Por Myriam Redondo, @globograma Periodista, doctora en relaciones internacionales
La revista de ACOP ha tenido siempre un foco internacional. Cada número señaló procesos electorales, analizó a los líderes mundiales y estudió la gestión informativa de las decisiones de peso en cualquier rincón del planeta.
De los 10 personajes del momento que se apuntaron en diciembre de 2009 sólo permanece en el poder el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, que entonces combinaba su agenda islámica con un traje político mucho más occidental. El ejemplo simboliza el mundo volátil en que vivimos, plagado de quiebros de cintura y hemerotecas con declaraciones de inconcebible contradicción.
“Fin de plazo para la retirada de las tropas norteamericanas en Irak”, se advertía en la revista de la Navidad de 2010 que ocurriría, en lo que entonces EE. UU. vendió como una misión cumplida. “Muerte de Mohammed Bouazizi”, recordaba el último número de 2011 como hito importante de la Primavera Árabe. Aquel año, el personaje central de la revista Time fue “El manifestante”. ACOP lo señaló y se fijó en dos de los conceptos actuales más importantes de las Relaciones Internacionales: guerras asimétricas y smart power. El primero, impulsado con los estudios de Mary Kaldor, había ganado importancia con fenómenos como la piratería, los ataques encubiertos o los sabotajes a redes de suministro. Hoy la asimetría se asume como forma de actuación prioritaria contra el terrorismo, acompañado de su inseparable “infoterror”. Ya no hacen falta Ejércitos para que haya guerra. O puede haber un Ejército y, al otro lado, un grupo atípico que daña con tácticas no militares. En cuanto al smart power, o poder inteligente, triunfó la tendencia defendida por Joseph Nye: el poder tradicional (hard power) debía combinarse con un poder blando (soft power) basado en la diplomacia, la cultura, la economía y otros elementos según la situación; no sólo había que vencer sino que convencer, persuadir, encontrar amigos. Y en todos los campos.
En esos dos planos la comunicación política profesional y honesta era el pilar necesario para sostener las bonanzas de la iniciativa propia, resaltar las debilidades del enemigo, captar adeptos y, en años recientes, pelear más que nunca contra la hidra de la desinformación, la propaganda encubierta y las noticias falsas. En 2016 y 2017 ACOP le dedicó páginas a los bots y la política automatizada y también a la expansión de la posverdad.
En un mundo con escasas realidades inmutables, la Unión Europea ha ido traduciendo desencanto en muchas de nuestras páginas. Era cada vez más ese mundo de ayer descrito por Stefan Zweig. Con la crisis económica, uno de los proyectos civilizatorios más avanzados de la Historia mostraba encrucijadas en su esencia y su relato. No había relación entre lo que se decía y lo que se hacía, entre las lecciones de solidaridad impartidas y los refugiados a las puertas. Explicar cada cumbre a la ciudadanía era un esfuerzo extremo de malabarismo oral.
ACOP consignaba también en 2013 el retorno a la actualidad de la diplomacia pública. Si en la Guerra Fría se usaba para reforzar ideas-fuerza en la ciudadanía y lanzar mensajes de capital a capital que superasen el telón de acero a través de los medios de comunicación, ahora la emplean todos los actores políticos “contra” todos en las redes sociales. Twitter está lleno de estadistas que explican sus argumentos y desmontan los del contrario. La tendencia se sigue desde Estados Unidos hasta Irán, y si empleamos la preposición “contra” es porque hasta el momento la llaneza del diálogo en redes, el vuelo de amabilidades y zascas políticos de un lugar a otro, no parece haber garantizado un mayor entendimiento entre naciones.
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