Franz Von Bergen

 @FranzvonBergen

El 5 de enero de 2023, la oposición democrática venezolana parecía haber tocado fondo una vez más. Tras cuatro años, el gobierno interino de Juan Guaidó fue liquidado por la mayor parte de sus promotores después de no poder conseguir el principal objetivo para el que había sido constituido: la organización de elecciones presidenciales limpias y democráticas para retirar el poder de facto a Nicolás Maduro

Por su parte, la situación del líder chavista lucía promisoria. Había bloqueado las diferentes iniciativas de sus adversarios y empezaba a presentarse ante el mundo con una nueva cara. Tras las elecciones presidenciales de 2018, a las que no se presentó la mayor parte de la oposición por fraude, el refuerzo de las sanciones y el reconocimiento de Guaidó como presidente interino por buena parte de la comunidad internacional, Maduro había quedado aislado. En 2023, sin embargo, volvió a ser recibido en países latinoamericanos diferentes a Cuba o Nicaragua y dio luz verde a un proceso de diálogo que tenía como objetivo conseguir su legitimación en 2024 mediante unas elecciones que pudiesen ser reconocidas por el mundo.

Pero los planes de Maduro se han trastocado. Sin poder institucional y perdiendo peso en la comunidad internacional, la oposición se entregó a un proceso de primarias para elegir un candidato presidencial unitario. Con buena parte del liderazgo tradicional en el exilio o inhabilitado políticamente, el chavismo dejó correr la iniciativa ante la necesidad de consolidar su relato de legitimación. Pero el liderazgo de una mujer lo cambió todo: María Corina Machado.

Figura antisistema

Machado es una vieja conocida de la política venezolana. En 2004 lideró Súmate, una organización de observación electoral que asesoró a la oposición durante el Referendo Revocatorio que se activó contra Hugo Chávez ese año. Posteriormente fue diputada nacional y desde 2012 presentó su nombre como una alternativa presidencial opositora.

Sin embargo, había dos factores que tradicionalmente la habían perjudicado:

1. Su lejanía de la oposición dominante por no ser miembro de ningún partido político (su organización, Vente Venezuela, fue creada por ella) y diversas disputas con la clase dirigente por temas como la idoneidad de participar en procesos electorales y la radicalidad con la que enfrentar al chavismo.

2. Su origen acaudalado, que siempre había sido utilizado por el chavismo para retratarla como una «oligarca» y «burguesa» sin conexión con las clases populares.

El primero de esos elementos se transformó rápidamente en fortaleza. El descontento con los partidos opositores tradicionales no pudo ser contenido por ninguno de los rostros poco conocidos que se presentaron como precandidatos presidenciales. Además, tras 24 años del chavismo en el poder, empezó a reforzarse la idea de que se necesitaba un nuevo tipo de liderazgo.

El segundo factor se borró también durante la campaña de primarias. Machado tiene prohibición de salida del país y las aerolíneas no pueden venderle boletos aéreos, por lo que recorrió en coche buena parte de Venezuela y protagonizó una campaña de contacto directo que empezó a reunir a multitudes. La idea de una mujer de clase alta se fue difuminando por la de una líder con jeans y camisas deportivas blancas o con los colores de la bandera, dispuesta a abrazar y besar a todo el que se le acerque.

Pero más allá de esa comunicación cara a cara y de la potencia en redes sociales para saltar la censura de los medios tradicionales impuesta por el chavismo, hay un factor sociológico que ha jugado a su favor y que le ayudó a fortalecer una alianza con la ciudadanía: la masiva emigración.

Sus hijos viven desde hace algunos años fuera de Venezuela, algo que en el pasado Maduro hubiese podido achacarle públicamente como una traición en el intento de seguir separándola de las clases populares. Pero eso ya no es posible en un país del que se han ido 7,7 millones de personas, según las últimas estimaciones de la ONU.

