Ángela González Montes, @angelaglzmontes
Administradora Civil del Estado. Experta en Comunicación
El 20 de enero, un día antes de la cumbre franco-alemana que conmemoraba el 60 aniversario del Tratado del Elíseo, en plena batalla política y diplomática por el envío de los Leopard 2 a suelo ucraniano, el Ministerio de Defensa de Ucrania publicaba un tuit con un texto que decía “Los países occidentales se ponen filosóficos sobre lo que es y no es un tanque. Nosotros también, bien sûr”. Le seguía un vídeo que comenzaba parafraseado una de las citas más célebres de Sartre: «En cuanto a los tanques, no es lo que son lo que me interesa, sino lo que pueden llegar a ser”, para a continuación, intercalar imágenes de los Leclerc ‘supermini’ haciendo maniobras por París con imágenes de viandantes y una mujer con boina roja y gabardina ante la Torre Eiffel al ritmo de la canción Belles, belles, belles. El vídeo- que podéis ver en este enlace – finalizaba diciendo “no es el tamaño lo que importa sino cómo utilizarlo” en clara alusión a que, aunque los tanques franceses fueran más pequeños y ligeros que los alemanes, podrían ser muy útiles para el ejército ucraniano.
Zelensky se ha convertido en un icono pop
Este vídeo y la campaña #FreeTheLeopards sirven para ilustrar la estrategia de comunicación del gobierno de Ucrania en la otra guerra, la que se libra en el campo de las narrativas para ganarse las simpatías y, consecuentemente, el apoyo en forma de ayuda humanitaria, militar y financiera de los países aliados. Esta estrategia se apoya principalmente en 3 elementos; primero, en la diversificación del mensaje según el público al que se dirige. Lo vemos en los discursos de Zelensky siempre adaptados para conectar con el imaginario de cada audiencia. Segundo, en la búsqueda de la viralidad en la primera guerra desintermediada, es decir, narrada íntegramente en las redes sociales. Para ello no dudan en emplear las armas de la ironía y el humor a través de memes, vídeos y #hashtags sin caer en la trivialización.
Y, tercero, la conquista de los espacios de la cultura popular occidental. La aparición de Zelensky en los Golden Globe Awards o el reportaje en Vanity Fair de Olena Zelensky por la fotógrafa Annie Leibovitz han convertido al matrimonio en un icono pop. Nada es casual. Está perfectamente estudiado. Esta estrategia contribuye a mantener viva la presencia del drama de la guerra en un contexto mediático cada vez más competitivo dominado por las nuevas lógicas de la economía de la atención y del clickbait.
La primera guerra narrada en redes sociales. El poder de las 3 Ts; Telegram, Twitter y Tik Tok
Según Carmen Colomina se trata de la primera guerra viralizada cuya comunicación está diseñada para un consumo fragmentado, difundida por los influencers de la guerra a través del algoritmo de Tik Tok y por los canales de Telegram como principal fuente de información. Es una guerra en la que los móviles llegan antes que los corresponsales, muy mediática pero muy desintermediada y que cuenta con las herramientas más sofisticadas de desinformación. Todo esto conlleva nuevos y complejos retos para la propia inteligencia militar. Es la guerra de la ciberseguridad y de los verificadores de contenidos y la de inteligencia de fuentes abiertas. Y es también la de las alianzas estratégicas entre los gigantes tecnológicos y el poder político. Rusia ha silenciado a los medios occidentales – incluso ha prohibido utilizar la palabra guerra – Ucrania ha prohibido el relato ruso en su ámbito de radiodifusión, y la UE – que ha fortalecido su unidad de desinformación- ha suspendido las licencias y actividades de radiodifusión de Russia Today y Sputnik sentando un precedente muy peligroso sobre el derecho a la libertad de expresión. Nadie se libra del velo invisible de la censura digital.
Hace casi un año, muchos nos preguntábamos si la épica del momento sobre la que se sustentaba el nuevo relato europeo sería capaz de aguantar las embestidas que estaban por llegar. Y llegaron muchas embestidas, y el relato ha ido calando y se ha ido re-encuadrando. Veamos cómo se han posicionado los relatos, sus protagonistas y sus propias dialécticas internas en este tiempo.
