Por Juan Luis Fernández y Vicente Rodrigo
El año 2018 vivimos el estallido mundial del “tsunami feminista”, como bautizaron políticos, académicos y medios de comunicación[1]. El poder de las redes sociales, nuevamente claves en la explicación de este fenómeno, explica cómo una causa percibida hasta entonces como una lucha particular pudo percibirse como parte de un movimiento mucho más transversal.
La campaña del #MeeToo tuvo un eco de gran impacto en diferentes regiones del mundo, y llegó a España bajo el hashtag #Cuéntalo. Este hito de las redes sociales consiguió que un número abrumador de mujeres saliesen de su silencio para contar historias de abusos, de injusticias, de desigualdad y, en definitiva, de machismo. Parecía, en este sentido, que surgía un sentir colectivo en torno al “nosotras las mujeres”.
Este seísmo en el debate público también se ha visibilizado en las calles, por segundo año consecutivo, con motivo del 8 de marzo. Tomando como ejemplo España, el número de manifestantes se doblaron este año en ciudades como Madrid o Barcelona respecto a 2018, según las cifras oficiales.
En ocasiones, el propio concepto de feminismo se ha visto deformado por un uso interesado en lenguaje político: o bien unos pocos intentando apropiarse de un concepto transversal que debería ser compartido por todos, o bien mediante la consolidación de un término, “ideología de género”, que banaliza sobre los problemas reales de desigualdad que sufren las mujeres. Es engañoso intentar convertir el “nosotras”, entendido como un término inclusivo (y utilizado en campañas globales como el #HeForShe) en un “vosotras” o “ellas” en un concepto que, en realidad, es neutro e inclusivo.
Así, según la Real Academia Española, define el feminismo como “principiodeigualdaddederechosdelamujeryelhombre”. Un input transversal que, sin embargo, no se traslada siempre en outputs efectivos en la esfera pública.
Existe una raíz lingüística en la frase “nosotras las mujeres” que ancla el significado a la realidad frente al “vosotras las mujeres” o “vosotras las feministas”. Se trata del “yo y otros más” frente al “tú frente al resto”. Existe así una tensión entre los que buscan la inclusión de las causas transversales y la exclusión de los que imponen un único tipo de feminismo o directamente niegan que sea necesario.
Olvidamos, en este sentido, las reflexiones y voces que siglos atrás inspiraron al movimiento feminista. Ése es el caso de Jean Paul Sartre: “Si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido, y que este ser es el hombre (…) empieza por no ser nada, no hay naturaleza humana porque no hay Dios para concebirla”. A esta reflexión, Simone de Beauvoir le dio la puntilla: “la mujer no nace, se hace”.
Movimientos sociales y corrientes filosóficas han desarrollado durante décadas un concepto de libertad en torno al género que entronca con la definición formal del feminismo, y que ha eclosionado como hemos visto en los últimos dos años. Conviene reflexionar, en este sentido, cuando deformadas definiciones de feminismo o teorías en torno a la “ideología del género” tratan de romper ese “nosotras” para disgregarlo en “vosotros/as” y “ellos/as”.
Feminismo es una causa cuyo lenguaje debe impregnar los discursos de distintas posiciones e ideologías… Es por ello que los dos autores de esta sección pueden hablar largo y tendido sobre el “nosotras las mujeres” sin caer en la falsa e inexistente ideología de género con la que mucho se pretende predicar.
[1] La Vanguardia, 11 de diciembre de 2018: https://bit.ly/2FpXqPM
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