Ciudadanos de todas las clases sociales se han marchado por tierra, mar y aire y eso ha dejado un vacío grande en quienes se han quedado: «Yo era chavista y me cansé. Estoy demasiado arrecho (cabreado) y voy a estar con usted hasta el final porque yo quiero que mi hija, que se fue a Estados Unidos, vuelva a mi patria», gritó un participante en un acto de Machado en abril en Portuguesa, uno de los estados históricamente más chavistas.

Como ese caso, hay decenas de publicaciones similares en redes sociales. Machado es consciente y usualmente recuerda en entrevistas o discursos que ella misma sufre la ausencia de sus hijos.

La estructura sociopolítica parece haber cambiado en Venezuela. Ya no hay ricos y pobres o chavistas y opositores; hay afectados directos por la crisis económica y social y una élite dirigente que propició esa crisis. Y en esta división, Machado ha sabido conectar con el lado mayoritario.

Existe entonces un influjo antisistema personificado por ella. Primero fue la rebeldía ante una dirigencia opositora tradicional que no fue capaz de relevar a Maduro y ahora esa rebeldía apunta contra un régimen autocrático que ha empobrecido a la sociedad y ha dividido a las familias.

La reacción del chavismo

A finales de junio de 2023, el chavismo se dio cuenta de que la situación se le había ido de las manos. La Contraloría General de la República inhabilitó políticamente a Machado por 15 años por apoyar las sanciones económicas contra Venezuela y al gobierno interino de Guaidó.

La dirigente, sin embargo, no abandonó el proceso de primarias. Lejos de minar su liderazgo, el ataque terminó de impulsarla y en octubre de 2023 consiguió g­anar las internas con el 92,35% de los votos. Pero seguía inhabilitada, una decisión que el Tribunal Supremo de Justicia confirmó poco antes de que iniciaran las inscripciones de candidatos para las elecciones presidenciales del 28 de julio, aunque el ganador asumirá en enero de 2025.

En vez de apostar a todo o nada con el nombre de Machado, la oposición decidió concurrir a los comicios con un candidato alternativo que representara a la líder de Vente Venezuela: una filósofa de 80 años poco conocida que no fue admitida por el sistema de postulaciones. No obstante, la lista unitaria opositora pudo inscribir a última hora a Edmundo González Urrutia, un diplomático de 74 años relativamente desconocido, pero que había trabajado internamente en la plataforma unitaria desde hace varios años.

Una campaña coral

Desde que se formalizó la candidatura de González, él y Machado han desempeñado una estrategia de campaña coral. Ella sigue recorriendo el país en coche de manera permanente, ahora con el slogan ‘Hasta el final’, mientras que él atiende a medios de comunicación y se reúne con diferentes sectores políticos y sociales, garantizando que toda la oposición se sienta representada. Ocasionalmente, el candidato formal acompaña a Machado en algunos actos de masas y ambos posan juntos con la bandera.

La fórmula por ahora parece muy exitosa: las encuestas dan a González una intención de voto c­ercana al 50%, mientras que Maduro aparece con entre un 22% y un 25%.

Para mantener la ola de respaldo y animar la participación de cara al 28 de julio, la oposición ha activado 3 líneas de acción principalmente:

1. Una campaña intensa en redes sociales. La candidata hace reportes usualmente dando informaciones relevantes a la base de seguidores y proponiéndoles acciones sencillas que pueden desarrollar para amplificar los mensajes de la campaña.

2. Comanditos con Venezuela. Una iniciativa de movilización que consiste en que cada elector pueda inscribir en un registro oficial una agrupación de campaña que sea capaz de realizar acciones en su territorio. Tienen redes sociales y un canal de WhatsApp para distribuir información.

3. Plataforma 600K. Una fuerza que aspira a tener 600.000 simpatizantes con el objetivo de cuidar los votos el día de la elección. A esto se suman líneas de contacto y atención a los miembros de mesa que hayan sido designados oficialmente por el Consejo Nacional Electoral.

