El referéndum sobre la independencia de Escocia tuvo en vilo a media Europa. Estaba en juego mucho más que la unidad del Reino Unido, también el propio proyecto europeo, poniendo en jaque la actual arquitectura institucional e insuflando renovadas energías a otros movimientos secesionistas. Finalmente, los ciudadanos escoceses decidieron democráticamente y de forma cívica, que quieren seguir perteneciendo al Reino Unido. Europa, con sus instituciones y líderes nacionales a la cabeza, respiraban tranquilos, ¿pero hasta cuándo? A lo largo del presente artículo, el autor ahonda en el momento y pulsión que vive la política y el relato político en el viejo continente.

Pau Solanilla,consultor internacional y autor del libro “Europa en tiempos de cólera”.

El resultado escocés da oxígeno al enfermo, pero para nada cura la enfermedad que corroe Europa y a sus gobiernos, que no son capaces de seducir y generar adhesión entre sus ciudadanos. Más allá del contexto local en el que se ha desa­rrollado en referéndum escocés, la realidad es que la Europa política está enferma. Lo escribí prolijamente y lo publiqué en 2010 en mi libro “Europa en tiempos de cólera” (Ed. El Cobre), donde describía cómo Europa y los Estados Nación han perdido, desde hace años, la batalla de la comunicación ante un contexto crecientemente complejo. Las causas son complejas y profundas, la UE padece de anorexia política, y una falta de ideas y estrategia comunicativa. Europa no tiene un storyte­lling, cuando sabemos bien que –como dice Lakoff- “el enmarcado tiene que ver con e­legir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no tiene solo que ver con el lenguaje. Lo primero son las ideas. Y el lenguaje transmite esas ideas, evoca esas ideas ”.

Sabemos bien que un buen relato tiene que ser lúdico, sensorial y emocional, cargado de sentido, didáctico, nemotécnico y favorecer la cohesión, la participación y la interactividad de sus destinatarios . Un relato sostenido que hay que crear, planificar, nutrir, proteger y actualizar permanentemente en una estrategia multimedia y multisoporte. Algo que hacen mucho mejor los movimientos políticos y sociales disruptivos y soberanistas que las instituciones nacionales y europeas.

Los éxitos del pasado no garantizan los éxitos del futuro, y los ideales movilizadores de un proyecto político tienen que renovarse, poniendo en valor unos valores y unas ideas determinadas, para expresarlas con valentía, firmeza y claridad, acompañándolas de políticas ambiciosas, coherentes y posibles. En momentos de incertidumbre, es además necesario, una nueva ética de la política que se haga cargo del estado de ánimo de la gente. Una estrategia de comunicación política donde el mensaje sea también emocional, pero la mayoría de gobernantes acreditan una actitud desesperadamente conservadora, de contención de daños, de prudencia extrema, incompatible con un mundo que requiere nuevas actitudes y aptitudes para proponer proyectos movilizadores.

El referéndum escocés es una buena muestra de ello. El debate en los dos últimos años ha sido amplio, intenso, rico en discusiones acaloradas, e incluso amenazas veladas. Ante el empate virtual final de las encuestas, en el gran debate final, se apreciaron bien las dife­rencias en las campañas de comunicación política. “Es nuestro momento”, proclamaba apasionadamente el independentista y mi­nistro Principal de Escocia, Alex Salmond. Su oponente, Alister Darling, exministro del Tesoro en el Gobierno de Gordon Brown adver­tía: “es una decisión de la que no hay vuelta atrás”. La ilusión y la pasión de Salmond, frente a la estrategia del miedo y el conservadurismo del laborista unionista Darling.

Parecía que Reino Unido y Europa se asomaban al borde del precipicio ante el avance del “sí”, y la incapacidad de Cameron de ofrecer y convencer con un proyecto potente, creativo y audaz que diera respuestas al anhelo de autogobierno del pueblo escocés. En el último momento emergió la política de altura. El ex Premier británico Gordon Brown, salió de su retiro para insuflar renovados aires a la campaña del “no”. Sus discursos potentes, apasionados y bien estructurados, fueron el empujón decisivo para la clara victoria del “no”, demostrando la importancia de transmitir ideas, relatos emocionales y propuestas creíbles.

