Por Anitta Ruiz, @AnittaRuiz, Consultora de Imagen y Relaciones Públicas
Click-like-vote. O algo así deben pensar los grandes estrategas de la comunicación política que han incorporado las redes sociales a eso que ya llamamos con normalidad ‘campaña permanente’. Twitter, Instagram y en menor medida Tik Tok (por el momento) se han convertido en una ventana de comunicación directa con los ciudadanos.
Ya no queda ni un solo político de primera línea que no tenga su fotógrafo ‘de cabecera’ empotrado en la comitiva. Y claro, como una imagen vale más que mil palabras, ahora los sempiternos candidatos miden cada paso, cada gesto e incluso cada prenda que se ponen. Sea para un acto público o para comer con sus amigos de toda la vida. ¡Las stories las carga el diablo!
En este programa electoral continuo de redes sociales, la ropa habla, muchas veces de forma literal. Las ‘camisetas con mensaje’ han inundado el Congreso (o la campaña electoral de Susana Díaz en Andalucía). Frases pro gay, feministas, de corte republicano o incluso metiendo entre rejas figurativas a políticos en activo. Las mascarillas han servido para el mismo objetivo. De ropa y mensaje político se ha hablado mucho en torno a la figura del ex vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias. Sus camisas de colores fuertes, las corbatas mal anudadas y las chaquetas un par de tallas más grandes fueron su uniforme durante su etapa en el Gobierno, todo junto a una coleta que se convirtió en símbolo y que no tardó ni un minuto en cortarse tras dejar el poder.
Pero es que esa dejadez, que probablemente algo tenía de impostada, formaba parte del discurso político del líder de Podemos. Su intención de neutralizar a la ‘casta’ llevaba implícito el no vestir nunca como ellos. Un traje a medida hubiese generado más terremotos en el seno del partido morado que el famoso chalet de Galapagar.
Todo lo contrario piensa su, por ahora, sucesora, Yolanda Díaz, consciente de que su ‘imagen de ministra tradicional’ le ha sumado puntos en su carrera presidencial y en las listas de políticos mejor valorados. Todo en una época en la que la sonrisa en Instagram casi se valora más que un acuerdo económico. Tanto es así que desde el ascenso a la Vicepresidencia de la gallega, la otra cara visible de Podemos, Irene Montero, ha modificado poco a poco su vestuario, incluyendo americanas entalladas, faldas lápiz, gabardinas o zapatos de tacón. Aunque para ser sinceros todavía se la ve incómoda en su nueva imagen y no es capaz de manejar con soltura los vestidos, como los midi en un vibrante rojo o los trajes pantalón en ‘blanco sufragista’ que Yolanda Díaz ha convertido casi en uniforme.
Precisamente el lenguaje de los colores es uno de los que mejor manejan políticos y asesores, probablemente porque es el que mejor capta el público, aunque sea inconscientemente. Madre y médico, así se presentó una y otra vez Mónica García durante la campaña electoral en Madrid. Para ello abusó de chaquetas blancas, que en los planos cortos podían recordarnos a una bata de hospital. Y es que la campaña por la victoria de Madrid fue un grandísimo ejemplo de cómo la ropa ya ha tomado su protagonismo en el discurso político.
Gabilondo se presentaba a sí mismo como ‘serio y formal’ perpetuando su imagen de viejo profesor. Llevaba siempre chaqueta, pero camisas de tono amarillento que le alejaban de la imagen del trajeado de oficina.
Rocío Monasterio hizo campaña protegida por un saharianas en verde militar que convirtió en su prenda estrella y Díaz Ayuso conjuntó el rojo ‘Comunidad de Madrid’ en todas sus posibilidades, incluso en la imagen de la victoria del balcón de Génova.
Al final este envoltorio del mensaje político tiene en su cotidianeidad la importancia ya que todos lo hablamos y entendemos, incluso sin ser conscientes de ello. De ahí la necesidad que tienen políticos y asesores de controlarlo, porque un botón mal abrochado, una corbata no esperada o un color excesivamente significado pueden romper una estrategia de comunicación y hacer que el follower (o votante) pase rápidamente del like al unfollow.
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