Por J. Pedro Marfil @JPedroMarfil Gerente de ACOP y profesor UCJC
Intentar hacer un análisis de esta locura posmoderna que es el brexit es todo un reto. No viajaremos hasta la incorporación de los británicos en la UE allá por 1973 ni al rechazo inicial de Francia a integrar a sus vecinos. Reino Unido siempre ha percibido a la Unión como una institución prescindible en su devenir. La idiosincrasia británica y su carácter insular le hacen mantener ciertas reservas sobre la influencia del continente en su política doméstica. Baste recordar su rechazo al euro y a la unión bancaria, o a la participación en el espacio Schengen. Europa sí, pero de británicas maneras. Estos elementos no son baladíes. Valorar la política británica desde la óptica europea puede resultar sencillo, pero no preciso.
Cameron y su promesa de elecciones. David Cameron arrolló en sus primeros comicios. No tanto en los resultados, pero sí en la sensación de que se acercaba una nueva época conservadora en Reino Unido después de trece años de laborismo en Downing Street. Tras una primera legislatura en coalición con los Liberal Demócratas, Cameron quiso atraer al electorado de derechas proponiendo un referéndum sobre la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Así liberaría una pulsión acallada en la opinión pública británica y consolidaría su liderazgo. O no. David Cameron ganó sus segundas elecciones en 2015 y fiel a su palabra convocó el referéndum. Liberad al Kraken…
El problema de los referéndums. Así llegamos al referéndum. Una pregunta con respuesta sencilla ‘sí’ o ‘no’. Y este, es uno de los problemas, ya que los comicios de estas características simplifican demasiado los procedimientos más complejos. Todo esto en un entorno con unas dinámicas internacionales impresionantes que llaman cada vez más a la cooperación y colaboración entre los países para la generación de ventajas competitivas. Ahí es cuando se pregunta a los ciudadanos y son estos los que tienen que elegir. Se les traslada una decisión sobre la que ni si quiera saben a ciencia cierta dónde se dirigen. Salir de la UE podía ser un plan tentador, pero ¿a qué precio? ¿Con qué consecuencias? ¿De qué manera? Aunque las respuestas exactas en este caso fuesen Remain a member of the European Union / Leave the European Union, el problema es el mismo: elegir.
Valorar la política británica desde la óptica europea puede resultar sencillo, pero no preciso
La campaña de polarización. Arrancó la campaña y como toda campaña que lleva a decidir únicamente entre opciones de suma cero –o nos vamos o nos quedamos, no hay término medio- la campaña se polarizó. Y mucho. Por un lado, los brexiteers, melancólicos sobre un Reino Unido que fue y que pareció desvanecerse en el pasado tras su cénit. Abrumado y coartado por una Unión Europea que cada vez exigía mayores cotas de soberanía a cambio de pequeños beneficios. Por el otro, los que querían quedarse. Los que aplicaban el peso de la razón sobre la emoción en el proceso. Logos sobre ethos. Pero el logos no emociona. Decía Philip Collins en el V Encuentro Internacional de ACOP (Bilbao, 2018) que el PIB no es algo inspirador. Y no le faltaba razón. Los brexiteers dieron en la diana con su mensaje enfocado a un importante sector de la población que sentía haber perdido el control sobre sus vidas. Take Back Control, decían. Si quieren ahondar sobre la campaña, no dejen de ver la película Brexit en HBO, con un Benedict Cumberbatch de nuevo estelar.
La política es cuestión de percepción. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Esta jugó un papel fundamental en la campaña británica donde diarios sensacionalistas como el Daily Mail no dejan de advertir día sí y día también sobre el peligro que supone la inmigración en el país. Pero la inmigración no era un problema, lo era la aporofobia y el racismo. Londres es una ciudad cosmopolita en la que las culturas se mezclan y cada quien se esfuerza por hacer su vida mejor. Pero Reino Unido no es Londres. Mucha gente pensó que inmigración era sinónimo de terrorismo y paro; y olvidó que en ese concepto también cabe el capital extranjero, las fortunas rusas y de oriente medio o los petrodólares. Pero para el Daily Mail, aquí no estaba el problema. Reino Unido contaba con unas tasas de ocupación de ciudadanos europeos muy alta y, curiosamente, personal muy cualificado.