El referéndum escocés nos enseña algunas cosas. Los escoceses no han votado de forma impulsiva, sino reflexiva, pensada e informada, tras un proceso de discusión vivo y complejo que ha durado dos largos años. Un ejemplo de participación que refuerza la legitimidad de las instituciones, pese al miedo de algunos en dejar participar a los ciudadanos. Ese es precisamente el principal déficit de la política de hoy: el déficit de espacios de discusión y participación donde políticos, organizaciones y ciudadanos confronten ideas, programas y propuestas para construir nuevas coherencias, esto es, reconciliar de nuevo destino y convicciones. Votar cada cuatro años ya no es suficiente.

Cataluña es la próxima estación de ese tren, y lamentablemente en España no somos ni tan democráticos, ni tan maduros, ni tan inteligentes como el Reino Unido. El ruido, las amenazas y la confrontación pesan más que los proyectos y las ideas. Una pena porque eso pasa factura a todos, los que creen que ganan, los que se sienten agraviados, y los que tendemos puentes sin conseguirlo, alimentando el conflicto todavía más y poniendo en peligro lo más valioso de una sociedad, la convivencia.

Decía Jean Monnet, «Europa nunca ha exis­tido. ¡Debe ser creada!». Todavía hoy, más de sesenta años después, mantiene todo su valor. Nuestros sistemas políticos son siempre realidades inacabadas, proyectos que hay que completar con nuevos y renovados mecanismos de participación y rendición de cuentas –accountability-, manifiestamente mejorables. Para ello, hay que reforzar tanto los elementos racionales –las ventajas materiales-, como los elementos emotivos –el sentimiento de pertenencia-, ya que ambos han sufrido un deterioro importante en los últimos años.

En España, no estamos precisamente desplegando un ejemplo de pedagogía política que permita seducir y persuadir de las bondades de un proyecto común. Tiene más prestigio la defensa de los intereses particulares que la conciliación de los intereses de todos, con la ausencia de un verdadero diálogo político. Las instituciones y la política parecen no comprender, que nos encontramos ante el fin de la jerarquía como único principio ordenador de la sociedad. La obsesión por el orden jerárquico, por las competencias exclu­sivas, por controlar todo lo que pasa, conduce al bloqueo del sistema. Es por ello que la comunicación política hoy tiene que ver en gran medida con un lenguaje que sea capaz de hacerse cargo de lo nuevo, explorando a fondo posibilidades, oportunidades y compromisos para llegar a una síntesis común. Liderar se corresponde más con una estrategia de ordenación selectiva, diseñando políticas y mecanismos innovadores, y aceptando que el unilateralismo político no es ya posible. En la actualidad, no hay soluciones que no estén asociadas a la gestión de la complejidad, asumiendo la coexistencia de procesos, tensiones y movimientos plurales que no pueden ser reducidos a un único eje dominante.

La política es en buena parte comunicación, y ésta no es una cuestión de cantidad, sino de calidad y credibilidad. La verdadera comunicación es aquella que está basada en una conversación, y como una de las condiciones necesarias para el progreso de las sociedades. Si como afirma Jurgen Habermas “la legitimidad de la ley depende en último término de un acuerdo comunicativo”, entonces necesitamos urgentemente una nueva estrategia de comunicación política que refuerce la legitimidad de nuestro sistema político. Y para ello, no hay que inventar sin embargo nada excepcional, sino liberar el potencial de la crea­tividad política y social que existe de nuestra sociedad.

1 “Enmarcar para recuperar el discurso político”. No pienses en un elefante. George Lakoff. 2007. Ed Complutense. 2 Será mejor que lo cuentes. Antonio Núñez. Ed Empresa activa, 2007.

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