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La Revista de ACOP

La importancia de lo público en la nueva diplomacia

  • marzo 27, 2013
  • A Fondo

En los últimos años el debate intelectual y científico ha trabajado sobre la capacidad de la nueva diplomacia para influir en actores internacionales diferentes de los Estados. Se han identificado conceptos puramente arraigados en el kratos, en el poder. De esta forma destacan autores que analizan el poder centrado en la influencia, en la persuasión; diferenciando aquellas acciones basadas en la coacción, en el uso de la fuerza. Y también se encuentran líneas de pensamiento enfocadas en la capacidad normativa de la diplomacia. Es el llamado poder normativo, la capacidad de generar normas, establecer vías de relación regladas.

Con este texto no quiero desviarme del poder e influencia que ejerce la diplomacia del siglo XXI, pero sí he pretendido centrar la reflexión en el aspecto público que tiene la diplomacia. Porque lo público es el entorno natural de las acciones del gobierno y el fin primordial en el uso del poder político. Y quiero referirme al poder político, ya que cuando se habla de diplomacia se está asumiendo es una actividad política históricamente realizada por el corps diplomatique. Éste considera a las relaciones internacionales como “algo más que la simple yuxtaposición de Estados” (Del Arena, 2007, p. 56).

Francisco Javier Hernández Alonso, Profesor de la Universidad CEU San Pablo y del C. U. Villanueva, Madrid.

Las nuevas condiciones comunicativas que han abrazado a la sociedad internacional han transformado significativamente la función de la diplomacia. Ahora la política exterior se está democratizando rápidamente. Actores diferentes de los Estados tienen una gran importancia en la configuración del orden internacional; por lo que se hace necesario para el estratega político y para el diplomático comprender el comportamiento y la formación de conceptos como el de opinión pública o el de espacio público. Ambos centrados en lo público como factor fundamental.

De esta manera, el presente texto pretende aportar una breve explicación acerca de la configuración de una nueva política interna­cional centrada en lo público. La reflexión no se va a focalizar primordialmente en el uso del poder, sino en el concepto que va a legitimar el uso de este poder. Para esta tarea, es interesante echar un vistazo al pasado, a los orígenes de la actividad política internacional. Así, el lector podrá contextualizar perfectamente la naturaleza social de la diplomacia centrada en lo público.

Algunos referentes históricos

Uno de los autores que primero descubrió el poder de la sociedad fue el florentino Nicolás Maquiavelo (1469 – 1527), cuyo interés por las apariencias y la comunicación de los asuntos públicos recorren su obra, especialmente su libro El Príncipe, de cuya pu­blicación se cumplen ahora quinientos años. Este diplomático y jurista argumentaba de la siguien­te manera: “Nada causa tanto la estima de un príncipe como las grandes empresas y dar particular ejemplo de sí mismo”; y conti­nuaba: “también es muy útil a un príncipe dar particular ejemplo de sí en los asuntos internos aprovechando la ocasión de que alguien haya obrado en sociedad de modo extraordinario, bueno o malo, para adoptar un modo de premiarlo o castigarlo que dé mucho que hablar”.

Este ejemplo es muy revelador de la importancia de la estrategia política centrada en la comunicación; aunque, afortunadamente, con el paso del tiempo estas técnicas ma­quiavélicas se han ido puliendo para dar paso a formas más respetuosas con el ciudadano y con la verdad.

Es significativa la actividad del político suizo Jacqes Necker, quien fuera ministro de finanzas de Luis XVI. Este personaje del siglo XVIII adoptó una de las premisas de la Ilustración que supone un punto de partida esencial para la diplomacia pública de nuestros tiempos: la verdad y no la autoridad hace la ley. De esta manera se aceptaría el derecho de los ciudadanos a participar de los asuntos públicos y el deber de los políticos a gobernar de cara a la opinión pública.

Las ideas de Necker contribuyeron al estallido revolucionario francés; pero para el recuerdo quedará su conciencia de lo público, reflejada en su famoso Compte-rendu au Roi (Rendición de cuentas al rey), un texto con el objetivo de hacer más transparente el gasto público y la situación financiera del país.