Pero el foco, de nuevo, no estuvo en ellos. Un sinfín de ejemplos que distanciaron, quizá demasiado, la realidad de la percepción a través de un relato mesiánico velado que respondía a las necesidades de muchos ciudadanos a los que la crisis había arrebatado la esperanza. El brexit, revertiría todos sus males, les haría retomar el control de sus vidas. Al frente, los agoreros del cataclismo. La salida sería el caos. Paparruchas.
La inmigración no era un problema, lo era la aporofobia y el racismo
Por si este magnífico entorno no fuese lo suficientemente interesante, entra en escena Cambridge Analytica. El escándalo que condicionó la respuesta electoral de los ciudadanos británicos mediante la publicación de bulos y propaganda a través de Facebook. Millones de impactos sobre usuarios indecisos con una influencia determinante en el desarrollo de la campaña. No lo olviden. La diferencia entre quedarse o salir es únicamente del 2 % en el recuento final. De nuevo, el lado perverso de los referéndums.
Cameron se borra, bienvenida Mrs. May. El resultado dejó a la Unión Europea en estado de choque y al menos, al 48,1 % de los británicos también. Cameron, que había defendido la permanencia de perfil durante la campaña, anuncia su marcha y deja paso a Theresa May, quien abogó en su momento por el remain. May pone en marcha un gobierno ajustado a la situación integrando a las figuras más polémicas de la campaña como Boris Jonhson o David Davies.
Para los brexiteers, lo que parecía que iba a ser una salida limpia como el corte de un bisturí, devino en una evolución traumática de las relaciones y un enconamiento del debate
Expectativa, es siempre la gestión de la expectativa. Mientras los que abogaban por quedarse en la UE veían como su país caía en remolino emocional sin parangón en la historia británica contemporánea, también se daban cuenta que la vida sigue adelante. Los días son lluviosos en Middlesex y los gatos hacen de las suyas en Chelsea. El averno prometido, de momento, parece no llegar. Sin embargo, para los brexiteers, lo que parecía que iba a ser una salida limpia como el corte de un bisturí, devino en una evolución traumática de las relaciones y un enconamiento del debate. Los matices y las formas de marcharse son infinitos y el planteamiento de una salida imponiendo las condiciones a la UE, resultaron ser una quimera. De nuevo la gestión de la expectativa entró en juego y los conservadores se dieron cuenta de que no estaban siquiera cerca de tener un plan.
Respeto a la norma. Otro elemento singular que no debe ser pasado por alto es el escrupuloso respeto a la norma que los británicos se autoimponen. Reino Unido se rige por la common law o derecho consuetudinario. No tienen una constitución escrita como tal y sus leyes se fijan en función de las prácticas y costumbres de los ciudadanos. Este punto es importante para entender que no se haya planteado de manera sólida la posibilidad de dar marcha atrás en la solicitud de salir de la UE. Los británicos votaron y decidieron; y para ellos el respeto a esa decisión que emana de la soberanía británica es cuasi sagrado. Recuerden que volver a votar puede ser una perversión del sistema, el ciudadano podría preguntarse hasta cuándo votar ¿hasta que la respuesta satisfaga a los míos? De nuevo la perversión de los referéndums.
Gina Miller: los tribunales entran en escena. Si las principales leyes del país deben aprobarse en el parlamento ¿por qué una ley tan importante como la salida de la UE podría decidirla de forma unilateral el Ejecutivo? Esto fue lo que se preguntó Gina Miller, una ejecutiva de la City contraria a la salida. Mrs. Miller se puso manos a la obra y recurrió a los tribunales para hacer ver lo paradójico de la situación. Y en 2017 los tribunales le dieron la razón. May tendría que conseguir el respaldo de la cámara para aprobar el plan de salida de Reino Unido de la UE. De aquellos polvos, estos lodos.
La UE, compuesta y sin novio. Reino Unido había decidido marcharse en un contexto en el que la crisis económica daba sus últimos coletazos, pero la política acababa de llegar. En el seno de la Unión llegó a temerse por un efecto dominó en el que otros países con pulsiones euroescépticas siguiesen el mismo camino que señalaban los británicos y se llegase a una desintegración europea. Sin embargo, la Unión hizo de la necesidad virtud y consiguió los consensos necesarios para mostrarse firme y fuerte. Los liderazgos representados por Merkel y Macron y el carisma de Junker consiguieron llevar el procedimiento con mano dura y guante de seda. Habrá quien siga preguntándose dónde están los grandes líderes. Bastaría con que abriesen los periódicos más a menudo.
