Por Pablo Martín Díez Profesor universitario. Coordinador académico y consultor en @cigmapucjc
Decisiones. El tiempo que he tardado en redactar esa palabra es el que, en muchos casos, tiene un político para tomar una decisión que puede influir notablemente en la vida de numerosas personas. Una noticia, un tema; un tweet, otra crisis… Los acontecimientos pasan con celeridad, como árboles desde la ventana de un tren de alta velocidad. Y desde el vagón, sin bajarse, avanzando vertiginosamente, los políticos deben tomar cientos de decisiones. Inevitablemente, la intuición impera sobre la reflexión. ¿Pero podemos fiarnos de la intuición?
El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, alerta sobre cómo los sesgos cognitivos, atajos de nuestro propio cerebro que nos permiten tomar decisiones en un instante, pueden inducirnos a errores irracionales. El psicólogo estadounidense ha publicado gran cantidad de experimentos que demuestran dichos fallos, por ejemplo: “un bate y una pelota tienen un precio de 1,10 dólares. El bate vale un dólar más que la pelota, ¿cuánto cuesta la pelota?”, la mayoría de las personas, de forma rápida e inconsciente, tienden a responder erróneamente: 10 céntimos.
Por otro lado, el también psicólogo Gerd Gigerenzer defiende que una intuición «trabajada» puede ayudarnos a tomar decisiones correctas en una milésima de segundo, mientras que nuestro cerebro racional sería incapaz de lograr tal nivel de precisión y acierto. Por ejemplo, al principio de su libro Decisiones instintivas, explica como solo la intuición permite a un jugador de béisbol poder correr a toda velocidad mientras calcula la trayectoria de una pelota para atraparla antes de que toque el suelo; ni la tecnología más avanzada desarrollaría un robot capaz de realizar cálculos tan complejos y tan rápidamente. “Ni los deportistas ni los administradores de empresas necesitan saber cómo calcular la trayectoria de la bola o del negocio. Normalmente un «atajo» intuitivo los llevará adonde les gustaría ir, y corriendo menos riesgos de cometer errores graves”.
En política, como en la mayoría de los ámbitos, normalmente la decisión no recae sobre una sola persona, sino que se trata de un proceso conjunto. En este sentido, destaca el libro Las decisiones absurdas de Christian Morel. Aunque el trabajo de Morel recoge numerosos errores en el proceso de toma de decisiones, para este breve artículo presentaremos solo alguno de los más destacados desde el punto de vista de la política:
– La autoatribución: la creencia de que podemos tratar un tema sin la ayuda de expertos o arrogarnos capacidades que no disponemos en realidad. Las denominadas habilidades blandas como la comunicación, la gestión de equipos o la motivación son especialmente sensibles a este sesgo.
– El silencio por los desacuerdos: ya sea por miedo a la reacción del líder o por mantener la unidad y el consenso en un grupo, los miembros de un equipo de trabajo evitan emitir opiniones diferentes o criticar la idea imperante. Los grandes fiascos políticos derivan de este fenómeno, como por ejemplo ocurrió en la operación Bahía Cochinos según ha estudiado Irving L. Janis.
– El desorden en el proceso de toma de decisión o, por el contrario, un funcionamiento demasiado estricto y tedioso.
Gigerenzer, al final de Decisiones instintivas, escribe que la intuición supera a las estrategias computacionales y al razonamiento más sofisticado, pero que, mal explotada, también puede llevarnos al desastre; para evitarlo, Kahneman, en las conclusiones de Pensar rápido, pensar despacio, recomienda que, cuando sintamos que estamos en un campo cognitivo minado (influidos por el enmarcado, la heurística o cualquier otro sesgo), nos detengamos y pidamos ayuda a la parte racional de nuestro cerebro.
En definitiva, la intuición del político formado y experimentado puede vislumbrar un camino que quizá ni la más profunda investigación ni la más cuidada campaña podrían desentrañar; sin embargo, siempre debe estar vigilante para no caer en una trampa cognitiva que convierta su intuición en un fracaso.
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