Las democracias masivas no han hecho más que reforzar los argumentos históricos que esgrimían personajes como Maquiavelo y Necker. La propia sociología política incide en el hecho de comprender un espacio público político en el que fomentar el debate y la parti­cipación de una opinión pública activa. En esta línea giran los trabajos de sociólogos como el francés Dominique Wolton o el alemán Jurgen Habermas. El primero refuerza sus argumentos a través de la importancia de los sondeos de opinión: “Todo puede impulsar a los políticos a buscar, y a encontrar, en la opinión pública, representada por los sondeos, un apoyo en su relación de fuerza con los medios, y esto tanto más cuanto que opinión pública y políticos tienen una referencia común: el peso de la legitimidad representativa, unos por medio de elecciones y otros mediante las virtudes de la estadística” (Wolton, 1989, p.188).

El público para la diplomacia

En esta línea, la diplomacia pública no puede dejar de trabajar en el estudio, la selección y la comprensión de los públicos que van a reforzar su poder y con los que va a encontrar una relación directa en el llamado espacio público político. Pero, ¿qué es el público para la diplomacia?

En primer lugar es fundamental discernir entre público y masa. Aunque las acciones de diplomacia pública se dirijan a grandes grupos de ciudadanos, y se establezcan programas a gran escala y a largo plazo; los estrategas políticos y los diplomáticos deben comprender que el público tiene la capacidad del razonamiento crítico. Una esfera pública política activa supone una nueva forma de autoridad.

Tanto la masa como el público son meca­nismos de adaptación social, son elementos fundamentales para el cambio y la evolución, ya que se basan en una voluntad común que los hace crecer. Mientras la masa responde a emociones compartidas y se moviliza a través de condiciones de excitación emocional; el público vive en el discurso racional, en la discusión y en la oposición. Mientras las técnicas propagandísticas trabajan sobre la masa; la deliberación y el diálogo comprenden la relación con el público.

La diplomacia pública deberá, por tanto, ser capaz de identificar a sus públicos y desa­rrollar acciones específicas para favorecer un exitoso debate social. La diplomacia pública sólo será exitosa si es capaz de reconocer a su público.

El ejercicio del liderazgo en el entorno público político será el natural objetivo de la diplomacia pública del siglo XXI. Un liderazgo público se basará en la capacidad de encontrarse con los ciudadanos, en la capacidad de argumentar y de influir. Y en este punto nos encontramos directamente con las visiones científicas centradas en el poder. El poder blando será la consecuencia de asumir que las acciones políticas son fruto de una correcta comprensión del público como legitimador y fin último del hecho político. Ya sea una acción política de carácter global, o de carácter regional, destinada a grandes sociedades o a pequeños grupos previamente seleccionados.

La diplomacia pública es un cauce de comunicación muy valioso que pone en relación a ciudadanos y a políticos, que alimenta el debate y que fortalece las estructuras democráticas. Así lo expuso también Dominique Wolton en 1997: “La comunicación es uno de los símbolos más brillantes del siglo XX; su ideal, el de acercar a los hombres, los valores y las culturas, compensa los horrores y las barbaries de nuestra época” (Wolton, 1997, p. 13).

El carácter simbólico de la diplomacia

El carácter simbólico de la diplomacia es un aspecto muy interesante al que es necesario prestar mucha atención. Para concluir me voy a centrar en un símbolo que explica perfectamente la razón de ser de esta nueva diplomacia y la actitud que necesariamente ha de tomar.

Este símbolo es el famoso cuadro de Theodore Gericault, La Balsa de la Medusa. En esta obra se refleja una situación de confusión y de crisis. Este aspecto supondría la complejidad de las relaciones internacionales en un entorno difícil y competitivo. Sobre unas tablas, un grupo de náufragos intentan ser avistados y luchar en medio de un mar embravecido. Todos agitan sus brazos y gritan para salvarse. Todos tienen un objetivo, llegar a un barco que navega en la lejanía.

Las herramientas de la nueva diplomacia buscan llegar a ese barco lejano, a ese público objetivo. La diplomacia pública envía señales y quiere entrar en contacto con otros actores en un espacio público complejo. La diplomacia, como los marineros del cuadro, es colaborativa, aúna fuerzas para ser más efectiva y convertirse en una verdadera fuente de poder. La nueva diplomacia se anticipa y envía señales a su público.

Referencias

– DEL ARENAL, C., Introducción a las relaciones internacionales, Tecnos, Madrid, 2007.

– WOLTON, D., El nuevo espacio público, Gedisa, Madrid, 1989.

– WOLTON, D., Penser la communication, Flammarion, 1997. g

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