El futuro es improbable y pensar no es suficiente: elecciones 20 J. En el guion de una buena película siempre hay elementos esenciales: personajes bien construidos, conflictos… y giros. En el caso del brexit muchos giros. En febrero de 2017 la primera ministra decide convocar elecciones para apuntalar su liderazgo y llevar a buen término el brexit – recordemos que meses antes los tribunales le han pedido que cuente con el apoyo de la Cámara. La medida es inteligente: la oposición está desarticulada y es un buen momento para aumentar el peso del partido conservador en la Cámara de los Comunes para poder aprobar el acuerdo sin problemas. Sin embargo – aquí viene otro giro – tras una campaña en la que Corbyn logra una remontada de diez puntos, los laboristas ganan terreno en una Cámara que se redistribuye y que obliga a May a pasar con los unionistas de Irlanda del Norte (DUP). Ir a por lana y salir trasquilado.
A través de la ausencia de acuerdo, los partidarios del remain conservan posibilidades de permanecer en la Unión
Ya estamos en 2018. Han pasado dos años desde la votación y es el momento de llegar a un acuerdo con la UE para la salida. El tiempo corre y May viene con un acuerdo bajo el brazo de Bruselas. Los negociadores de la Unión, con Michel Barnier a la cabeza han conseguido plasmar en un documento el trabajo mano a mano con los compañeros británicos. Toca pasar por el parlamento y se suceden las derrotas. ‘The ayes to the right, 202!’. May recibe la contestación del parlamento y aparecen los oportunistas. Mr. Rees-Mogg, en la noche, diputado conservador da el salto y aprovecha para presentar una moción contra la primera ministra. Fracasa. En las siguientes semanas se suceden las derrotas del plan negociado con Bruselas y la moción de censura promovida por un indeciso Corbyn. Recuerden, en Reino Unido los Miembros del parlamento votan por circunscripción. Esto convierte a la cámara de los comunes en un avispero en el que el resultado de las votaciones debe negociarse voto a voto.
A muchos puede que haya sorprendido que Rees Mogg, siendo conservador, presente una moción contra su primera ministra. Volvemos a las complejidades del sistema británico, allí es posible. El poder de las instituciones se ha configurado como uno de los elementos más fiables del Reino Unido. Sus siglos de trayectoria lo avalan, pese a que, según los analistas, el país esté viviendo una crisis constitucional sin precedentes. Puede que los miembros del parlamento pongan en un brete la situación, pero las instituciones se han mostrado capaces de soportar las envestidas. Es lo bueno que tiene el tantas veces defenestrado sistema, que está diseñado a prueba de malos dirigentes.
En este convulso contexto, se da la paradoja de que muchos partidarios de permanecer en la UE prefieran un brexit duro mientras un sector de los brexiteers, aboga por un brexit blando. El motivo es que, a través de la ausencia de acuerdo, los partidarios del remain conservan posibilidades de permanecer en la Unión. Mientras, en el segundo caso, pese a tener en mente inicialmente una salida más ambiciosa de la UE, una salida ‘blanda’ sigue siendo una salida.
Hagamos un breve inciso. Recuerden que poco antes del brexit, Escocia votó seguir perteneciendo al Reino Unido. El acta de Unión que sellaron ambos reinos en 1700 convenía que cuando Escocia lo solicitase, podría votar dicha cuestión (nota hecha para quienes buscan trazar símiles imposibles). Escocia es una nación europeísta, en la que los resultados del brexit dieron por apabullante mayoría el continuar en la Unión. En 2017, al cambiar sustancialmente las condiciones en las que la región permanece junto con Reino Unido, Nicola Sturgeon plantea la opción de un segundo referéndum. Entiende que uno de los motivos por los que la sociedad escocesa decidió permanecer en el Reino Unido era evitar su salida de la UE. Modificadas las condiciones, considera legítimo volver a plantear la votación. May se opone. Fin del debate. Por el momento. A esto hay que añadir otro elemento interno que vendría a convertirse en uno de los elementos más controvertidos del acuerdo: el control sobre la frontera física entre Irlanda del Norte e Irlanda. Este elemento ha acaparado las negociaciones entre la UE y el Reino Unido y podría suponer un punto de conflicto en el futuro.
