Por Ignacio Martín Granados, @imgranados

En 1936 George Gallup predijo la victoria de Roosevelt en las elecciones presidenciales estadounidenses frente a Alfred Landon del Partido Republicano, como defendía el sondeo realizado por la revista semanal The Literay Digest –que hasta la fecha siempre había acertado-, generando el primer hito en la historia de las encuestas de opinión pública. Desde entonces y hasta ahora, pese a ser casi siempre cuestionadas, las encuestas han jugado un papel destacado en las campañas electorales tanto porque brindan información a los candidatos y votantes, como porque ayudan a formar opinión pública e incluso contribuyen a movilizar o desactivar al electorado si reflejan que una elección está muy ajustada o aparentemente decidida.

Pero, ¿por qué a veces fallan las encuestas? A la hora de elaborar un sondeo demoscópico que prediga el comportamiento electoral de una población determinada se deben tener en cuenta múltiples factores y, pese a que seamos capaces de acertar con todos ellos, la encuesta no dejará de ser una “foto fija” del momento en que se hace, por lo que los sociólogos insisten en afirmar que éstas no pronostican el futuro -los resultados- sino que su verdadera utilidad reside, porque la realidad es cambiante, en que señalan las tendencias.

Por tanto, ¿cuáles son las claves para elaborar una buena encuesta? La primera de todas es el tamaño de la muestra: cuanto más amplia sea, menor será el margen de error y más fiabilidad obtendremos. Otro factor es el método de muestreo, que tiene que ser representativo y aleatorio en el universo a analizar. La habilidad de los entrevistadores también es importante para lograr empatía con el entrevistado y conseguir que contesten a las preguntas. Las entrevistas pueden realizarse a través de Internet, de forma personal y por teléfono (fijo e incluso móvil), siendo las presenciales más fiables, pero también más caras. Es evidente, pero conviene insistir en la necesidad de un buen cuestionario, riguroso y que no introduzca sesgos, con las preguntas oportunas que nos permitan luego traducir los datos en una estimación de voto real. La intención de voto se mueve semana a semana, sobre todo en periodos electorales en los que los partidos tratan de movilizar a sus votantes, por lo que hay que tener en cuenta el contexto en el que se realizan -informativo, económico, político y social- y que, cuanto más cerca se realice del día de la elección, más fiable será el estudio (aunque en España está prohibida la publicación y difusión o reproducción de sondeos electorales por cualquier medio de comunicación durante los cinco días anteriores al de la votación, a diferencia de la mayoría de países de la UE). Si contamos con el respaldo de una serie histórica, como es el caso del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), podremos prever mejor comportamientos y tendencias. Y por último, una “cocina” con rigor, esto es, que el procesamiento de datos se base en la misma metodología que permita fijar con precisión las tendencias, la experiencia que aporta la serie histórica, el recuerdo de voto y la simpatía y que se apliquen métodos de corrección para evitar sesgos estadísticos (sobrerrepresentación o infraestimación) que permitan interpretar adecuadamente los datos recogidos.

La espiral del silencio

Sin embargo, también nos encontramos con otras dificultades a la hora de realizar una encuesta como detectar el voto útil, el voto oculto (el encuestado no revela a quien votará realmente), la volatilidad del mismo (modificación del voto de unas elecciones a otras), la espiral del silencio (los electores votarían en función del clima de opinión mayoritario) y al elector inseguro que no decide hasta el último momento qué elegir o incluso abstenerse; los errores de muestreo, por ejemplo, al entrevistar por teléfono fijo en horario laboral a personas que pueden introducir un sesgo (desempleados, jubilados, amas de casa) no reflejando fielmente la variedad del conjunto de la población; medir fielmente el potencial de las nuevas formaciones políticas ya que no contamos con elementos anteriores de comparación; los cambios de opinión de última hora (como en España no se pueden publicar encuestas cinco días antes de la jornada electoral, no sabremos qué efectos están teniendo sobre el electorado la campaña electoral); el clima de desconfianza ante la clase política y las instituciones que no favorece la colaboración demoscópica e impide realizar un análisis claro y preciso; e incluso los propios encuestados ya que los sondeos reflejan lo que los ciudadanos dicen que van a hacer, pero no necesariamente lo que realmente harán después.

En conclusión, aunque una encuesta esté bien hecha, hay que saber interpretar los resultados sin olvidarnos que estamos simplificando sobre un fenómeno complejo. Y la medición será siempre limitada sin el componente de la comprensión: por ejemplo, en un sondeo donde un partido gana con una ventaja de un 2%, si el margen de error de la muestra es del +/- 2,5%, ese resultado no nos servirá de mucho, por lo que estos deben ser vistos en términos de probabilidad, donde se predice una horquilla y, si hemos realizado encuestas anteriormente, comprobar si la tendencia es al alza o descendente.

 

 

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