Por Juan Luis Fernández @juanlu_FL y Vicente Rodrigo @_VRodrigo
Hoy, la política cuenta con más medios y recursos que nunca para comunicar. Pero a la vez, el escrutinio y las herramientas para controlar la acción política son más numerosos y eficaces. Así, mientras los canales se multiplican (los medios para difundir un mensaje son prácticamente inabarcables y la segmentación abre un campo de oportunidades tan amplio como recursos de estrategia, personal e inversión tengas a tu alcance), la unidireccionalidad ha dado paso a la interacción (los comunicados pierden peso frente a las comparecencias abiertas y los medios tradicionales hacen lo propio frente a los medios sociales masivos de difusión), ampliando por una parte la capacidad de dejarse llevar por nuevas técnicas, pero dejando pocos incentivos a la disrupción.
En este contexto, el reto del mensaje político hoy es transmitir coherencia a la vez que incorpora todas las posibilidades de innovación. Al fin y al cabo, la hemeroteca está al alcance de cualquiera y los cambios de posición de las formaciones políticas tienen mucho peso en el comportamiento de los electorados. Además, la altísima competición política y el coste de conversión de un votante limita considerablemente las contorsiones en los postulados que pueden permitirse las formaciones políticas, haciendo de un contexto lleno de oportunidades para innovar un corsé de escasa flexibilidad y enormemente expuesto al escrutinio público.
Las campañas electorales que nos está dejando el año 2019 dan buena fe de los cambios apasionantes que está aplicando el sector.
Hasta ahora, los partidos políticos consolidados han venido acaparando la atención mediática, dominando los contenidos de los medios de comunicación y de las redes sociales, y creando medios ganados propios con gran alcance y relevancia. Así, por lo general, no suelen estar necesitados de grandes dosis de innovación para conseguir que se les llene una sala de prensa.
Sin embargo, poco a poco, la creatividad también se va erigiendo como un punto de anclaje de la comunicación política, ocupando un rol similar al que tiene en el sector privado. Cada vez más, la política le pierde miedo a los formatos y a la técnica y se fija más en la comunicación empresarial para atraer la atención y ejercer influencia en las masas. Por eso, la política, cuando se inspira en las grandes marcas para comunicar, se vuelve más flexible en cuanto al mensaje y en cuanto al propio procedimiento: es más ágil, más disruptiva, y genera más impacto. No basta con generar un mensaje persuasivo, sino que éste marque el ritmo del debate público y sea compartido en las redes sociales. Un ejemplo de cómo se “paquetiza” el mensaje político y se le perfila una estrategia de captación y adhesión es el uso del ideario político como una suerte de “producto” para hacerlo más accesible, menos árido y más digerible: convertir, por ejemplo, un programa electoral en un decálogo; agrupar diferentes propuestas en un manifiesto; delimitar las políticas relativas a un área sectorial en un hilo de Twitter…
La situación es llamativa en tanto que transmite una especie de intercambio entre la comunicación política y la comunicación del sector empresarial. Así, mientras la política se fija cada vez más en las grandes corporaciones para influir en las masas e innovar, la comunicación empresarial también explora anclajes inspirados en la política: activismo corporativo, estrategias centradas en valores y no en productos, un trabajo exhaustivo de rendición de cuentas y sensibilidad hacia el escrutinio del público.
Pese a todo, las oportunidades que brindan las nuevas técnicas de comunicación y la proliferación de medios y canales para la política se ven fuertemente sujetas al elevado escrutinio mediático y a la excelsa competición electoral, dejando un horizonte de estrecho margen para vencer las actitudes conservadoras en el ámbito de la comunicación política.
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