Por Francisco Seoane Pérez, @PacoSeoanePerez Profesor de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid
Cuenta Paulo Rangel, vicepresidente del grupo popular en el Parlamento Europeo, que en sus siete años de eurodiputado nunca se había encontrado con una agenda tan apretada a la vuelta de vacaciones: Brexit, reunión de líderes europeos en Bratislava, sanciones a España y Portugal por incumplimiento del déficit, crisis de los refugiados, relaciones con Turquía… El proyecto europeo ha sufrido muchos baches a lo largo de sus casi 60 años, pero ninguno tan impactante como el de la previsible salida del Reino Unido tras el ajustado referéndum del pasado mayo. Por primera vez, la ‘ever closer union’ de los tratados da marcha atrás y la desintegración es ya una hipótesis posible.
El Reino Unido, no obstante, se hace el remolón. Para el eurodiputado laborista Richard Corbett, conocido europeísta además de notable académico, la renuencia del Gobierno británico a activar el Artículo 50 para dejar la Unión es comprensible. Desde el momento en que se invoque dicho artículo, Gran Bretaña tendrá solo dos años para negociar, y antes tiene que tener clara su posición respecto a un dilema irrenunciable: dejar el Mercado Común Europeo y tener de nuevo una barrera arancelaria con el continente, o permanecer en el Mercado sin posibilidad de influir en su legislación, como hace Noruega.
Deshacer los lazos con la UE no será fácil: Reino Unido tendrá que replantearse su relación con los programas de investigación europeos (Horizonte 2020), la colaboración policial (Europol), el intercambio de estudiantes (Erasmus) y, paradójicamente, tendrá que pensar si recrea a escala nacional la parte de la burocracia técnica que ya estaba comunitarizada, como la vigilancia de la aplicación de regulaciones sobre productos químicos que hasta ahora lleva la European Chemicals Agency. “Lo normal es que un referéndum cese el debate sobre la cuestión en juego, pero en este caso no ha sido así”, afirma Corbett. “Irlanda del Norte y Escocia votaron por quedarse y la web de peticiones del Parlamento ha recibido un número récord de solicitudes para la celebración de un segundo referéndum”. Quizá si los ciudadanos comunitarios residentes en Reino Unido hubiesen tenido derecho a votar en la consulta (derecho que sí tuvieron mozambiqueños o cameruneses por su condición de ciudadanos de la Commonwealth), el resultado habría sido diferente.
Por si fuera poco, el inicio del curso político europeo, marcado por el discurso sobre el estado de la Unión pronunciado por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, ante el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo a mediados de septiembre, ha coincidido con la gira de presentación del libro ‘El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa’ (Taurus, 2016), del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz. Incluso eurodiputados europeístas como el popular Pablo Zalba admiten que el euro no es sostenible en su actual condición, aunque no aventuran, como Stiglitz, su posible partición en dos, con un euro norteño y otro sureño.
A la fractura norte-sur se suma la división este-oeste, con los países de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) manifestando una oposición furibunda a las cuotas de refugiados sugeridas por la Comisión Europea, que ya no serán obligatorias sino voluntarias para no fracturar todavía más la Unión. Mientras tanto, Alemania y Suecia asumen más refugiados que nadie en Europa, si bien son los países en vías de desarrollo los que acogen al 85% de aquellos que buscan asilo fuera de su país, según la eurodiputada liberal sueca Cecilia Wikström.
La primera sesión parlamentaria de septiembre en Estrasburgo se celebró bajo unas temperaturas inusualmente altas para la época del año. Pero no hablemos del cambio climático, porque necesitamos, como la propia Unión, un respiro.
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i El autor desea agradecer a la Representación en España de la Comisión Europea su invitación para asistir al debate sobre el estado de la Unión en Estrasburgo, celebrado el 14 de septiembre de 2016.
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