Por Pau Solanilla @PauSolanilla Consultor internacional y autor del libro La República de la Reputación
Las campañas electorales de 2019 en España, más allá de los resultados y de la complejidad para consensuar la gobernabilidad del gobierno de España y del resto de instituciones democráticas, muestran claramente la radiografía del estado de salud de la política española. Las diferentes contiendas electorales constatan el lamentable estado del arte de la política y su incapacidad para generar nuevas coherencias y consensos básicos para afrontar los retos ineludibles que tenemos como sociedad. Las campañas siempre han sido escenario para la confrontación de ideas, programas y candidatos, trufados de tensión y pasión, pero se ha convertido más en entertainment que en debate, con fichajes de candidatos y candidatas como si fuera el mercado del fútbol, y ataques y descalificaciones cada día más virulentas al adversario en una creciente “trumpización” de la política. Los partidos parecen más obsesionados por destruir al adversario con un lenguaje más bélico que político, que de convencer de las bondades de su programa político.
Todo ello se ha puesto de manifiesto en los debates televisivos entre los principales candidatos, en el que hemos asistido a un espectáculo decepcionante de confrontación de ideas, proyectos y personas. Los debates son un ejercicio sano y necesario para la democracia, y las campañas políticas sirven para movilizar voluntades con la aspiración de convertir a los indecisos en votos, al tiempo que alimentan las tertulias en medios de comunicación y los debates en los centros de trabajo, en el bar o con entre amigos. Una de las máximas de la comunicación política es, utilizar los recursos y habilidades conversacionales para generar emoción y adhesión a un proyecto y a un candidato, al mismo tiempo que se pone en aprietos al adversario mostrando sus incoherencias y carencias. Pero en la política de hoy, el discurso político está más centrado en polarizar las audiencias y alentar el miedo a los otros que a ensalzar las virtudes propias. La esperanza o el miedo han sido elementos recurrentes para la movilización del voto, y el lenguaje, la imaginación y la memoria son los actores principales de los procesos culturales que conforman un estado de opinión y conforma nuestras mentes. Comunicar tiene principalmente que ver con crear un enmarcado -frame- a través del lenguaje, como definió el neurolingüista George Lakoff, y tiene que ver con elegir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no tiene solo que ver con el lenguaje, lo primero son las ideas, y el lenguaje transmite y evoca esas ideas.
Las contiendas electorales constatan el lamentable estado del arte de la política y su incapacidad para generar nuevas coherencias y consensos para afrontar los retos de la sociedad
Las palabras y el lenguaje de la política importan y mucho. El poder emana en buena medida del lenguaje público, y en los últimos años hemos visto como aquel dicho que rezaba “la política es pedagogía” ha dejado de estar en el centro de las mentes de los políticos para convertirse en “la política es confrontación”. La función del lenguaje de la política, lejos de contribuir a generar nuevos espacios de debate, mediación y síntesis para generar nuevos consensos, está siendo derrotada por fuego amigo, esto es, por el lenguaje de los propios políticos que conduce a la frustración y al descrédito colectivo. No hay probablemente sector profesional más autodestructivo de su propia reputación que la política.
En la política de hoy, el discurso político está más centrado en polarizar las audiencias y alentar el miedo a los otros que en ensalzar las virtudes propias
El lenguaje de la política ha mutado, y con ello la propia política, renunciado a su función orientadora e integradora para convertirse en un arma para la destrucción del adversario. La consecuencia es, que el debate político se ha convertido en un lodazal del que nadie sale bien parado y todos quieren creer que la culpa es de los demás. El filósofo Daniel Innerarity lo ha explicado muy bien, describiendo la situación actual como la era de la democracia de los incompetentes: “Si hay una crisis de la política es precisamente porque no consigue cumplir una de sus funciones básicas, la de hacer visibles a la sociedad sus temas y discursos, así como la imputabilidad de las acciones, facilitar su inteligibilidad”. Y es que la política y los partidos hace tiempo que dejaron de funcionar como espacios de inserción, contaminando de paso a otros sectores de la sociedad como los medios de comunicación, que progresivamente han dejado de cumplir su función orientadora y mediadora para convertirse en uno de los brazos armados de uno u otro partido.
La degradación del lenguaje de la política es la mejor expresión de la crisis de la política y pone en peligro la propia democracia.
Las democracias liberales modernas, tal y como las hemos conocido en el último siglo, se basaban en una gran conversación entre los dirigentes políticos, organizaciones de la sociedad civil y los ciudadanos. Hoy, la eclosión de las tecnologías de la información y de las redes sociales son un acelerador de la degradación del debate y del lenguaje político de un mundo “fast and furious”. Sabemos ya hace algún tiempo que todo el universo de la comunicación política y su impacto en el cerebro de las personas es fundamentalmente emocional y tiene un impacto enorme en nuestro comportamiento cívico-político.