Lo más elemental es definir el concepto. En este caso, hablaríamos de la materia prima de la guerra informativa. Las narrativas o relatos se inspiran en hechos reales, pero también tienen un alto componente de ficción y de mitos fundacionales de cada Estado-Nación. Para los consultores de comunicación Orlando D’Adamo y Virginia García los relatos son una herramienta que permiten construir una novela del poder compuesta por conflicto/antagonistas, valores, escenificación del liderazgo y visión/horizonte.
En esencia, el relato de esta guerra cumple el esquema de un guión cinematográfico clásico. Con una causa justa que defender, la libertad del pueblo ucraniano que ha sido vilmente invadido por Putin (los valores) los antagonistas Zelensky vs. Putin (el conflicto) y las diferentes puestas en escena que acompañan al relato, Zelensky siempre acompañado de líderes mundiales y vestido con ropa militar se muestra cercano mientras que Putin aparece como un líder solitario y distante (la escenificación del liderazgo), Por último, la promesa de un futuro para Ucrania en libertad y democracia formando parte de la UE y la OTAN mientras que lo que Putin ofrece a su país pertenece más al pasado que al futuro (la visión). Ahora bien, reducir este choque de narrativas a una lucha entre las democracias contra las autocracias (como señaló Von Der Leyen) o entre occidente y oriente sería una visión muy reduccionista y un grave error para el futuro del desenlace del conflicto. En esta guerra de narrativas es conveniente diversificar los mensajes a los diferentes públicos para convencer al mayor número de países y de personas posible. Hay tantos relatos y puntos de vista como intereses tienen sus protagonistas. Todos ellos, por cierto, sustentados en la idea de su propia existencia. Para Rusia es una cuestión de supervivencia de la esencia de lo que una vez fue. Como si el “Homo sovieticus” que tan bien describió Aleksiévich no terminase de morir. Para Ucrania es su propia existencia como pueblo lo que está en juego, y para la UE es su propia utilidad como proyecto político de paz y bienestar lo que peligra.
Ahora bien, analicemos un poco más en profundidad cada uno de estos relatos y a sus protagonistas.
Putin y la nostalgia imperial
En primer lugar, nos encontramos el relato ruso de Putin basado en su nostalgia imperial y sus ansias renovadas de recuperar la influencia perdida en el espacio postsoviético. Eduardo Figes, el historiador, que ha publicado recientemente “La historia de Rusia”, analiza como Putin se apoya en los grandes mitos de su propia historia para justificar la invasión, esto es; la amenaza del acercamiento de Ucrania a la OTAN y la necesidad de desnazificar una tierra que consideran parte de la gran Rusia para salvar su espacio y sus valores apelando a las gloriosas guerras libradas antaño, especialmente la IIGM, y al mito del líder fuerte. Sin embargo, su estrategia errática y la nefasta imagen del otrora todopoderoso ejército rojo muestran al mundo la imagen de un pobre viejo imperio en absoluta decadencia. A pesar de ello, el aparente aislamiento internacional, simbolizado en la escenografía de la propaganda rusa y por las votaciones en Naciones Unidas puede que no sea tal. El relato ruso busca su sitio. Y lo encuentra en otras zonas del mundo, especialmente en África, donde Lavrov ha iniciado una segunda gira desde que comenzó la guerra. En esta historia, a modo de tragedia griega, el desenlace va ligado a la derrota o humillación total de su protagonista, tal y como Anne Applebaum ha señalado en varias ocasiones. Afirma que hay pensar en la siguiente temporada: Rusia después de Putin. Los rusos también necesitan ser liberados del yugo de su autócrata.
Ucrania: de la paz a la victoria
En contraposición, tenemos el relato de Ucrania fundamentado en el sufrimiento histórico de un pueblo en busca de su destino. En su libro “Un mensaje desde Ucrania” – que recoge sus discursos más importantes- Zelensky resume la evolución del relato del pueblo ucraniano. En su primer discurso, en 2019 dijo “No somos los que empezamos esta guerra- en referencia a la guerra del Dombás- pero somos quienes debemos terminarla. Y estamos preparados para dialogar con ese objetivo” y en agosto de 2022 dijo “¿Qué será lo que traiga el fin de la guerra? Antes decíamos: La paz. Ahora decimos: La victoria”. Su determinación y la decisión de no abandonar el país, incluso cuando el ejército ruso estaba a las puertas de Kyiv, le han convertido en el auténtico héroe- junto con los ucranianos- de esta historia. Quién sabe si aquellas palabras que exclamó en uno de sus episodios cuando era Presidente en la ficción “Putin ha sido derrotado” acabarán formando parte de la profecía auto-cumplida de la serie que protagonizó.