Así pues, ya han pasado por la cámara el acuerdo inicial, un segundo acuerdo con ligeras modificaciones y… punto muerto. Los días pasan y el acantilado del 29 de marzo está cada vez más cerca. El parlamento llega a un consenso al fin al aprobar dos mociones en las que se muestra dispuesto a pedir una prórroga y en el que rechaza salir de la UE sin un acuerdo pactado. May pide al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, una prórroga de tres meses para poder desarrollar la salida. Tusk accede siempre y cuando se acepte el acuerdo en el parlamento. Y ahí entra en juego John Bercow, el speaker de la Cámara. ‘Order!’ Ya han llevado a votación dos veces el mismo acuerdo. ¡No se puede votar lo mismo ad infinitum! Debe haber cambios sustanciales en el mismo, pero ¿cómo introducir cambios en un acuerdo en el que la UE ya ha dicho que es su última palabra? He ahí la cuestión.
La cifra de británicos que han solicitado una segunda nacionalidad se ha disparado y la caída de la inmigración a Reino Unido ha sido histórica
El Consejo Europeo de los días 21 y 22 de marzo fue tajante: la Unión Europea plantea dos escenarios. Si los comunes comunes no aprobaban el acuerdo, concederían una prórroga de apenas dos semanas, pero si el parlamento británico daba luz verde a la salida, la UE se mostró dispuesta a dilatar el adiós hasta el 22 de mayo. Justo antes de las elecciones al Parlamento Europeo que arrancarán el día 23 del mismo mes. La Unión se ahorraría la incómoda situación de mantener a un miembro sin ejercer su derecho al voto, o peor, ejerciéndolo y marchándose. Para Reino Unido, tener que votar en los comicios sería un escollo en sus caóticos planes de salida. Tras la ronda de consultas de May con Merkel y Macron, de nuevo sobre la bocina, tampoco se puede descartar este escenario con una nueva fecha límite: el 31 de octubre. Más tiempo para el vértigo de las emociones fuertes.
Existe miedo a una salida salvaje, sí. Pero la oposición laborista también se debate entre aprobar el acuerdo o hacer caer a la primera ministra. Ya ven. No solo las filas conservadoras son complejas. May resiste. Como el junco, no cae. Tiene el mandato de las urnas y hará todo en lo que esté en su mano para llevarlo a cabo. Da igual que no le guste, da igual que dimitan sus ministros o que la cámara destroce sus planes. Incluso llegó a ofrecer su cabeza a cambio de lograr el acuerdo que desbloquearía la salida. A ella la eligieron para eso; y eso intentará hacer. El cargo es lo de menos, lo importante es el mandato. En Reino Unido, se deben respetar los usos y costumbres.
Mientas estas líneas se escriben, las noticias se suceden y el futuro sigue siendo incierto. El brexit deja varias lecciones de interés. La necesidad de que gobiernos e instituciones cuenten con equipos profesionalizados y preparados que gestionen la comunicación desde un punto de vista estratégico para evitar, entre otras cosas, que la propaganda nociva de Cambridge Analytica surtiese efecto. El poder perverso de los referéndums y la necesidad de responsabilidad de los representantes públicos a la hora de poner en marcha iniciativas difíciles de gestionar. La comunicación política también es esencial para gestionar situaciones en las que la percepción se separa de la realidad y cuando las expectativas se elevan tanto que generan frustración y desconcierto.
Está por ver si Reino Unido saldrá de forma abrupta y sin acuerdo con la nueva prórroga hasta el 31 de octubre. Cada semana, se suceden los gabinetes de crisis y los nones en los Comunes a cualquier alternativa aunque May no descarta conseguir la aprobación antes del 22 de mayo. Puede, también, que la salida llegue con calma llegue con calma en unos meses; o puede que todavía haya algún nuevo giro inesperado. En este preciso momento, una iniciativa popular para revocar el brexit tiene más de seis millones de firmas y será debatida en la Cámara de los Comunes. Todo es posible y puede que, hasta cierto punto, este texto sea inútil para dilucidar qué vendrá en las próximas fechas. Al menos, deseamos que sirva para comprender mejor cómo hemos llegado hasta aquí.
Mientras tanto, la cifra de británicos que han solicitado una segunda nacionalidad se ha disparado y la caída de la inmigración a Reino Unido ha sido histórica. También es cierto que la tasa de desempleo se mantiene en mínimos históricos y que la economía británica sigue creciendo, aunque a un ritmo menor del esperado –como el resto de países de la Unión–. Estos son hechos. La percepción puede ser otra.
Bienvenidos al laberinto del brexit.
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