Por Carolina G. Aguilar, @CarolGAg, Asesora de Comunicación y Relaciones Públicas en Agencia Comma
El ámbito político no ha sido especialmente inclusivo a lo largo de su historia y, aún hoy en día, tampoco es referente de ello. En 1975, cuando tuvo lugar en México la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, las mujeres representaban el 10,9% de los parlamentarios de todo el mundo y, 10 años más tarde, en 1985, esa cifra había aumentado solo un punto porcentual. 35 años después, según un informe de ONU Mujeres del 1 de enero de 2020, ese porcentaje ha crecido hasta el 24,9%. Es decir, de media, la presencia de la mujer ha subido dos puntos porcentuales al año y, siguiendo esa tendencia, la igualdad de género en la política la alcanzaríamos casi en 2035. La pregunta ahora es, ¿nos parece un ritmo de avance adecuado para un ámbito en el que se deciden las políticas y legislación bajo las que la ciudadanía se relaciona y mueve? ¿Están, mientras, representados de manera equitativa los intereses de toda la población?
Aunque sí es verdad que, poco a poco, la esfera política va recorriendo el camino de la igualdad y que cada vez más mujeres se dedican a ella, muy pocas alcanzan puestos directivos o altos cargos. El cristal cubre los techos de todas las esferas de la sociedad, incluido el ámbito público e institucional, y, por causa directa de él, solo 20 países de todo el mundo tienen al frente una mujer como Jefa de Estado, lo que supone un 6,6% según el mismo informe de ONU Mujeres. Pero, ¿qué hubiese sido de la política del siglo XX si figuras referentes como Eva Perón o Margaret Thatcher no hubiesen ido a contracorriente? ¿Entenderíamos igual la política del siglo XXI sin Cristina Fernández de Kirchner, Ángela Merkel o Jacinda Ardern? ¿Serían lo mismo las instituciones europeas sin Úrsula von der Leyen o Christine Lagarde?
Sin duda, la historia de la política no se entendería igual sin gestión femenina. De hecho, hay notables diferencias entre cómo los líderes de ambos sexos gestionan la agenda política y los asuntos públicos: formas de expresarse, uso de las diferentes vías de comunicación, orden de prioridades, sensibilidad social, implantación de cambios regulatorios, aprobación de presupuestos, etc. Y, todo ello, tiene su origen en que los motivos para adentrarse en la vida política son sustancialmente distintos entre ambos sexos. Según una encuesta realizada en 1999 por la Unión Interparlamentaria (IPU por sus siglas en inglés), el 40% de las encuestadas declararon que habían entrado en este mundo por su interés en los asuntos sociales y el 34% a través de organizaciones no gubernamentales, a diferencia de la tradicional política de partido que suelen seguir los hombres.
Pero, teniendo en cuenta la capacidad de las mujeres para contribuir al proceso político, surge un debate irremediable: ¿por qué hay todavía tan pocas mujeres participando en la política? Según la resolución sobre la participación de la mujer en la política aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2011, “las mujeres siguen estando marginadas de la esfera política en todo el mundo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención sanitaria, y debido a que la pobreza las afecta de manera desproporcionada”.
La carrera de mujeres políticas tan destacadas como las mencionadas, amén de todas las no nombradas (que son muchas), sin duda, ha abierto el camino de la presencia de la mujer en la esfera política y, por supuesto, de su participación en los procesos de este tipo. Sus esfuerzos por superar los obstáculos estructurales y sociales que infravaloraban su capacidad por convertirse en líderes políticas eficaces, han sido justamente reconocidos y, ahora, ellas son referentes de la historia de la política global. Sigamos trabajando porque la tendencia de la igualdad de género en la política se adelante al 2035.
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