Por Alejandro Ibáñez, @Alejandro_Ibago, entrenador internacional de debate y consultor político
Statu quo
El próximo 3 de noviembre se celebrarán las quincuagésimo novenas elecciones presidenciales de EE. UU. En un mundo globalizado, donde prácticamente todo lo que ocurre en la primera potencia mundial repercute en el resto del mundo y, en un momento tan convulso a nivel mundial, este evento político está llamado a tener un lugar privilegiado en futuros libros de historia que estudien la evolución de las democracias liberales en el siglo XXI.
Estados Unidos es un país complejo donde los haya, mentiría si digo que conozco en detalle la idiosincrasia de este país porque cada estado es distinto y más si se trata de uno tan peculiar como lo es el mío; Texas. Estado en el que, por cierto, algún día será digno de analizar el enorme impacto de la figura del excongresista Beto O’Rourke, que puede ser perfectamente la llave de la presidencia para Joe Biden.
Ahora bien, estoy en condición de afirmar que hay un denominador común que se ve en todo el país; la enorme división política en la sociedad, que se percibe enseguida al hablar con unos y otros. La sociedad estadounidense es una sociedad que se ha acostumbrado, en los últimos meses, a ver cada semana un escándalo político nuevo. Y esto ha hecho, al igual que en otros países, por cierto, que los ciudadanos dejen de sorprenderse ya que el nuevo escándalo supera, a menudo, con creces a su predecesor. Este hecho también contribuye a que, actualmente, el grado de confianza de los estadounidenses en el Gobierno Federal se mantenga en un nivel demasiado bajo (20 %), según el Think Tank Pew Research Center.
Diría que en estos meses el mayor escándalo que he presenciado en este país ha sido, probablemente, el menos mediático o, al menos, el que ha tenido menos repercusión en intención de voto. Este ha sido una de las entrevistas por parte de Bob Woodward (periodista que reveló, junto a Carl Bernstein, el caso Watergate a principios de la década de 1970) a Donald Trump. En dicha entrevista, Donald Trump revela a Woodward, el 7 de febrero de este año, el contenido de su conversación con el presidente chino; Xi Jinping. El propio Trump admite tener conocimiento de que el COVID-19 se mueve por el aire y que, por ello, contagiarse es extremadamente fácil, así como que presuponían que esta enfermedad era hasta cinco veces más letal que la gripe común y, por tanto, era bastante peligrosa para la sociedad estadounidense. Cuando uno escucha estas grabaciones (consentidas por el presidente) y ve la campaña de desinformación de estos últimos meses y la cruzada antimascarillas, sumado a que hay ya más víctimas mortales (+200.000) por coronavirus que soldados estadounidenses caídos durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), lo único que explica que la aprobación de este presidente se mantenga estable (42,7 %) es la enorme polarización política que existe en esta sociedad.
Ya en 2014 un estudio del Think Tank Pew Research Center mostraba que el porcentaje de estadounidenses con una ideología claramente definida y con una mala percepción de la ideología opuesta, se había disparado y estaba en su nivel más alto de las dos últimas décadas.
Así, dos décadas atrás (1994) un 70 % de los que se identificaban claramente con el Partido Demócrata, se situaban más a la izquierda que el promedio de los que se identificaban con la ideología del Partido Republicano. Dicho porcentaje se vio incrementado hasta alcanzar el 94 % en el año 2014. Similar situación entre los partidarios del Partido Republicano, dónde dicho porcentaje pasó de ser un 64 % en 1994 a un 92 % en el año 2014.
Si actualizamos estas cifras a 2017 (con Trump ya en la Casa Blanca) vemos cómo el anterior porcentaje en el votante demócrata (94 %) pasa a ser del 97 % y en el caso del votante republicano el anterior porcentaje (92 %) pasa a ser del 95 %.
¿Pero esto en qué se traduce? En que todo, absolutamente todo, pasa a estar politizado con unos niveles de crispación probablemente nunca vistos en la historia moderna de este país. Me preocupa este creciente grado de “fanatización” en lo que a política se refiere. Ya que este proceso se traduce, entre otros, en que haya tantísimas personas que piensen, por ejemplo, que no hay que llevar mascarilla porque su presidente ha rehusado a llevarla durante muchos meses, con lo que ello conlleva; un retraso en el periodo de recuperación en esta pandemia mundial.
