Por Julio Otero, @jotero81, Periodista
Desde sus orígenes como medios masivos, el cine y la televisión han sido utilizados por regímenes de muy distinto signo como armas de propaganda. El poder político no tardó en atisbar que fueron y siguen siendo instrumentos muy poderosos para transmitir valores ideológicos. El Tercer Reich tuvo un Ministerio de Propaganda que controlaba una incipiente industria cinematográfica al servicio del nazismo. Documentales como ‘El triunfo de la voluntad’ (Leni Riefenstahl, 1934) o largometrajes como ‘El judío Süss’ (Veit Harlan, 1940) son algunos ejemplos. La Unión Soviética, de la mano principalmente de Sergei M. Eisenstein, produjo obras maestras que reivindicaron la Revolución, como ‘El Acorazado Potenkin’ (1925) u ‘Octubre’ (1928). Durante la II Guerra Mundial la compañía Walt Disney -con sus cortometrajes de dibujos animados- o el director Frank Capra -con su colección de documentales titulada ‘Por qué luchamos’ (1925-1945)- fueron algunos de los colaboradores más brillantes de las campañas promovidas por el Gobierno estadounidense para concienciar a la población acerca de la necesidad de tomar parte en la contienda.
El cine y la televisión, por tanto, han probado su eficacia como generadores de consenso y control social. Más allá de la intención explícita de los creadores, es indudable que ambos medios producen imaginario y difunden una determinada visión del mundo. Normalmente reflejan el pensamiento dominante. Películas y series fueron creadas para entretener, sí, lo cual no excluye que expresen los miedos presentes en la sociedad o que manifiesten una clara posición política.
La URSS, archienemigo en el cine de la Guerra Fría
En el transcurso de la Guerra Fría la URSS y los comunistas fueron los malos recurrentes para la industria de Hollywood y toda Europa occidental. Así, el peligro rojo amenaza en películas de temática, calidad, estilos y décadas tan dispares como ‘Casada con un comunista’ (Robert Stevenson, 1949), ‘Invasión USA’ (Alfred E. Green, 1952), ‘Cortina rasgada’ (Alfred Hitchcock, 1966), ‘Rambo. Acorralado’ (Ted Kotcheff, 1982) o ‘Rocky IV’ (John G. Avildsen, 1990). Por el contrario, durante la Guerra Fría las series apenas hacen referencia al conflicto entre el bloque capitalista y el bloque comunista. Ello se debe, principalmente, a que hasta prácticamente la pasada década la televisión ha sido la hermana pobre del cine. Las series no eran el producto de consumo audiovisual imperante.
Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, el contexto político internacional cambia radicalmente. Estados Unidos y sus aliados ganan la Guerra Fría y se quedan sin un archienemigo. Esta coyuntura dejó huella tanto en la gran como en la pequeña pantalla. Por un lado, se ruedan muchas menos películas de espías y, por otro, las ficciones audiovisuales quedan huérfanas de un malo oficial que suponga un riesgo para la libertad y la seguridad del Estado. El lugar que dejan la URSS y el comunismo se ve parcialmente ocupado por el tráfico de drogas o el terrorismo de cualquier signo, enemigos más abstractos y de menor envergadura, por lo que inevitablemente funcionaron con mucha menor eficacia. Como ejemplos de este periodo citamos al filme ‘Peligro Inminente’ (Phillip Noyce, 1994), en el que la CIA se enfrenta a un poderoso cártel colombiano. En la década de los 90 abundan también películas sobre terrorismo, algunas de ellas sobre el IRA y otras sobre el terrorismo islámico. Entre estas últimas podemos citar a ‘Estado de sitio’ (Edward Zwick, 1998).
