Por Ana Alonso Montes, @alonsay, Periodista especializada en información internacional en El Independiente
“Olvida el pasado, construyamos el futuro”. Un cartel saluda a los afganos con este lema en los colores de la bandera del Emirato Islámico de Afganistán, blanco y negro. Es la idea que quieren trasladar los talibanes con cada gesto que hacen en público desde que el pasado 15 de agosto tomaron Kabul. Terminaban así su reconquista del poder del que fueron expulsados hace 20 años, cuando Estados Unidos desplegó sus fuerzas en el país en represalia por los atentados de las Torres Gemelas.
Estos talibanes de 2021 tienen claro que para ganarse la legitimidad internacional ha de cambiar la percepción que tienen de ellos. Han entendido que tenían un problema reputacional muy serio y se han empeñado en dar otra imagen. El hecho de que haya dudas sobre si son o no cómo eran en los 90 ya es un triunfo para los talibanes.
Ese oscuro grupo de muyahidines que en los 90 lapidaba a las adúlteras y prohibía la música o poseer videos ahora convoca ruedas de prensa con medios internacionales, incluidas mujeres, y difunde imágenes de sus seguidores en parques infantiles al cuidado de los críos, tomando helados o jugando en los coches de choque. Han pasado del mulá Omar que no quería que su imagen se difundiera a hacerse selfies con sus móviles para consolidar sus conquistas. Antes los tenían prohibidos. Ahora, son un arma más, como el AK-47 o el M-16. Su portavoz, Zabihullah Mojadir, es ya una figura familiar para los que cubrimos la información internacional. Su cuenta de Twitter no para de crecer: ya tiene 379.000 seguidores. Ante los medios, se quejó de la censura de Facebook que vetó a los talibanes.
Los talibanes tildaron de censores a los reyes de las redes sociales. Es el oráculo que nos descifra qué pasa en el Emirato.
Hay quienes han querido ver similitudes con el aparato mediático del autoproclamado Estado Islámico, con quien rivalizan, pero no tienen audiencias similares ni tampoco técnicas. En el ISIS van más en la línea hollywoodiana mientras que los talibanes serían más una versión afgana de una película de sobremesa familiar. Para el Estado Islámico es importante reclutar suicidas en Occidente, pero los talibanes buscan que la comunidad internacional les encaje en su paradigma como hace con Qatar o Irán.
Qatar precisamente es una de las referencias para los talibanes. En Doha, el mulá Baradar, hombre fuerte del Gobierno del emirato, aprendió cómo negociar con la comunidad internacional. Y así obtuvo grandes logros de EE. UU. Qatar se presenta como “un mediador imparcial del proceso”. Es uno de los países que mejor campaña de relaciones públicas hace en la comunidad internacional, gracias, eso sí, a su gran capacidad de inversión, y si no que se lo digan a Messi.
La campaña mediática de los talibanes es una demostración más de la relevancia de la batalla del relato.
Porque los hechos adquieren significado cuando se dan a conocer: hemos sabido de los avances de los talibanes gracias a que medios afines iban difundiendo imágenes de sus avances capital a capital. Aprendieron en los peores momentos de la batalla con las tropas internacionales que poner en duda la versión del enemigo occidental les permitía ganar tiempo y sembrar confusión.
En el tablero de Afganistán hay otro actor muy relevante que ha sabido dejar claro cuál es su sello. Se trata de China. El Gobierno de Pekín ha aprovechado la salida atropellada de las fuerzas internacionales para dejarse ver cómo una potencia que no se inmiscuye en los asuntos de otras y que no pretende exportar su modelo. En los medios oficiales chinos hemos visto estos días chistes sobre cómo EE. UU. cree que la democracia se exporta igual que la Coca-Cola y advertencias a Taiwán sobre la debilidad de su amigo americano como garante de su seguridad. Si hay una potencia que ha demostrado soft power en esta crisis en Afganistán, es China. A la par la diplomacia china se movía ágilmente para acordar con los talibanes garantías para no respaldar a los uigures y para la seguridad de la Ruta de la Seda. Y en la ONU ponían los pilares para poner en marcha una misión para repartir ayuda humanitaria de la mano de cascos azules chinos. ¿Cuál es la percepción? China trabaja por la paz cuando otros salen corriendo.
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