuevo rol. Los trajes adquirieron cortes más estructurados y materiales de alta calidad, como lana, lo que proyectaba una imagen de autoridad y preparación. El minimalismo en los accesorios, como los collares de perlas o los pequeños pendientes, reforzaba su profesionalismo de forma sutil, sin desviar la atención del mensaje central. De hecho, nos ha recordado a Margaret Thatcher, que usaba trajes de chaqueta estructurados que proyectan autoridad, pero con perlas y blusas con lazos y tejidos fluidos, que son mucho más cercanos.

Aunque el impacto de Kamala no se ha limitado a su vestuario. Su lenguaje no verbal, con sus gestos y micro expresiones, también han sido una herramienta clave para reforzar su liderazgo y conexión emocional. Ha mantenido una postura firme, con gestos pausados y controlados que han reforzado la narrativa de una figura con visión y propósito. Su expresividad nos ha dejado momentos épicos, como en el primer cara a cara con Trump y esas sonrisas de medio lado o la ‘cara de sorpresa’, mientras Barack Obama y Donald Trump compartían risas hace unas semanas en el funeral de Jimmy Carter.

Pese a todo, Harris ha continuado utilizando su imagen como una herramienta para proyectar resiliencia. Sus apariciones públicas posteriores reflejan una sobriedad calculada, con trajes en tonos oscuros que subrayan estabilidad y determinación. En algunos eventos simbólicos, el uso del blanco ha reaparecido, comunicando así esperanza y su compromiso con los valores que ha defendido a lo largo de su carrera.

En definitiva, como ya fuera el fenómeno Obama en 2008 con la camisa arremangada, el caso de Kamala Harris pone de manifiesto que la imagen en política no es un complemento superficial ni una frivolidad, sino una extensión estratégica del mensaje político. Cada detalle de su vestuario, desde los colores hasta los cortes y accesorios, han sido elegidos para reforzar su mensaje político. Y su l­enguaje no verbal ha sido igualmente fundamental, lo que le ha permitido conectar emocionalmente con su audiencia y proyectar seguridad y liderazgo.

Para cualquier figura pública, la trayectoria de Harris ofrece lecciones claras: la imagen personal debe ser coherente con los valores y objetivos del líder, flexible ante las exigencias del contexto y, sobre todo, auténtica. En política, donde la percepción es clave, la capacidad de utilizar la imagen como herramienta de comunicación puede marcar la diferencia entre ser recordado o pasar desapercibido.

Kamala Harris, independientemente de los resultados electorales, ha demostrado cómo una estrategia de imagen bien ejecutada puede consolidar el impacto y la relevancia de un líder, incluso frente a la adversidad.

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