La UE geopolítica. Parece que ya hay un teléfono al que llamar
Y, en tercer lugar, nos encontramos con el relato de la Unión Europea. Después de la pandemia esta guerra ha servido para dar un impulso a la narrativa de la unión en la defensa de los valores democráticos ante la amenaza que representa Putin. Supone romper grandes tabús, la UE unida ante Rusia imponiendo sanciones- cada vez más duras- enviando ayuda militar de forma coordinada a Ucrania y tratando de ejercer su poder duro a través del nacimiento de la Europa geopolítica. La guerra ha unido a la UE y ha resucitado a la OTAN. Aun así, cabe preguntarse si estamos realmente asistiendo al nacimiento de la Europa geopolítica o es más bien un relato que una realidad. No podemos olvidar que hablamos de dos relatos, el de la UE en su conjunto, liderado por Borrell, que se ha convertido en el Churchill de nuestro tiempo a la antigua usanza, con la fuerza de sus discursos y sus palabras, y el relato de los Estados Miembros que, muchas veces, reman en direcciones contrarias y donde las alianzas y liderazgos de siempre tienen sus propias crisis vitales, como el caso de Alemania. En términos de opinión pública, cabe ser positivos. Un 74% de los europeos encuestados en el último eurobarómetro apoyan las medidas tomadas por la UE en la guerra y, curioso dato, un 81% asegura sentirse preocupado por la expansión de la guerra, aunque el apoyo es dispar si lo analizamos por países, reproduciendo las dinámicas propias de las fricciones entre sus gobiernos.
El papel de los abstencionistas y el sur global
Tampoco podemos olvidarnos de actores principales que han decidido interpretar un papel secundario más cauteloso (sin exponer tanto sus economías) en esta parte de la obra para tener un papel principal en la segunda parte, es decir, en el proceso de paz.
Son los abstencionistas. Es el caso de China e India. Y es que el relato no penetra igual en determinadas zonas del globo, donde los efectos de la propaganda responden más a razones de interés comercial y geopolítico que a estímulos emocionales o lazos históricos. Por esto, hay una carrera por expandir el relato en África, el Sudeste asiático y Latinoamerica, donde la visión que se tiene sobre China y Rusia es muy diferente a la que se considera desde Occidente, al que se acusa muchas veces de “doble moral”. De hecho, África – donde sufren las consecuencias de las hambrunas provocadas por la guerra- y otras regiones del Sur Global han sido escenario de intensas campañas rusas de desinformación y propaganda para asegurar su influencia en la región. En este escenario expandido es donde se juega realmente la guerra de la narrativa. Ya no sustentada en quien tiene razón, sino en los intereses propios en el mapa de las nuevas alianzas estratégicas.
Y en toda esta historia no podemos olvidarnos del protagonista por excelencia; el todopoderoso EEUU, sin duda, el que más sale ganando hasta ahora, aportando su indiscutible ayuda militar, colocando su gas licuado a precio de oro y replegándose comercialmente para salir fortalecido en su verdadera guerra, la que libra por la hegemonía mundial contra China.
Ahora bien, todo relato tiene sus fortalezas y debilidades. Partiendo del concepto de “policrisis”, crisis que se superponen, podríamos hablar también, en el caso de la narrativa europea contra Rusia, de polirrelatos o narrativas superpuestas en varias dicotomías o dialécticas que tensionan y debilitan el relato oficial. Veamos algunas de ellas.