El 11 de septiembre de 2001 la geopolítica gira de forma abrupta. Tras los atentados de las Torres Gemelas, el Gobierno estadounidense dominado por los neoconservadores imponen la llamada Guerra contra el Terrorismo. Occidente vuelve a encontrar un archienemigo, el yihadismo -y por extensión el fundamentalismo islámico-, el cual, ahora sí, es percibido por la población como una amenaza real. Los neocon reconocían en esta situación lo que en la década de los noventa Samuel Huntington había denominado ‘El choque de civilizaciones’. Así pues, desde el 11-S hasta nuestros días la lucha contra el terrorismo islámico está omnipresente en las carteleras. En los últimos diez años se han estrenado largometrajes como ‘La sombra del reino’ (Peter Berg, 2007) ‘El asalto’ (Julien Leclercq, 2010), o ‘La noche más oscura’ (Kathryn Bigelow, 2012).
La Edad de Oro de las series políticas
Pero, al contrario de lo que sucedía en la Guerra Fría -cuando las series jugaban un papel subalterno con respecto al cine-, en esta etapa histórica las ficciones televisivas sí son un buen espejo del contexto mundial. Desde finales de los noventa y, en especial, durante la presente década, están viviendo una auténtica Edad de Oro. ‘Homeland’ (Howard Gordon, 2011), ‘Tyrant’ (Giddeon Raff, 2014), ‘Madam Secretary’ (Barbara Hall, 2014) o ‘Designated Survivor’ (David Guggenheim, 2016) son algunas de las producciones a las que se asoma el fantasma del terrorismo islamista.
Paralelamente al auge de la amenaza yihadista, la coyuntura internacional vivió otro cambio significativo. Si en la década de los noventa las relaciones entre Rusia y Estados Unidos (y sus aliados) se caracterizaron por ser cordiales, con la llegada de Vladimir Putin a la presidencia éstas comenzaron paulatinamente a tensarse. Después de una década muy complicada económicamente y de años manteniendo un perfil político bajo frente a la diplomacia occidental, la Federación Rusa vuelve a reivindicar su papel como potencia planetaria. Las relaciones con la Unión Europea y Norteamérica se van degradando a media que Rusia comienza a defender sus áreas de influencia y los intereses estratégicos de ambos bandos comienzan a colisionar. Ya en 2003, Joseph Strupe acuñó el concepto de Nueva Guerra Fría, que illo tempore sonaba exagerado, pero que comenzó a ser aceptado a raíz del conflicto de Ucrania (2013), la intervención rusa en la Guerra en Siria (2015) y, últimamente, después de las acusaciones de interferencia en las elecciones estadounidenses (2017).
En lo que respecta a las series de televisión, cabe añadir un nuevo fenómeno a esa Edad de Oro que hemos mencionado: la moda de las series de policías, abogados, médicos y periodistas han dado paso a la entronización de la política. Algunas de las series de mayor éxito internacional versan sobre política e incluso sobre política internacional ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, ‘House of Cards’, ‘Scandal’ o ‘Borgen’ son algunos ejemplos.
¡Que vuelven los rusos!
Después de años en barbecho, a partir de 2014 los rusos vuelven a ser los antagonistas de las ficciones audiovisuales, aunque en este caso no en la gran pantalla, sino en la pequeña. Merece la pena reparar en los casos de ‘House of Cards’, ‘Homeland’, ‘Madam Secretary’, ‘Designated Survivor’, ‘Okkupert’ y ‘Borgen’ (esta última serie aborda en un capítulo las relaciones con un país imaginario del área de influencia rusa).
A pesar de su distinta naturaleza, todas estas series muestran a personajes rusos que son diseñados con patrones similares:
-Simplicidad: como casi en ningún caso son personajes principales de las series, no suelen ser complejos. Los conocemos de forma superficial.
-Maniqueísmo: siempre son malos o trabajan para intereses oscuros (principalmente los de un autoritario Estado ruso). En algún caso aislado, como la embajadora rusa en Noruega de la serie ‘Okkupert’, se puede apreciar algún matiz o algún leve gesto de humanidad.