Si a lo anteriormente descrito le sumamos la enorme tensión racial, la crisis institucional desatada a raíz del fallecimiento de la jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg y el enfrentamiento violento que empieza a producirse en las calles, la fotografía que nos queda no es buen presagio de lo que está por venir.
Trump, Biden y la paradoja del candidato
Pese a tener ambos un estilo de retórica claramente definido y diametralmente opuesto, lo cierto es que sería un error poner el principal foco de estas elecciones solo y exclusivamente sobre ellos. Ya que como citaba antes, la polarización récord que vivimos en este país hace que el peso de los candidatos sea menor y que ambos partan de una “base de voto” bastante amplia.
Desde luego lo que parece que está claro es que, gane quien gane, Estados Unidos va a seguir la senda proteccionista iniciada (con mayor o menor intensidad depende del candidato). Prueba de ello es el plan económico de Joe Biden denominado Buy American, con un importe estimado de $700.000.000 (equivalente al PIB de Turquía), con el doble objetivo de proteger e incentivar la producción nacional estadounidense, así como la investigación y desarrollo de tecnología made in USA que permitan una transición verde al que es el mayor productor de petróleo del mundo.
Ahora bien, como citaba, la intensidad de ese proteccionismo puede variar mucho en función de quién gane y todo parece indicar que, si Trump es el ganador, este seguirá además la senda aislacionista ya iniciada con todo lo que ello conlleva para el resto del mundo, incluso para países que tradicionalmente se han considerado aliados de Estados Unidos.
¿Qué ocurrirá en noviembre? Y… ¿Después?
Trump podía y puede perder las elecciones, pero Biden no las ganará. No las ganará, este último, porque no es un candidato que genere un gran entusiasmo. De hecho, elegir a Joe Biden como opción política, según datos de una de las últimas encuestas de Fox News,
se debe más a un miedo por el candidato contrario (Trump) que por entusiasmo a Biden. Dicho lo cual, es importante recordar que Biden aventaja, a día de hoy, en algo más de seis puntos porcentuales, tomando como referencia la media de las principales encuestas nacionales, a Trump.
Entonces, ¿qué ocurrirá el próximo 3 de noviembre? Es posible y probable que Trump gane con autoridad. Ahora bien, es posible y probable que unos días después (7-10) Joe Biden resulte ser el ganador final invirtiendo así el resultado final.
Pero ¿cómo es esto posible? La razón principal es que, de media, el votante demócrata está más dispuesto a votar por correo tal y como indica un estudio del Think Tank Pew Research Center. En concreto, el 58 % del votante demócrata afirmaba recientemente que votaría por correo, mientras que el porcentaje que votará por correo en el caso del votante republicano es de apenas el 17 %. Por tanto, no se alarmen si ven una victoria aplastante de Donald Trump el próximo 3 de noviembre porque esto ocurrirá por lo anteriormente descrito y por el sistema de colegio electoral de Estados Unidos que supone un “todo o nada” para el candidato ganador en cada estado.
¿Qué ocurrirá después? Si, como indicaba antes, al hacer el recuento del voto por correo, el resultado se invierte y Joe Biden resulta ser el ganador final, todo indica a que vamos a ver a la Corte Suprema interviniendo en este proceso electoral por la postura hostil del candidato republicano. Trump ha firmado en varias ocasiones (sin evidencia que lo sostenga) que si pierde las elecciones se deberá a un fraude electoral organizado por el Partido Demócrata, de ahí la enorme relevancia del nombramiento de una nueva jueza por parte del actual presidente. Por ello, es posible y probable que veamos un amplio intercambio de pleitos por parte de los equipos de ambos candidatos presidenciales y, teniendo en cuenta el elevadísimo voto por correo y la dificultad logística que conlleva, es posible y muy probable que este proceso demore semanas.
Lo que parece bastante probable, por desgracia, es que veamos una tensión tal en la sociedad, alentada por la retórica de ciertos mal llamados líderes políticos, que esta se traduzca en violencia en las calles. Ojalá esto no se produzca y en unos meses podamos mirar atrás y decir, “para lo que parecía, ¡qué sencillo resultó ser!”.
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