Por Vicente rodrigo, @_VRodrigo, Public Affairs Manager, Weber Shandwick
Este mes de junio conocemos por fin el resultado de una de las más recientes fricciones entre la Unión Europea y el Reino Unido. No es, ni con mucho, la primera vez en que el debate público británico cuestiona la vinculación de su país a las instituciones comunitarias. Durante la campaña electoral de 1974, previa a la incorporación del Reino Unido a la Unión Europea, el laborista Harold Wilson prometió una renegociación de las condiciones de entrada del país a la por entonces Comunidad Económica Europea. Pese a los términos previamente acordados, las instituciones comunitarias hicieron las cesiones pertinentes para que Wilson ganase el sí en el referéndum, que se saldó con un 63% de los votos afirmativos.
El premier británico David Cameron ha decidido jugarse gran parte de su capital político en la cuestión del Brexit. Escorado por el empuje del eurófobo Nigel Farage en las urnas (en las últimas elecciones se hizo con el 12% de los votos), Cameron apostó por hacer del Brexit uno de los puntos centrales de su campaña electoral, comprometiéndose a negociar un marco diferente para el Reino Unido en la Unión. Una mayoría absoluta inesperada y una negociación europea por la vía rápida auguraba un camino fácil que, sin embargo, las encuestas no hacen más que complicar.
La retórica ha variado en tres principales escalas: la oficialista, a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE y encabezada por el primer ministro David Cameron; la previsible crítica feroz de Nigel Farage, anclada en postulados que conducen a la polarización y al enfrentamiento, con una retórica dura, poco racional y poco objetiva pero con una gran capacidad de adhesión en un momento en que los británicos se preocupan por su futuro; y por último, la de mayor calado épico, encabezada por el conservador Boris Johnson, que postula su candidatura al liderazgo de los tories en caso de un estrepitoso fracaso de Cameron en esta contienda. Su campaña apela a la emoción, exhortando a los británicos ser “los héroes de Europa” frente a lo que considera un imperio muy alejado de los intereses de la City.
Se percibe, no obstante, y con más ahínco que en otras ocasiones, un hartazgo institucional y ciudadano ante lo que muchos consideran un -enésimo- trato de favor desproporcionado. El Parlamento Europeo ha recogido intensos debates con posturas muy críticas al Reino Unido desde prácticamente la mayoría de grupos parlamentarios. Por otro lado, el Brexit ha sido un tema paneuropeo que se ha debatido en los 28 Estados miembros y más allá; la maquinaria diplomática británica, por su parte, ha cuidado de que la imagen de su Gobierno no se vea perjudicada en terceros países, moderando su discurso en los países más europeístas.
El voto, en cualquier caso, lo determina esta vez la afluencia a las urnas; según las encuestas, el electorado más joven es el más europeísta, pero también el menos proclive a votar. Los sondeos de opinión coinciden en destacar la importancia del rango de edad correspondiente a los 18-35 años, un electorado de casi 16 millones de ciudadanos británicos. Una vez más, el factor generacional determina la forma en que los ciudadanos perciben a la Unión Europea en un momento de inquietud por mantener los estándares de bienestar.
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