Por Georgina Flores-Ivich. @gefloresivich,
Profesora investigadora y coordinadora del Diplomado Internacional en Comunicación Política Estratégica (#DICPE) de la FLACSO México
De un tiempo para acá ha crecido el interés por las narrativas: se busca cambiar las existentes, promover e impulsar nuevas o estudiar, comprender e interpretar las predominantes. Es preciso decir que el ‘giro narrativo’ en las ciencias sociales y en las humanidades empezó en la década de los ochenta como una forma de ofrecer respuestas a fenómenos complejos como la reproducción de las desigualdades y la configuración de las identidades colectivas, entre otros. Una narrativa refleja una interpretación compartida de cómo funciona el mundo y, en política, la realidad se construye socialmente a través de las narrativas. Los enfoques que han estudiado las historias en contextos políticos han demostrado que las narrativas son poderosas. Y a nosotros, como público, nos gustan las historias.
Las narrativas pueden definirse como un relato de una secuencia de eventos para mostrar un punto particular (Labov y Waletsky, 1967) y se componen por una colección de historias, o dicho de otra forma, por sistemas de historias. Como suele decirse: «Lo que los azulejos son para los mosaicos, las historias son para las narrativas”. En el campo de la política pública, su estudio es crucial porque son el vehículo que permite transmitir y organizar la información sobre las políticas. El enfoque de narrativas de políticas (Narrative Policy Framework) fue desarrollado por Jones, Shanahan y McBeth (2014) para analizar el despliegue de narrativas en las disputas o conflictos de políticas y comprender su efecto en la opinión pública y en los resultados, especialmente en el cambio de políticas (policy change).
¿Qué influye en los procesos de políticas? La respuesta es variopinta: contexto, eventos, recursos, instituciones, reglas, coaliciones de actores y, por supuesto, narrativas. Los actores políticos suelen reducir la complejidad inherente a las políticas en historias que tienen escenarios, personajes, tramas y moralejas que ayudan a las personas a dar sentido a los problemas públicos. En esta simplificación, los actores construyen estratégicamente las narrativas que son consistentes con su visión del mundo y que les permiten defender sus propuestas (Jones, 2014; Shanahan, Jones y McBeth, 2011). Esto nos remite a la naturaleza argumentativa de las políticas públicas y a la disputa entre grupos que emprenden guerras argumentativas para abogar por una definición de un problema público (y por su solución).
El campo de las políticas está formado por coaliciones de actores con creencias, valores e intereses definidos. El enfoque de narrativas de políticas nos permite medir todo esto y estudiar sistemáticamente los elementos narrativos y las estrategias que utilizan los actores para promover sus agendas. De hecho, uno de sus supuestos es que las políticas públicas son traducciones de creencias que se comunican a través de narrativas. Operacionalmente, la víctima es la entidad perjudicada por la propuesta de política y por la actuación del villano. El villano es la entidad que causa el problema público y el héroe es el solucionador potencial del problema que revela la política pública. El enmarcamiento de estos personajes nos permite comprender cómo se está definiendo el problema y cómo se quiere solucionar.
Las narrativas tienen rasgos formales como estructura y contenido (escenario, personajes, trama y moraleja) y podemos evaluar su sustancia, los sistemas de creencias que las sustentan y las estrategias que utilizan los actores para manipular o controlar los procesos de políticas. Veamos esto con un ejemplo. En 2020 se discutió en México la incorporación del pin parental (imitando la medida promovida en España por VOX), una propuesta que buscaba otorgar un poder de veto a padres y madres de familia sobre contenidos de educación sexual y reproductiva, género, feminismo y diversidad. La primera iniciativa en México se presentó en el Estado de Nuevo León y, posteriormente, como en una suerte de efecto cascada, se presentó en otros estados del país. Algunas iniciativas buscaban reformar las leyes estatales de educación y en algunos estados se propuso la modificación de las constituciones locales.
Estas propuestas motivaron un ambiente de discusión con una guerra de argumentos en el que múltiples actores políticos y sociales estuvieron involucrados. La historia terminó con la aprobación en un Estado y, casi de inmediato, con la declaración de la inconstitucionalidad de la medida. En ningún Estado de México existe hoy el pin parental como tal, sin embargo, este caso es interesante para analizar la manera en que se construyen las narrativas en una disputa de políticas. Cada grupo construyó su historia con víctimas, héroes y villanos diferenciados. Mientras que para el grupo que se opuso activamente al pin parental, la víctima eran las y los menores (específicamente el bien superior del menor), para los promotores del pin parental la víctima estaba representada por los padres de familia (su derecho a decidir sobre el tipo de educación que reciben sus hijas e hijos). Esto dice mucho sobre los intereses de ambos grupos.
