Por Flavia Freidenberg , @flaviafrei,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
Red de Politólogas – #NoSinMujeres
En política no da lo mismo ser hombre, mujer o no binario. Las mujeres y las personas diversas enfrentan barreras que no suelen encontrar los hombres. Como las condiciones no son iguales, los desafíos para ejercer la representación también son diferentes. Una pensaría que, una vez que ganan las elecciones, estos cuestionamientos y barreras desaparecen, pero no es así. Ser mujer las desafía debido a estereotipos y prejuicios que las minimizan y cuestionan en sus capacidades y habilidades para representar. Ganar una elección no las libera de todos esos obstáculos.
Esta discusión no es menor, porque uno de los desafíos de las democracias contemporáneas tiene que ver con cómo ejercer -y mejorar- la representación. La crisis de la democracia es en sí un problema de desconexión entre representantes y representados, de fallas en la comunicación entre quienes aspiran a “estar presentes en nombre de otro” y de quienes esperan que alguien tome decisiones en nombre suyo. En ese juego, los símbolos, imágenes y expectativas condicionan los resultados de la evaluación que se hace respecto a quién y cómo nos representa.
La reciente movilización feminista y del movimiento amplio de mujeres ha ofrecido una discusión crítica respecto a cómo se ha ejercido la representación en las democracias -de manera excluyente y patriarcal- así como también ha generado respuestas sobre cómo superar esa crisis -por ejemplo, la idea de democracia paritaria-. Este impulso feminista supone tres resultados: que más mujeres estén en los escaños (representación descriptiva), que más mujeres tengan poder para ejercer esos cargos y tomar decisiones (representación simbólica) y que más mujeres promuevan una agenda que atienda las desigualdades existentes (representación sustantiva). Es más, la literatura crítica feminista ha sostenido que una “buena representación” es la de los intereses feministas, de la mano de los movimientos de izquierda.
Las investigaciones que realizamos desde el Observatorio de Reformas Políticas en América Latina (IIJUNAM/OEA) alertan sobre los obstáculos que enfrentan las mujeres. Si bien la presencia de las legisladoras se ha incrementado en 33.6 puntos en los legislativos nacionales (CEPAL, 2022), su presencia no supone más poder ni influencia, los Congresos continúan generizados y más legisladoras no ha facilitado ni garantizado la promoción de una agenda que atienda las desigualdades y la violencia contra las mujeres. Es más, la ampliación de los espacios de representación ha supuesto el ingreso de múltiples agendas e intereses, incluyendo las de aquellas mujeres que defienden causas conservadoras y antifeministas.
Entre todos los obstáculos que ellas enfrentan está el de las expectativas respecto a su trabajo como legisladoras. Se espera que promuevan determinadas agendas y que actúen de una manera u otra -ya sea siguiendo el modelo tradicional de familia o el de activista feminista-. Repensar la representación supone rechazar la preocupación normativa -de corte esencialista y elitista- que tiende a clasificar a las mujeres como un grupo que espera ser representado de manera homogénea, que tienen un único interés común, que se moviliza en torno a las mismas ideas y que puede actuar como un grupo de interés.
Reivindicar una “buena representación” significa que las diferencias de las mujeres con los hombres no son innatas, sino socialmente construidas; que los problemas de las mujeres son tan importantes como los que tienen los hombres y que las mujeres son diversas, tienen una variedad de identidades, como las que surgen cuando se intersectan el género con la raza, el origen étnico, la clase, la religión, o ideología, entre otras características y pertenencias a diversos grupos. También supone entender que al ser mujeres deberían poder ejercer la representación atendiendo a la pluralidad -de ahí la importancia del respeto a la convivencia democrática, así como también de la agencia y autonomía de las mujeres-.
El desafío está en reconocer la heterogeneidad de las mujeres, ya sea de sus agendas, ideología y características personales, que las hacen adoptar posturas diversas. No todas las mujeres son feministas, no todas las mujeres son de izquierda, y no todas las mujeres comparten los mismos intereses. La representación debería poder responder a todas ellas, sin excluir a las conservadoras o anti-feministas ni tampoco exigiendo una determinada manera de ser, pensar o representar, como un nuevo dogma de una “buena representación”. En el fondo, es una disputa política. El reconocimiento de la agencia y autonomía de las mujeres -por el que ha luchado tanto el movimiento feminista- debería ser reconocido a todas las mujeres y con ello revolucionar la representación, sin olvidar -eso si- que gran parte de sus derechos políticos, civiles y económicos han ido de la mano de la lucha feminista.
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