Manuel RODríguez

 @ManuRodriguezCC

Consultor político y de innovación social en Cámara Cívica

Un señor de un pueblo de Zamora pegado a Portugal, Nuez de Aliste, de 298 habitantes, recibe una llamada de un número de teléfono extranjero. Al otro lado, una voz le hace una propuesta. Al principio piensa que es una broma o una estafa. Les pide un tiempo para pensárselo y le consulta a su hijo y a su esposa. A los días les dice que sí, que acepta.

Esta premisa de partida podría ser el comienzo del reboot español de El Juego del Calamar, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de un caso real, una de las cientos de llamadas que la Comisión Europea realiza a ciudadanos y ciudadanas aleatoriamente seleccionados para participar en un Panel Ciudadano Europeo en Bruselas.

Nuestro protagonista, llamémosle Federico, se presenta en Bruselas. Es su primer viaje en avión. Allí cuenta su historia. Habla de su pueblo, de su comarca, de sus gallinas y de lo poco que sabe sobre eficiencia energética, el tema que les ha reunido. Y, sin embargo, se gana la admiración de quienes le rodean; de las otras 149 personas de los 27 países de la Unión Europea que forman parte de este Panel Ciudadano Europeo: un mecanismo de participación de la Comisión Europea para recoger ideas, soluciones y aprendizajes de la ciudadanía de a pie.

Usando datos de Eurostat se llama aleatoriamente a personas y se las invita a participar. Posteriormente se hace un cribado para garantizar la paridad de género, el equilibrio entre la población urbana y rural, y en cuanto a nivel de estudios. Además, se garantiza que al menos un tercio de los participantes sean jóvenes de entre 16 y 25 años. Conociendo los ritmos de legislación de la UE, serán los destinatarios de los efectos de sus políticas públicas.

A través de unas sencillas metodologías, estas 150 personas trabajan en plenario y grupos de 12 personas junto a un equipo de facilitación. En tres sesiones a lo largo de dos meses (dos presenciales y una virtual) se debatirá sobre temáticas como la movilidad de la educación, el desperdicio alimentario, los mundos virtuales o el discurso de odio. Temas suficientemente amplios y complejos como para requerir muchas cabezas pensantes para poder ver todos los enfoques posibles.

Al finalizar este proceso quedará una recopilación de recomendaciones que formará parte del expediente de los proyectos de normativa que la Comisión Europea propondrá al Consejo y al Parlamento Europeo. Junto a los equipos de participación y comunicación de la Comisión Europea, se invita a técnicos de la dirección general encargada de la temática. Para garantizar la neutralidad, se llama también a observadores provenientes de universidades y otras instituciones, que vigilan el proceso.

Este espacio de democracia por sorteo busca tener inputs lo más puros y pegados al terreno posible. Además, se complementa con un portal online de participación a través del cual cualquier ciudadano europeo puede enviar sus ideas, comentar las de otros o hacer seguimiento a otras conversaciones. Por si el idioma fuera una barrera, todo participante puede usar cualquiera de las 24 lenguas oficiales de la UE y la herramienta informática lo traduce al resto, por lo que todo el mundo puede leer y ser leído sin cortapisas.

Conscientes de la creencia popular de que las decisiones de la Unión Europea las toman burócratas de Bruselas embriagados de poder y rodeados de lobistas que sustraen la voluntad popular de la ciudadanía, la Dirección General de Comunicación de la Comisión Europea no solo hace una intensa actividad de divulgación en prensa y redes sociales, sino que, para ganar mayor capilaridad, invita a lo que llama “multipliers”: periodistas, youtubers, influencers, activistas y creadores de contenido digital que se trasladan a Bruselas para contar lo que ocurre durante el Panel. Se les otorga libertad para adaptar los formatos y las narrativas a sus propios canales y audiencias, logrando así una capacidad de difusión que sería imposible de otra manera.

El caso de nuestro Federico es revelador. Es el paradigma de algo que, quienes nos dedicamos a la participación ciudadana, conocemos bien: la participación no solo es buena por el resultado, por el output del proceso o la calidad de los aprendizajes. El propio proceso también es valioso, ya que socializ­a, educa, culturiza y empodera a cada ciudadano o ciudadana que -quizás por primera o única vez en su vida- se ve en la situación de reflexionar sobre lo que quiere, defiende su posición, conoce a alguien que piensa distinto y se encuentra con personas que de otra manera jamás podría conocer, dado que viven en contextos muy diferentes. El caso de Federico, que se enfrentó a usar un PC, coger un avión, desenvolverse en un idioma desconocido, contar su historia y conocer a gente radicalmente distinta, es paradigmático.

Ojalá esta dinámica se consolide y poco a poco la participación ciudadana avance como parte estructural de la Unión Europea. Si aspiramos a tener un continente de paz y democracia, necesitamos practicar más paz y más democracia.

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