Corren malos tiempos para el gobierno del presidente francés François Hollande. Apenas han pasado diez meses desde que tomara posesión de su cargo y ya el 40% de los franceses dice añorar a Nicolás Sarkozy. Hollande se ha convertido en el presidente más impopular de la V República (el 51% de sus conciudadanos le considera un mal presidente frente a un 22%) y un tercio de los votantes cree que lo mejor sería disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones.

El clima político interno del país vecino puede recordarnos al nuestro con el reciente escándalo del exministro de Hacienda y Presupuesto, Jérôme Cahuzac, con cuentas secretas en Suiza y Singapur, por no hablar de las inversiones en paraísos fiscales del tesorero de la campaña electoral del presidente, Jean-Jacques Augier. Ante una situación de crisis moral y política, Hollande, Monsieur Faible (el Señor Blando, para L´Express), que había prometido una República ejemplar, ha presentado una serie de medidas para moralizar la vida pública entre las que se encuentra que los miembros del Gabinete hagan público su patrimonio. El lento pero progresivo aumento del paro, una economía estancada, el déficit presupuestario, el crecimiento de la deuda y el clima de bochorno que vive la clase política (el 77% de los franceses cree que sus políticos son corruptos, el 32% desconfía y el 36% afirma que la política le produce “asco”, según un sondeo de Le Figaro) han creado una creciente sensación de desgobierno y desafección.

Por si esto fuera poco, vuelve a repuntar un curioso fenómeno, el French bashing, algo así como “poner a caldo a Francia”, liderado por la propia oposición conservadora y los medios anglosajones y alemanes, quizá melancólicos de la antigua alianza Merkozy.

Es conocida la antipatía de los estadounidenses por el país galo, a los que les gusta burlarse de los franceses y de sus costumbres. Incluso en política. Así por ejemplo, en 2004, John Kerry, entonces candidato demócrata en las elecciones presidenciales, fue retratado como “demasiado francés”. Y más recientemente, Mitt Romney fue criticado en las primarias de su partido tan sólo por saber hablar francés.

Los escándalos sexuales del ex jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, junto con otros avatares de la actualidad francesa, como la huelga de la selección en el último mundial de fútbol, el traslado del actor Gerard Depardieu a Bélgica adoptando la nacionalidad rusa, al que se unieron el compositor Jean-Michel Jarre y el famoso óptico Alain Afflelou (a Londres), o del hombre más rico de Francia, Bernard Arnault, presentando una solicitud para nacionalizarse belga, no han hecho sino acrecentar las burlas.

La sensibilidad francesa está a flor de piel. El Ministro de Producción y Renovación Industrial, Arnaud Montebourg, ha afirmado que se ven signos de una conspiración orquestada contra los franceses. Incluso la eurodiputada y ex candidata a la presidencia francesa Corinne Lepage pidió que se ponga fin al French bashing por los medios de comunicación y dejen de tratar a su país como “la escoria de la Tierra” por el mero hecho de subir los impuestos.

En este sentido, el ministro de Economía, Pierre Moscovici, denunció el France bashing como ataques a las políticas económicas del gobierno y se lamentó de tener que leer en los periódicos, sobre todo anglosajones, que “el exilio había comenzado” y que las empresas estaban huyendo. Aspecto al que tampoco contribuyó el primer ministro británico, David Cameron, cuando afirmó que “extendería la alfombra roja” para las grandes fortunas franceses y multinacionales como Titán y Arcelor Mitta que quisieran trasladarse al Reino Unido. Esta declaración provocó la queja de los medios franceses que pidieron detener las burlas que atentan contra su marca país.

En definitiva, una compleja situación ya que la mala imagen interna del país retroalimenta la burla exterior y contribuye al deterioro de su reputación. El Presidente Hollande debe reaccionar para evitar esta caída en picado y reflotar la situación. De lo contrario, será un cadáver político en vida.

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