El lenguaje de la política ha mutado, y con ello la propia política, renunciado a su función orientadora e integradora para convertirse en un arma para la destrucción del adversario
La materia prima son las emociones, incluso más que las acciones, y en los últimos tiempos el lenguaje de la política se ha centrado en generar más miedo y confrontación que en generar entusiasmo y nuevas posibilidades, empobreciendo y empequeñeciendo la política y la democracia. Por eso, es urgente el rearme y reconstrucción del lenguaje de la política para reconectar con la sociedad, recuperar la reputación y la confianza, y renovar su licencia social para operar.
Pero un nuevo lenguaje y un nuevo relato no se improvisa. Hay que crearlo, planificarlo, nutrirlo, protegerlo y actualizarlo, algo que las instituciones y la política parece que han olvidado hace ya algún tiempo. La política tiene que ir mucho más allá de las técnicas de comunicación de manual o de los spin doctors, únicamente preocupados por el corto plazo y el tacticismo del momento, que por construir un nuevo marco que dé coherencia y sentido a los proyectos colectivos. Hace falta que una nueva narrativa y generación de referentes políticos den un paso al frente con nuevas actitudes, aptitudes, y un nuevo lenguaje para hacer creíble los discursos de la política. Hacen falta líderes con coraje, coherencia y autenticidad, que, arropados de buenos asesores de comunicación, generen un nuevo discurso político audaz, creativo y movilizador para reconectar con la mente y los corazones de los ciudadanos.
Los ciudadanos quieren poder confiar en alguien que los represente, depositar su voto en gente ordinaria que sea capaz de hacer cosas extraordinarias. El caso de Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven en la historia de los EE. UU. es un buen ejemplo de ello. Con un estilo sencillo, claro, directo y espontáneo, y un buen manejo de las redes sociales, conecta con amplias mayorías sociales, y sabe además contrarrestar de forma efectiva, rápida y audaz los ataques en su contra. AOC supone un soplo de aire fresco de la política norteamericana haciendo buena la primera frase del nuevo libro de Yuval Noah Harari: “En un mundo de informaciones irrelevantes, la claridad es poder”. Y es que los ciudadanos ya no pierden el tiempo en escuchar los mensajes institucionales o partidarios perfectamente diseñados o enlatados que no emocionan, no conectan, no tienen credibilidad y, además, suelen ser previsibles y aburridos. La gente quiere y necesita emocionarse y creer de nuevo en algo y en alguien.
Debemos reivindicar un nuevo lenguaje que contribuya un nuevo relato movilizador para recuperar credibilidad, confianza y, por tanto, la reputación como elemento imprescindible para enmarcar los mensajes
La crisis de la política y su falta de credibilidad tiene mucho que ver con la crisis del lenguaje. La política se ha enredado en un gran ruido sordo que no ocupa los espacios centrales ni son los sonidos conductores de las conversaciones de la sociedad. Mark Thomson, presidente y consejero delegado de The New York Times, lo ha explicado de forma magistral en su libro Sin palabras: ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política? Un libro que debería ser de obligada lectura para aquellos que se dedican a la política. Thomson radiografía de forma detallada y minuciosa la evolución del lenguaje político en las últimas décadas y cómo se han ido erosionando los estándares más básicos de la cortesía y el respeto en el debate público, acelerado y amplificado con la llegada de la era digital y las redes sociales.
Así, debemos reivindicar un nuevo lenguaje que contribuya un nuevo relato movilizador para recuperar credibilidad, confianza y por tanto la reputación como elemento imprescindible para enmarcar los mensajes bajo el paraguas de un propósito creíble que genere sentido de pertenencia, confianza y de comunidad. Todo ello con un lenguaje centrado en propuestas y posibilidades que active las emociones y los estados mentales positivos para volver a conectar y movilizar a los ciudadanos en una nueva gran conversación. Los líderes políticos tienen que rescatar el lenguaje de la política, (r)emocionar a los ciudadanos y generar un nuevo compromiso, orgullo, y sentimiento de pertenencia que permita movilizar de nuevo anhelos y voluntades. Más que diseñar estrategia tras estrategia, volvamos a redefinir el propósito compartido de la política y de las distintas ofertas políticas, que es mucho más que un eslogan o discursos plagados de palabras y lugares comunes. Recordando las palabras del neurólogo Karl Deisseroth, no hay memoria sin emoción, y para emocionar en un discurso o en una intervención pública hace falta algo más que táctica o estrategia. Esto va de autenticidad, credibilidad y pasión.
Deja un comentario