-Estereotipos: la representación de los rusos responde a prejuicios y tópicos dominantes durante la etapa de la Guerra Fría o surgidos en los años posteriores a la desintegración de la URSS.
Y después de analizar cómo se construyen los personajes rusos en la pequeña pantalla cabe preguntarse ¿qué características comunes presentan? En nuestro análisis hemos anotado algunas de las más negativas que se repiten con relativa frecuencia: fríos, secos, expeditivos, violentos, autoritarios, amenazadores, machistas, interesados en el sexo y juerguistas. Y en cuanto a su condición profesional, hay que decir que aunque abundan los políticos, diplomáticos y militares, en el fondo, siempre son espías.
Como es de suponer, si la imagen que las producciones televisivas occidentales reflejan de los rusos es la que hemos comentado, la de la propia Federación Rusa no es precisamente más benévola. En líneas generales Rusia es para los guionistas occidentales un estado autoritario, belicoso, expansionista, caudillista, espiocrático, homófobo, sin justicia independiente, sin libertad de expresión y violador de los derechos humanos. En resumen, y sin ambages, una dictadura agresiva.
En algunas series como ‘Madam Secretary’ y, sobre todo, en ‘Okkupert’ es curioso observar cómo la Federación Rusa aparece de forma distópica. Ya decíamos que el cine y la televisión revelan algunos de los miedos que subyacen en el discurso dominante en una sociedad o en un grupo social determinado. En las peores pesadillas de las élites políticas europeas y norteamericanas está desde hace décadas la llegada al Kremlin de un dictador extremista, violento y antioccidental. La industria cultural plasmó por primera vez este temor en la novela ‘El manifiesto negro’, escrita por Frederick Forsyth en 1996, la cual fue llevaba al cine con Patrick Swayze como protagonista. El conspirativo ascenso al poder de Maria Ostrov en ‘Madam Secretary’ y la invasión a Noruega por Rusia en ‘Okkupert’ han actualizado esa distopía.
Tras estas reflexiones podemos sintetizar que la serie tipo en la que Rusia aparece es una ficción sobre política que aborda las relaciones internacionales, ambientada en el contexto actual o en un futuro próximo, en la que se mezclan importantes dosis de realidad. A lo largo de sus episodios se desarrollan tramas de espionaje o sobre geoestrategia en las que la Federación de Rusia se opone siempre a los intereses de Estados Unidos o de alguna nación europea.
A modo de conclusión
En definitiva, tras visionar las principales series de televisión en las que se pueden encontrar personajes rusos, es posible extraer las siguientes conclusiones:
– Tras la Guerra del Donbás, Rusia reaparece con fuerza como enemigo de occidente.
– El retrato de los rusos responde, básicamente, a viejos estereotipos de la Guerra Fría.
– La Federación Rusa es representada como una dictadura agresiva.
Pero aunque ese traslado a las pantallas de la tensión entre las potencias rusa y estadounidense nos evoque el siglo pasado, en plena posmodernidad, décadas después del llamado “fin de la Historia” que teorizó Francis Fukuyama, la Nueva Guerra Fría es reproducida en la pequeña pantalla de forma algo diferente a la anterior. Los rusos siguen siendo los malos, si bien ahora el conflicto se revela mucho más desideologizado, en ocasiones como una mera batalla por los recursos naturales y los intereses geoestratégicos que en la pasada centuria se camuflaban de manera más romántica. Lógico, si pensamos que vivimos en tiempos de la pospolítica.
Aun habiendo algo de real en todo tópico, cabe reflexionar acerca de hasta qué punto estas representaciones son objetivas, veraces y desinteresadas. Porque si estamos ante relatos audiovisuales ficticios cargados de emotividad que contribuyen a que los espectadores justifiquen la política exterior de algunas potencias, podríamos hablar de una forma más de esa posverdad a la que tanto critican los intelectuales más políticamente correctos.
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