Por Imma Aguilar Nàcher, @immaaguilar Consultora política. Estratega. Directora de @perfilpublico
Primero de todo aclaremos este título. El término spindoctress existe desde un día de hace algunos meses en que se presentaba en Twitter una jornada sobre comunicación política, cuyo cartel registraba las seis fotografías de los ponentes en dicha jornada. Todos hombres. Reaccioné empleando este término que no es más que feminizar el vocablo anglosajón spindoctor y que define al consultor externo que aconseja a un político, una campaña o a un gobierno. Muchas mujeres y hombres de la política siguieron usándolo para visibilizar la presencia de mujeres en la consultoría política.
La política está llena de mujeres, cada vez más, pero esto no significa que su presencia en número creciente garantice un cambio o una aportación fundamental o complementaria. El aumento de la cantidad de mujeres está propiciado, además, por reglamento y legislaciones que imponen la inclusión de cuotas determinadas, lo cual garantiza la presencia pero no el desborde ni la feminización inmediata de la política. Hagámonos la pregunta de cuántas mujeres se necesitan para una verdadera transformación de la política, ¿el 50%?, ¿el 70%? ¿Todo? Yo creo que no.
Parece que no se trata de cuántas mujeres, sino de cuáles, de dónde o de para qué. El balance de las cuotas impuestas en la política no ha acabado de ser del todo positivo. Incluso en el caso en que sean mayoría las mujeres por la presencia inducida, descubrimos que los puestos de la decisión siguen estando en manos de los hombres. Se produce una extraña situación en la que las organizaciones políticas consideran que han cumplido el requisito y ya no es necesario hacer nada más. De hecho, los partidos con normas de paridad, no son los que más mujeres tienen en sus cúpulas. A veces, son los que menos.
Pero es que ni siquiera la feminización de la política depende de que haya mujeres, sino de la existencia de actitudes propiamente femeninas en las actuaciones públicas. Hace unos días en un seminario en el que expuse este mismo tema, mostré las fotografías de Dilma Roussef, Michel Bachelet, Cristina F. Kirschnner y Angela Merkel y ningún miembro del auditorio pudo afirmar en esas mujeres que introdujeran feminización a la política solo por su presencia. Sin embargo, cuando en la pantalla apareció la imagen sonriente y distendida de Justin Trudeau, también fue unánime su caracterización como personaje feminizador de la política.
Si nos fijamos en el comportamiento de las empresas, a las que siempre recurrimos cuando se trata de beber de las prácticas más eficaces en relación con la rentabilidad, éstas cuentan entre sus cuadros con mujeres que deciden. Y esto nos lleva a un silogismo: Si las empresas buscan la rentabilidad e incorporan cada vez más mujeres en sus organigramas, es porque las mujeres son rentables para las empresas. Si en política las razones que argumentamos para la inclusión de mujeres son la representatividad, la legitimidad y la justicia social, cabe ahora añadir también el motivo de la rentabilidad.
El enfoque de los escenarios electorales como una guerra conlleva que el que pierde, muere, con la derrota se acaba todo y la competición de fuerzas es más relevante que la estrategia. Frente a este enfoque, el de la política como juego, que significa que el que pierde puede volver a jugar, incluso aprende de los errores. La teoría de los juegos nos enseña el valor de los trucos, la técnica y la inteligencia por encima de la fuerza.
«El arte de la guerra» es el texto de referencia para entender y definir las campañas electorales. Podemos hacer todos los paralelismos entre unas campañas y otras: la rivalidad, las armas, las estrategias, los ejércitos, la jerarquía, la acción y la reacción… Pero este libro lo escribió un hombre (hay quienes dicen que un grupo de hombres). En esa guerra tuvo que haber mujeres cuya participación fue seguramente crucial, pero ninguna escribió «El arte de la guerra». Nunca quedó escrito cómo era la guerra que vivían las mujeres. Cabe suponer que estaba relacionada con la cooperación, el cuidado de las personas, la planificación del aprovisionamiento,…
Este ámbito de las mujeres es el ámbito de lo personal. Las mujeres en la historia hemos sido las protagonistas del ámbito privado. Las llamamos «amas de casa» en referencia a una supuesta jerarquía que les da el mando de lo familiar, lo personal. Los hombres, en cambio, protagonizan la vida pública. Es su medio. Cuando las mujeres llevan lo personal a lo público, la política cambia, se torna una política de las personas. Esta es la tesis sobre la feminización de la política, cuando lo personal -el particular espacio de las mujeres- entra de lleno en las decisiones y las acciones. La feminización de la política no es otra cosa que la colocación de las personas en el centro de la política.
El marketing político deriva de la importación de las técnicas de estudio de mercado de la economía y la empresa hacia el espacio político. Pero ¿realmente estudiamos nuestro mercado? ¿Sabemos lo que dudan, temen, desean o esperan los consumidores de la política? Seguramente, en la política, no hemos sido capaces de pasar de la orientación al producto a la orientación al cliente, el verdadero sentido del marketing. Conocer a los electores, saber qué quieren, estudiar sus necesidades, darle soluciones a sus necesidades es orientarse a las personas, es política de las personas.
Si comparamos una fotografía de los responsables políticos de principios del siglo XX con otra de nuestros días (principio del siglo XXI), los porcentajes de presencia de mujeres y hombres no ha variado tanto. En la última cumbre del G20, la fotografía oficial de familia ofrecía la sintomática presencia de 32 hombres y cuatro mujeres. Según el informe de UN WOMEN referido al empoderamiento político de las mujeres en Latinoamérica y el Caribe, solo cinco países tienen leyes de paridad, hay un 22,4% de ministras y un 27,6% de parlamentarias y desde hace unos días, ninguna mujer jefa de gobierno (Michelle Bachelet en Chile era la única hasta las elecciones de diciembre de 2017).