El grupo opositor al pin parental decidió ampliar el espectro de víctimas en su narrativa: además de las y los menores, también lo eran la rectoría del Estado en la educación, la constitucionalidad, los derechos, el marco legal y el Estado laico, entre otras. La definición del Estado como víctima configuró la estrategia narrativa más amplia de este grupo. Para el grupo opositor al pin parental, los villanos estaban representados por el conjunto de diputados y diputadas que promovieron la iniciativa, así como por los mismos padres de familia. En contraste, el grupo promotor amplió el espectro de villanos de manera considerable ubicándolos en la categoría más amplia que comprende al Estado y al sistema educativo en su conjunto porque eran los culpables de transmitir la ‘ideología de género’ y promover la hipersexualización infantil. En que refiere a la figura del héroe, el grupo conservador promotor del pin parental limitó el número de héroes, mientras que el grupo opositor lo amplificó de manera considerable.
La amplitud de héroes presentes en las narrativas del grupo opositor al pin parental comprendía al Estado, a los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), al marco jurídico nacional e internacional y a ciertas instituciones como la Secretaría de Gobernación, la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Secretaría de Educación, entre otras. En contraste, el grupo promotor del pin parental utilizó un número reducido de héroes: los mismos padres de familia y los legisladores estatales que promovían la iniciativa. Es interesante que este grupo posicionó a los padres de familia como víctimas y como héroes al mismo tiempo. Esta es una narrativa poderosa consistente con historias de éxito que buscan apelar a la capacidad de la víctima para potencializar su fuerza.
En cuanto a las estrategias, el grupo opositor optó por la complejidad legal en la que se intentó explicar con profundidad la inconstitucionalidad del pin parental. Adicionalmente, este grupo centró su narrativa en la víctima y en las consecuencias adversas de incorporar una medida de esta naturaleza. En contraste, el grupo promotor de la política explotó la narrativa del ‘giro diabólico’ enfatizando la maldad del enemigo, seguida de un llamado claro a la acción del héroe (los padres de familia) y de un ‘giro angelical’ en el que ellos como promotores de la política estaban salvando a las y los menores de un adoctrinamiento ideológico por parte del Estado.
Este caso ilustra la manera en la que los grupos articulan sus narrativas en una disputa de políticas. La simplicidad de la narrativa en los promotores del pin parental y la complejidad en los opositores, muestra quiénes eran los destinatarios de interés para sus mensajes. Claramente, el grupo promotor se dirigía a las y los padres de familia en un intento de buscar aliados, quizá porque se sabían perdedores en la batalla legal. Por su parte, el grupo opositor al pin parental se dirigió a un espectro amplio de instituciones del Estado. Como es natural en este tipo de disputas, no se hablaron entre ellos y ambos mostraron confianza en el marco legal existente: su propuesta avanzaría porque el derecho nacional e internacional estaba de su lado.
Ambos grupos construyeron sus narrativas con posiciones antagónicas, pero en esta construcción ganaron unas cosas y perdieron otras. El grupo opositor las enmarcó en temas relacionados con la legalidad y la constitucionalidad dibujando muchos héroes y perdiendo la oportunidad de mostrar sus fortalezas como grupo. Esta acción estratégica pudo ser efectiva para ganar la batalla en el terreno institucional, sin embargo, en una dimensión más amplia se puede cuestionar su efectividad para convencer, ya que el desenfoque del héroe les impidió generar una conexión efectiva con la historia contada. Por su parte, el grupo conservador promotor del pin, construyó su narrativa con el objetivo de debilitar al oponente, mostrar sus propias fortalezas y llamar a la acción de los padres de familia, quizá porque sabían que la batalla en el legislativo ya la tenían perdida. Indudablemente, este enfoque es una herramienta poderosa para comprender de manera más profunda las creencias y motivaciones de los actores en las disputas de políticas, pero también para la comunicación política estratégica en su dimensión más amplia.
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