Por Quim MarquÉs, @Quim_Marques Doctor en comunicación e investigador del grupo CompolWatch
Con cerca de una década de producción editorial, muchas han sido las temáticas que ha tratado esta revista a lo largo de estos años. En general, ligadas directamente con la comunicación política y con la gestión pública. Pero también hemos informado sobre temas transversales que exceden del ámbito propio para abarcar todo el amplio espectro de la comunicación. Hemos intentado seguir algunos de estos cambios. Como la reputación, por ejemplo, o la gestión 360 grados en la comunicación, la utilización de los planificadores estratégicos en la política, la antifragilidad, etc…
A lo largo de estos nueve años, la sociedad ha cambiado radicalmente. Nosotros también. Si nos fijamos en España, en 2008 su economía estaba en un rally alcista. Ahora salimos de una gran crisis. El PIB per cápita alcanzó los 35.579 dólares, en 2008. En 2016 era de 25. 832 dólares. En sentido opuesto, la penetración de internet llegaba, en 2008, a la mitad de los hogares españoles. En 2016 cubría el 82%, mientras que la conectividad móvil alcanzó el 88%, el primer país del mundo. Esos factores cambiaron la comunicación en la sociedad actual.
Es, en ese contexto, donde desde estas páginas reflejamos la evolución de algunos conceptos, como los apuntados arriba, se tornaban transcendentes para la comunicación política. Como el caso de la reputación institucional, un intangible que desarrollamos a finales de 2013 (nº 60). Inicialmente focalizado en el entorno de las entidades privadas, hace un lustro empezó a verse como imprescindible en las organizaciones del sector público. Hoy observamos su plena vigencia. Entonces ya apuntamos una reflexión del profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Justo Villafañe, “lo único que permanece es aquello que requiere del tiempo y del cumplimiento para lograrse. Este es el caso y la naturaleza de la reputación institucional”. La defensa de este valor va unido a la transparencia y al respeto de la ética. Para su visualización es necesaria en una persistente acción de comunicación. Hoy en día la vemos como un proxy, no como un asset, tal como se contemplaba en décadas pasadas. La reputación que se ha de cuidar es la que recae en la institución, más allá de la que pueda tener el político que la gestione en cada momento.
La visión de la política 360 grados fue recogida y tratada en los primeros números (nº 6), en la anterior década, cuando pocos profesionales la aplicaban de manera regular fuera de la comunicación corporativa de las transnacionales. Un concepto que hoy nadie pone en duda, ningún profesional concibe una comunicación política que no sea integral, sin sinergias, donde tiene el relato no esté todo aunado, con su hueco las acciones transmedia, el storytelling y la producción de branded content al servicio del líder.
En 2012 trajimos a estas páginas (nº 49) los cambios en la figura y papel que empezaba a jugar el planner, los planificadores estratégicos, un concepto ligado al anterior y que empezaba a despuntar en el ámbito de la política. Su campo tradicional, el mundo publicitario. Expertos en gestión de marca, en creatividad, pero sobre todo en la vigilancia que las estrategias de comunicación se insieren en la principal, la política.
Otros conceptos eran inexistentes en 2008. Uno de ellos fue la antifragilidad, reflexión nacida en 2013 de la mano de Nassim Nicholas Taleb y su obra “Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden” y que investigadores trasladaron al ámbito comunicacional en los años siguientes –La revista de ACOP la llevó a sus páginas a finales de 2015 (nº 82)-.
Seguro que nos dejamos algunos conceptos más, todos ellos utilizados en el amplio campo de la comunicación, fueron acogidos en nuestro ámbito de especialización, la comunicación política, donde están jugando papeles importantes.
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