En el empeño de superar esta brecha de género tan importante que vive la política, hay dos formas de abordar el aumento de la presencia de las mujeres. Los guetos o las mezclas. En política se tiende a dar a las mujeres espacios propios separados de los hombres en un intento fallido de sumar. Desde mi punto de vista, se trata claramente de una división, no de una suma. Se observa un tendencia mayor a la «guetización» de los ámbitos políticos, como por ejemplo, asignando a las mujeres papeles enmarcados en zonas tradicionales relacionadas con lo femenino, es decir con el cuidado de las personas, como son los asuntos sociales, la educación, la cultura o la igualdad. Por contra, se reserva a los varones las materias de índole internacional, económica o política. Esa fórmula de asignación de lugares también se produce entre las mujeres que se ocupan de la comunicación o la asesoría política. Así pues, no es extraño que haya espacios exclusivos para Mujeres de la Compol en las reuniones, jornadas o congresos.
La alternativa al gueto en el objetivo de gestionar la presencia de las mujeres en los espacios políticos es la mezcla. Para una consultora política como yo esta alternativa llevaría a la frase de «Yo no quiero hablar en la zona de Mujeres de la Compol, yo quiero hablar donde hablan los hombres» La razón es de lógica pura. En la sociedad occidental, las mujeres y los hombres no vivimos segregados, sino entremezclados. La mezcla es enriquecedora e incluso, más que una suma, puede llegar a ser una multiplicación.
Nos debemos a los datos y de ellos surgen algunas preguntas como ¿Llegan las mujeres a la meta si se les abre la puerta? ¿Cuántas llegan? ¿Todas las que pueden? ¿Todas las que quieren? ¿Por qué no llegan todas? ¿Por qué no pueden? Y la pregunta más conflictiva de todas: ¿Por qué no quieren? Las mujeres tienen que escoger muchas más veces que los hombres entre sus carreras profesionales o políticas y sus vidas personales. A veces las exigencias que se les hace son insoportables y pocas veces atendemos a lo que puede llegar a cansar una vida en esta competición constante y tan difícil de conciliar.
La neurociencia explica la configuración neuronal y cerebral de hombres y mujeres, distinta y enfocada a ámbitos completamente antagónicos de la actuación social de unos y otras. Por su lado, los estudios sociológicos han determinado que hombres y mujeres tienen comportamientos diferenciados cuando interactúan en las organizaciones. Según esto, prescindir de las mujeres es una pérdida de algunas de esas formas de actuar que proceden de la configuración cerebral de ellas y de la cultura acumulada de siglos de hegemonía femenina en el ámbito de lo personal.
A la pregunta de qué aportan las mujeres a la política respondería que madurez, espíritu cooperativo, estrategia y flexibilidad. Pero no solo eso, sino también -como vimos antes- representatividad, legitimidad, justicia social y rentabilidad. Un parlamento, un gobierno, un partido o un grupo político es más legítimo cuanto más se parece a la sociedad a la que representa. Y la sociedad cuenta con la mitad de mujeres que de hombres. De la misma forma que no tendría sentido un gobierno solo de mayores, o de jóvenes, o de campesinos, o de empresarios, carece de ninguna lógica representativa que el gobierno estuviera representado solo por hombres o por una mayoría de hombres. Desde mi punto de vista este es el argumento de mayor peso para la presencia paritaria de las mujeres en los equipos políticos.
En la revista Forbes, edición mexicana, se publicó un estudio que destacaba las cinco virtudes del liderazgo femenino: actitud de cambio, solidaridad auténtica, comunicación plena y activa, desarrollo organizacional e intenciones de mejora y ajuste. Yo las llamaría aportaciones al liderazgo. En política son un complemento perfecto a los atributos del liderazgo masculino: autoridad, firmeza, normativismo y jerarquía.
Según la neurología, en la inteligencia cognitiva reside o se derivan lo racional, la acción, el mando y la agresividad; mientras que en la inteligencia emocional encontramos las emociones, la creatividad, la colaboración y la empatía. El ser político no puede renunciar a ninguna de las dos áreas, la política no puede renunciar a las cualidades asociadas ni a lo masculino ni a lo femenino.
Queda puntualizar que cabe distinguir entre la presencia femenina en los cuadros políticos y las direcciones de instituciones y partidos y la de las mujeres asesoras, las spindoctress.
Cabe puntualizar que todas las aportaciones de las mujeres de la política son válidas tanto si hablamos de mujeres candidatas/políticas como si lo hacemos de mujeres en los equipos de asesoría de campaña o de gobierno. Sin embargo, hay algunas diferencias en lo cuantitativo. Si podemos afirmar rotundo que faltan mujeres en la política, podríamos decir que en la comunicación política son todavía menos. Además, la ausencia de cuotas o impulsos explícitos reducen la presencia de la mujer aún más en este ámbito, no tanto porque haya más o menos mujeres, sino por la invisibilidad a las que se las somete.
La famosa frase «es que no hay mujeres» ni es válida ya, ni nos la podemos permitir. Les puedo asegurar que la dirección de una mujer al frente de un equipo de campaña electoral cambia radicalmente el estilo de trabajo, las relaciones personales, la percepción de la candidatura; pero lo que no cambia es la capacidad del éxito de la empresa política ni el acierto mayor o menor de la estrategia.
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