De sanciones, tanques y centrales nucleares
Se ha suscitado un largo debate sobre si las sanciones a Rusia funcionan o no. Al principio, ante la falta de datos, se generaron bastantes dudas. Era pegarnos un tiro en el pie, decían. Casi un año después los resultados son claros: Las sanciones funcionan, aunque no bastan para hacer que Rusia se retire. Según el Banco Mundial, Rusia ha perdido empresas que representan el 40% de su PIB y la OCDE pronostica que su economía se contraerá en un 5,6% en 2023. Claro que no se puede negar el efecto boomerang que estas sanciones tienen en nuestra economía y que crean una gran brecha en el propio relato. Los defensores de intercambiar sanciones por bajada de precios aumentan, especialmente en los momentos más duros de la crisis inflacionista.
También encontramos a otros que quieren intercambiar territorio por paz, es la doctrina Chamberlain inserta en la dialéctica de los tanques y la mantequilla. O entre los del partido de la Justicia y de la Paz, que describió el politólogo Ivan Krastev. Cada vez que se toma una decisión de enviar armas- lo acabamos de ver con los Leopard- hay una izquierda supuestamente anti-imperialista que responde como si estuviéramos en los años 80. Ante esta opción – cada vez más minoritaria – se está imponiendo la narrativa centrada en la vuelta a los valores duros sin eufemismos, redefiniendo el marco de la disuasión, la seguridad y la defensa. Parece que ya nadie discute que si queremos paz hay que enviar tanques. Incluso en Alemania.
Y, por último, tenemos la narrativa de la energía, que nos obliga a mirarnos en el espejo de nuestras propias contradicciones en la lucha contra el cambio climático. Es la dicotomía entre lo verde y el realismo energético. O salvamos el planeta o sobrevivimos al invierno. En plena desconexión del gas ruso, algunos viejos debates ya cerrados resucitan en el corto plazo; la prolongación de las centrales nucleares, con al apoyo de los verdes, el reconocimiento de la nuclear como energía verde por la Comisión Europea o el uso del fracking, técnica altamente contaminante utilizada en la extracción del gas licuado importado de EEUU. En el largo, el relato verde se proyecta con el desarrollo de la autonomía energética a través de infraestructuras para energías renovables con grandes paquetes de incentivos económicos.
Estamos en guerra, aunque no sean nuestros soldados los que mueren
Tras un año de la invasión, lo que podríamos sacar en claro, a modo de conclusión es que estamos en guerra. Es importante decirlo. Es una guerra por la hegemonía de nuestros valores y nuestra manera de entender el mundo. Estamos en guerra, aunque, como dice el Alto Representante, los ucranianos pagan con su sangre y nosotros con nuestro dinero.
Segundo, el relato debe sostenerse en el tiempo para conseguir mantener el apoyo no solo de los gobiernos sino de la población. La opinión pública puede que no siempre sea positiva y acabe imponiéndose la lógica nacionalista populista una vez se reduzcan los niveles de solidaridad y empatía del principio. Y para ello, se tiene que seguir hablando de la guerra en el espacio mediático y en nuestro día a día. En España se dedicaron casi 36.000 minutos en TV, pero muy concentrados en el mes de marzo. En cuanto la guerra deje de ser vista como una causa justa empezaremos a perder el relato, y seguramente, la guerra.
Y, finalmente, las redes sociales se han convertido en un instrumento geopolítico más. Es el nuevo espacio donde se libra la guerra de las narrativas y donde las tecnologías de China y EEUU se ponen a prueba. Las unidades y estrategias contra la desinformación han venido para quedarse. La neurociencia y la inteligencia artificial serán las nuevas herramientas con las que se libren las nuevas infowars y la desestabilización de nuestras democracias.
¿Pudimos haber hecho más para evitarla?
Cabe preguntarse si desde la Unión Europea y EEUU se pudo haber hecho más para evitar esta invasión en 2014 y en 2022.
Este “pudimos haber hecho más para evitarla” forma parte de nuestro relato, en parte, seguramente, para mantenernos más firmes. Para auto-convencernos, para soportar la carga de la culpa. Ese pudimos haber hecho más para evitarla nos lleva al “estamos haciendo todo lo que podemos para ponerle fin”, pero no cualquier fin. Un fin justo con el pueblo ucraniano y con nuestro sistema de valores. Un relato más allá de este universo conceptual será una derrota total en la guerra del imaginario colectivo a través de las palabras, de los sonidos y de las imágenes. Las que conmueven, los que agitan y las que aterran.
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