La vía es la negociación

Pero el chavismo no se ha quedado de brazos cruzados ante la avanzada opositora. Maduro ha iniciado su propia campaña, que en los primeros 25 días de junio había realizado ya 55 actos y encuentros. Ha desplegado toda la fuerza del Estado y cada uno de esos eventos ha sido transmitido en directo por los canales de televisión públicos, además de que ha aprovechado para inaugurar 23 obras hechas con recursos oficiales.

También uno de los canales públicos inició un reality show musical para escoger la canción oficial de la campaña chavista. En distintos actos, los participantes han acompañado a Maduro e interpretan sus temas en directo.

De igual forma, el Gobierno habría obstaculizado la campaña opositora. Hay denuncias de que se han dedicado a cerrar varios restaurantes y hoteles que previamente atendieron a Machado o a otras figuras de la oposición. Argumentan que los establecimientos no cumplen con las normas fiscales.

Los millones de venezolanos en el exterior también denuncian haber sido saboteados. El CNE abrió los registros para que se pudiesen inscribir en sus respectivos consulados, pero creó innumerables trabas para hacerlo. El resultado es que, de los más de 7 millones de personas, solo 69.000 podrán sufragar desde donde viven actualmente.

De igual forma, el entorno más cercano de Machado ha denunciado persecuciones y órdenes de detención. Casi todo su equipo (incluyendo piezas clave como su jefa de campaña, Magalli Meda, o sus coordinadores de comunicación, asuntos internacionales y organización electoral) trabajan resguardados por la embajada de A­rgentina en Caracas, de donde no pueden salir para no ser detenidos.

También están haciendo todo lo posible para minar la confianza en el proceso con el objetivo de que el electorado de la oposición vuelva a la abstención. Por ejemplo, retiraron a la Unión Europea la invitación para que sea parte del equipo de observación electoral el 28 de julio.

Ha habido rumores de que se prepara una inhabilitación de González Urrutia o de que se anularía la tarjeta unitaria de la oposición para que no se pueda votar por ella. El chavismo aún no ha dado esos pasos, que podrían quitar al proceso electoral toda la legitimidad, la cual, después de todo, sigue siendo el objetivo de Maduro y sus aliados para que se levanten las sanciones y puedan reinsertarse en la comunidad internacional.

Las encuestas apuntan a que las elecciones tendrán un resultado muy claro. La duda, sin embargo, es si se llegará finalmente a los comicios o si el conteo respetará unas normas mínimas de competitividad y legalidad. Para resolver esa incógnita se está desarrollando un proceso de negociación privado en el que los presidentes de Brasil, Lula Da Silva, y de Colombia, Gustavo Petro, tienen una posición clave. Ambos líderes de izquierda tienen cierta ascendencia en el chavismo y son fundamentales para que este grupo se abra a un proceso de transición.

Desde mayo están trabajando en una propuesta de paz política tras las elecciones presidenciales. Todavía no termina de materializarse, pero el lunes 1 de julio Maduro anunció la reactivación de un proceso de negociación con EEUU que en el pasado consiguió la reducción de sanciones, la liberación de presos y la mejora de las condiciones electorales. La crisis migratoria que se ha creado en la región eleva el interés en un cambio político, a la par que se especula con que sectores del chavismo podrían ver con buenos ojos la transición si obtienen ciertas garantías.

Las de Venezuela no son unas elecciones presidenciales normales. Más que seguir las encuestas y tendencias o las propuestas y mensajes de los candidatos, para tener una idea de lo que ocurrirá hay que monitorizar cómo marchan los procesos de negociación.

El 5 de enero de 2023 la oposición parecía estar en sus horas más bajas. Algo más de un año después ha recuperado la esperanza del cambio político y el chavismo se enfrenta a un viejo dilema: mantener el poder sin legitimidad o abrirse a una transición.

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