Una de las imágenes del pasado año es, sin duda alguna, la autofoto de Barack Obama con la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, y el primer ministro británico, David Cameron, tomada durante la ceremonia de despedida a Nelson Mandela.
Gracias a tan polémica instantánea muchos descubrieron el término “selfie”. Aunque la palabra apareció por primera vez el 13 de septiembre de 2002 en una sala de chat australiana, hasta el 2012 no empezó a cobrar la importancia de la que goza en la actualidad, hasta el punto de llegar a ser considerada por el Diccionario de Oxford palabra de este año 2013, venciendo a otras competidoras tan de moda como el provocativo baile de Miley Cirus twerk; la abreviación de carne producida sintéticamente schmeat; o la moneda digital bitcoin.
En inglés, el uso del sustantivo ha aumentado un 17.000% este último año, dando origen a otros spin offs del término como helfie (fotografía del cabello de uno mismo), belfie (fotografía de la espalda de uno mismo), welfie (una selfie tomada mientras uno se ejercita) o drelfie (una fotografía de ti mismo en estado de embriaguez) y en lo que va de año, los expertos ya apuestan por otro término como es el de usies, que proviene de la palabra “nosotros” (us) en inglés y son selfies grupales, es decir, fotografías en grupo tomadas por uno de los que aparece en la propia foto.
A pesar de que la autofoto ha existido siempre y los autorretratos como ejercicio de estilo pictórico han sido recurrentes a lo largo de la Historia, ayudado por las redes sociales y los smartphones, el autorretrato digital inunda la red y ha traspasado del ámbito adolescente al político.
En una sociedad narcisista, dominada por la imagen y que rinde culto a la celebridad, los personajes famosos y los gobernantes y candidatos políticos recurren a los selfies para conectar con los votantes jóvenes y sus formas de comunicarse, de conversar en las redes, buscar publicidad, promoción y aceptación social al retratarse igual que miles de usuarios, tratando de ofrecer una imagen más cercana al resto de los ciudadanos.
Sin embargo, los selfies también tienen sus detractores, y es que no son pocos lo que piensan que estamos sometidos a un sinnúmero de imágenes que los candidatos cuidadosamente toman de sí mismos en supuestos momentos aleatorios de autenticidad, en un estereotipado look de imagen de marca, cayendo la política en el error de la vanidosa cultura de la imagen, la frivolidad y el ensimismamiento que sólo alimenta el ego sin límites de la clase política, entendida como un objeto de consumo más.
Aunque también puede hacerse un uso reivindicativo del mismo, como la campaña contra la violencia que llevaron a cabo hace unos días los jóvenes libaneses. Poco antes de morir en un atentado con coche bomba en Beirut, el adolescente libanés Mohamad al Chaar posó para un “selfie” con sus amigos, lo que dio origen a una pequeña campaña de protesta entre ciudadanos libaneses que publicaron decenas de autorretrato fotográficos en las redes sociales posando con un mensaje y el “hashtag” #notamartir (No soy un mártir), para denunciar la violencia en Líbano.
Al fin y al cabo, como afirma la historiadora del arte mexicana Araceli Rico en su libro Frida Kahlo, fantasía de un cuerpo herido, “Me mira, luego existo”.
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